domingo, 13 de marzo de 2016


LA HUMANIDAD DE KARACHUGO


En Cajamarca, dice la leyenda, el Señor de Rosario Orqo, cerro tutelar, se encargó de crear una humanidad colectiva. Quería gente inteligente y de buena índole, que fuera su orgullo. Para lograr sus propósitos se armó de paciencia. Buscó la tierra más fina y firme, y dejó que el tiempo pasara sin apuros quitándole alguna paja que cayó, unas piedras diminutas arrastradas por el viento, hojas secas desprendidas de un árbol, un bichito que se quedó dormido para siempre. Los cristales de agua fueron objeto del mismo examen riguroso, sin impurezas, y para más cuidado la tomó en madrugadas azules.

Frotó la masa que se tornó obediente a su deseo y procedió a moldear cada una de sus sus criaturas con íntima complacencia y las fue colocando afable, sonriente, a su lado derecho, donde estaba sentado. No sería necesario cocerlas. Bastaría un soplo de vida.

En sus afanes el Señor de Rosario Orqo se olvidó de Karachugo, un hermano avieso, irresponsable y majadero, que tenía.  Estaba tan absorbido en sus obras que no advirtió su presencia. Éste se colocó  sigilosamente a su espalda y a medida que concluía una la cogía y la animaba con  un soplo malévolo.
Cuando el Señor se volvió para verlas su desencanto fue terrible. Aunque mudos, porque no llegaron a tener el don de la palabra, se estaban peleando con una rabia que lo estremeció. Aquella no era la humanidad que soñó.


Convirtió a Karachugo en piedra y desató los caudales del cielo, en un diluvio total que no dejó rastro de vida. La orfandad de la tierra le dolió. Esperó que los montes se secaran y procedió a crear una segunda humanidad. Esta vez ya no tuvo paciencia, no cuidó  que los ingredientes fueran óptimos.  No quitó pajas, no quitó pedruzcos ni hojas secas. Usó el agua de un riachuelo cualquiera y trabajó la masa rápidamente. Luego,  infundió el soplo de vida a sus nuevas criaturas y dejó que se las arreglaran como pudieran. Por culpa de Karachugo los seres humanos perdieron la oportunidad de ser perfectos. 


PERRO SIN PULGAS

El padre Bernabé Cobo decía en el siglo XVII que “… a primera vista el perro sin pelo causa repulsión  por su mala catadura, pues tiene el cuero pelado casi como el humano…”
“Pero, tratándolo, se descubre que es buen compañero, ideal para las noches de frío por la alta temperatura de su cuerpo, 40º grados, vegetariano por la fuerza porque no tiene los premolares y otros dientes, perseguidor tenaz de las ratas y bullicioso sin que muerda”, agregaba el doctor Pedro Weiss, quien publicó un interesante trabajo sobre la historia del perro peruano sin pelo llamado chino, viringo, q’ala o calato.
El distinguido estudioso hablaba de sus virtudes con conocimiento de causa, pues había criado algunos ejemplares: "Julita", que era una perrita de "bibelot", "Jacinto", y luego "Quino", otro hermoso ejemplar de esa especie.
  
En el Perú este perro fue muy querido por los chimu, los vikus, los muchik, los chankay y la gente de otras culturas. El singular perrillo aparece en sus cerámicas y reemplaza al puma, al cóndor, al halcón y a la serpiente en los esplendorosos brazaletes y cinturones de oro de 24 kilates, donde se le ve con la lengua afuera, adornada con discos colgantes.

Por las notas del padre Cristóbal de Avila se sabe que los wank’as de los Andes Centrales los comían después de sus ceremonias en honor de Wallallo Karwincho, personaje mágico expulsado del valle del Rimaq y condenado a comer perros en lugar de niños por el Apu del nevado Pariaqaqa.

En los pueblos andinos hay muchas bellas leyendas en que los perros, en general, se encargan de llevar el alma de los muertos a su morada definitiva. “Tenía que ser negro”, mencionaba el doctor Weiss, que creía que la denominación se refería al pelón, porque sólo así podía nadar a través de cierto lago con su amo y llegar a la tierra donde nunca llueve, ni graniza ni hay sequías.

El padre Arriaga decía que “…los muertos van a la tierra del silencio pasando por un puente de palos conducidos por perros negros”. Así mismo, Guaman Poma escribió, “la manera que tenían de enterrar los yungas o sea la gente de la costa…” se distingue en que los muchik alqomikhuq, comeperros, entierran sus cadáveres con sus perros. Esta costumbre tenían también los wank’as.” Lo hacían para que los perros ayudaran a los difuntos a pasar con felicidad el río de la muerte.

Al llegar los españoles el perro sin pelo, desplazado completamente por sus lebreles, “aporreadores de indios”,  pasó a la farmacopea. Los usos que tenía, según relataba el doctor Weiss, eran fascinantes e increíbles. Por su piel de alta temperatura fue el antecesor de la bolsa de agua caliente y dormía a los pies de su dueño. Por esa virtud en Argentina se le llamaba “perro colchón”, en México “perro para reuma”, en Colombia se llama “perra” a la bolsa de agua caliente.

Estas aplicaciones eran corrientes. Los curanderos indicaban otras realmente espeluznantes. En Lima, por ejemplo, el doctor Weiss oyó recetar para el asma beber sangre caliente de perro chino degollado en la misma cabecera del enfermo. “Se creía también (Valdizán y Maldonado) “que su lamedura favorecía la cicatrización de las heridas y las placas carachosas. El caldo de cabeza de perro se aconsejaba para las enfermedades nerviosas, la locura de amor, el histerismo; el sebo para los dolores óseos; la ceniza del cráneo del perro con molle y “untu sin sal” para la gangrena; su orina para borrar las pecas etc.”
En la época prehispánica los perros sin pelo vivieron felices dando su calor al hombre y recibiendo en cambio su cariño. El sabio Julio C. Tello, en 1919, tuvo que dormir en la cuja de bronce que le prepararon y que era de la dueña de casa. Se despertó preocupado cuando sintió que alguien se introducía a sus pies. Era el perro que buscó el sitio donde solía pasar la noche. Vivió en sitios fríos mientras abrigaba a su dueño y fue tan fiel que hasta le sirvió de comida en casos extremos.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario