LA HUMANIDAD DE KARACHUGO
En Cajamarca, dice la leyenda, el Señor de Rosario Orqo, cerro tutelar, se encargó de crear una humanidad colectiva. Quería gente inteligente y de buena índole, que fuera su orgullo. Para lograr sus propósitos se armó de paciencia. Buscó la tierra más fina y firme, y dejó que el tiempo pasara sin apuros quitándole alguna paja que cayó, unas piedras diminutas arrastradas por el viento, hojas secas desprendidas de un árbol, un bichito que se quedó dormido para siempre. Los cristales de agua fueron objeto del mismo examen riguroso, sin impurezas, y para más cuidado la tomó en madrugadas azules.
Frotó la masa que se tornó obediente a su
deseo y procedió a moldear cada una de sus sus criaturas con íntima
complacencia y las fue colocando afable, sonriente, a su lado derecho, donde
estaba sentado. No sería necesario cocerlas. Bastaría un soplo de vida.
En sus afanes
el Señor de Rosario Orqo se olvidó de Karachugo, un hermano avieso,
irresponsable y majadero, que tenía.
Estaba tan absorbido en sus obras que no advirtió su presencia. Éste se
colocó sigilosamente a su espalda y a
medida que concluía una la cogía y la animaba con un soplo malévolo.
Cuando el
Señor se volvió para verlas su
desencanto fue terrible. Aunque mudos, porque no llegaron a tener el don de la
palabra, se estaban peleando con una rabia que lo estremeció. Aquella no era
la humanidad que soñó.
Convirtió a
Karachugo en piedra y desató los caudales del cielo, en un diluvio total que no
dejó rastro de vida. La orfandad de la tierra le dolió. Esperó que los montes
se secaran y procedió a crear una segunda humanidad. Esta vez ya no tuvo
paciencia, no cuidó que los ingredientes
fueran óptimos. No quitó pajas, no quitó
pedruzcos ni hojas secas. Usó el agua de un riachuelo cualquiera y trabajó la
masa rápidamente. Luego, infundió el
soplo de vida a sus nuevas criaturas y dejó que se las arreglaran como
pudieran. Por culpa de Karachugo los seres humanos perdieron la oportunidad de
ser perfectos.
PERRO SIN PULGAS
El padre Bernabé Cobo decía en el siglo XVII que “… a primera vista el
perro sin pelo causa repulsión por su
mala catadura, pues tiene el cuero pelado casi como el humano…”
“Pero, tratándolo, se descubre que es buen compañero, ideal para las noches
de frío por la alta temperatura de su cuerpo, 40º grados, vegetariano por la fuerza porque no tiene los
premolares y otros dientes, perseguidor tenaz de las ratas y bullicioso sin que
muerda”, agregaba el doctor Pedro Weiss, quien publicó un interesante trabajo
sobre la historia del perro peruano sin pelo llamado chino, viringo, q’ala o
calato.
El distinguido estudioso hablaba de sus virtudes con conocimiento de causa, pues había criado algunos ejemplares: "Julita", que era una perrita de "bibelot", "Jacinto", y luego "Quino", otro hermoso ejemplar de esa especie.
En el Perú este perro fue muy querido por los chimu, los vikus, los muchik,
los chankay y la gente de otras culturas. El singular perrillo aparece en sus
cerámicas y reemplaza al puma, al cóndor, al halcón y a la serpiente en los
esplendorosos brazaletes y cinturones de oro de 24 kilates, donde se le ve con
la lengua afuera, adornada con discos colgantes.
Por las notas del padre Cristóbal de Avila se sabe que los wank’as de los
Andes Centrales los comían después de sus ceremonias en honor de Wallallo
Karwincho, personaje mágico expulsado del valle del Rimaq y condenado a comer
perros en lugar de niños por el Apu del nevado Pariaqaqa.
El padre Arriaga decía que “…los muertos van a la tierra del silencio
pasando por un puente de palos conducidos por perros negros”. Así mismo, Guaman
Poma escribió, “la manera que tenían de enterrar los yungas o sea la gente de
la costa…” se distingue en que los muchik alqomikhuq, comeperros, entierran sus
cadáveres con sus perros. Esta costumbre tenían también los wank’as.” Lo hacían
para que los perros ayudaran a los difuntos a pasar con felicidad el río de la
muerte.
Al llegar los españoles el perro sin pelo, desplazado completamente por sus
lebreles, “aporreadores de indios”, pasó
a la farmacopea. Los usos que tenía, según relataba el doctor Weiss, eran
fascinantes e increíbles. Por su piel de alta temperatura fue el antecesor de
la bolsa de agua caliente y dormía a los pies de su dueño. Por esa virtud en
Argentina se le llamaba “perro colchón”, en México “perro para reuma”, en
Colombia se llama “perra” a la bolsa de agua caliente.

En la época prehispánica los perros sin pelo vivieron felices dando su
calor al hombre y recibiendo en cambio su cariño. El sabio Julio C. Tello , en 1919,
tuvo que dormir en la cuja de bronce que le prepararon y que era de la dueña de
casa. Se despertó preocupado cuando sintió que alguien se introducía a sus
pies. Era el perro que buscó el sitio donde solía pasar la noche. Vivió en
sitios fríos mientras abrigaba a su dueño y fue tan fiel que hasta le sirvió de
comida en casos extremos.
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