domingo, 20 de marzo de 2016

EL SEÑOR DE QOSQO     


El Lunes Santo, cuando la luna se abre paso entre las nubes dejando caer sus rayos en el blanco sudario sobre el Cristo de los Temblores, hay un silencio que pesa en el aire. La noche se hace nido de una emoción que conmueve a miles de cusqueños concentrados en Waqaypata, la plaza mayor de la ciudad imperial Es el momento cumbre de la procesión cuando el santo Taitacha, el santo Señor, derrama sus bendiciones. Rocío de paz que baña cada corazón y lo refresca. Un momento crucial en el que, según la creencia popular, escoge a los que se llevará con El durante el año y por eso pugnan en retenerle cuando comienza a retroceder para entrar en la Basílica Catedral por la enorme Puerta del Perdón abierta de par en par.

¿Qué podría suceder si el Cristo se ausentara en una Semana Santa? ¿En dónde rescatarían los cusqueños su rostro tallado por la muerte, su frente nazarena coronada de espinas, sus brazos abiertos sobre el madero como si quisieran acoger a la humanidad, su torso exangüe con la herida que le abrió la lanza de Longinos, el paño bordado generalmente con el Escudo de la capital de los Inkas, sus pies cruzados a unos centímetros de sus andas? Sería imposible que pudiera ser. Los crespones de luto agitarían a la población que lo quiere, lo visita a diario y lo sigue con unción por la calles.

Se ignora desde cuando el ñuqchu, en cuyo interior sus pistilos forman una cruz, es derramado sobre la venerada efigie. Es la única flor cuyos rojos pétalos de seda lo tocan y a medida que avanza en su recorrido se acumula en lenguas de fuego perfumado en sus cabellos que flotan agitados por el viento conforme avanza la tarde, en sus brazos, su corona, su cuerpo y sus andas. Su presencia es tradicional y habrá que pensar en una limpieza cuidadosa después de cada procesión para que no lo afecte.

Otro problema que se señaló se dio hace dos décadas más o menos, con las cartas que los fieles solían introducir en la brecha abierta de su costado. Cartas a Dios escritas con lágrimas, dolor, desesperación, congoja, amor, esperanza. Las cartas y las telas que formaban un relleno en su interior ocasionaron un festín de termitas. La articulación de su brazo derecho que sufrió una especie de luxación fue una llamada de alerta para algunos canónigos y devotos para otra intervención de urgencia.


El Taitacha, el ñuqñu Jesús, cuyo culto arranca de 1650 cuando el Qosqo fue abatido por un terremoto en 1650, es muy amado. Los cusqueños, donde quiera que se encuentren se preocupan por Él y esperan que nunca se deje de escuchar en su homenaje el Apu Yaya Jesucristo, la tierna canción que es su himno en en qewcha


SANTO ALGODON DE RAMA

En la Semana Santa de Surco, el distrito más grande de Lima,  ya no está el virrey que acompañaba al Cristo vestido de terciopelo y tampoco quedan las parras, sepultadas hace años por el cemento. Pero el Crucificado, mientras tenga sus devotos, se seguirá aromando con azucenas la noche del Viernes Santo. El ochenta por ciento de los limeños ignoran que tienen tan cerca una Semana de Pasión, con las conmovedoras reminiscencias de antaño. A Surco no le importa. El Domingo de Ramos su antigua plaza se viste de flores lilas y la brisa despeina los cabellos de una bella efigie del Señor, que cabalga gallardo en su burrita blanca, haciendo volar alguna flor artificial de amankay, desde que las urbanizaciones marchitaron las de la panpa donde brotaban por millares. El Viernes Santo, después del Sermón de las Tres Horas, "los santos varones"  bajan de su madero al Cristo de la Agonía y limpian de su cuerpo el sudor de la muerte con algodón de rama, que se disputan los fieles. Sus brazos son articulados y se convierten en el Cristo yacente que da vuelta a la plaza.

CIGARRILLOS DE ANÍS

En el Perú el drama del Gólgota hizo carne con el Ande a través de sus flores nativas. El ñuqc'hu, que es rojo como un tizón, encierra entre sus pétalos diminutos una cruz; las waqankillas son lágrimas de la Virgen, convertidas en pétalos de terciopelo cristalino; las k'uichit'ika, flores del arco iris que se enredan en sus manos de paloma y muchas otras cuyo significado conservan las comunidades campesinas.
Lo propio sucede con hierbas aromáticas como el arrayán y el toronjil que hierven en ollas de barro para impregnar con su fragancia los montes o calvarios que se levantan en las iglesias; las hierbas de Judas, el ahorcado, que se buscan a medianoche entre el Viernes de Agonía y el Sábado de Gloria, para conjurar brujerías; el algodón de rama con que se limpia el torso del Nazareno al reeditar su martirio y es preciosa panacea para toda clase de males; las hojas de palma que se tejen primorosamente en Domingo de Ramos y los mentados cigarrillos de anís que fuman los patriarcas en Otuzco, La Libertad, para combatir el frío de los años.

EMPANADAS DE LA CONDESA

El tiempo es inexorable y muchas tradiciones se han perdido pero la Semana Santa sobrevive  en cientos de ciudades y pueblos. Mientras en Azángaro, Puno, ha desaparecido la bíblica estampa de la Ultima Cena; en Catacaos, Piura, y en Lambayeque, las viejísimas imágenes de los Apóstoles que acusan una calvicie de abandono son puestas, las primeras en el Presbiterio, donde les sirven potajes típicos, y las segundas, en una anda larguísima para la procesión. El Jueves Santo por regla tiene sus manjares. En el Cusco, doce platos que se completan con tamal y empanadas de la Condesa. En Piura, sopa de pan, sarandaja, cachema frita, carne aliñada, seco de cabrito y mala rabia. En Huancavelica el sabroso chupe de calabaza, el guiso de carne, el arroz con leche y el ponche con aguardiente, para las velaciones. En Huaura, Lima, tamales, chorizos, salchicha y camote frito. En Ayacucho, sopa de queso, el aichakanka, el puka picante, la mazamorra de calabaza, y el ponche de maní. En Huanchaco, La Libertad, sopa teóloga, qochayuyo y huevera con papa, causa de caballa, cangrejos reventados y seviche. La lista gastronómica santa es de no acabar.

EL CRISTO DE LA SOLEDAD

En la Semana Santa es lógico pensar que hay miles de Señores. Sólo evoco los más famosos. En el Cusco, el Taitacha Temblores de cuerpo magro ennegrecido por el humo de las velas y la savia dulce de las flores. En Ica, el Señor de Luren, una efigie de segunda que fue pagada con limosnas por el cura Madrigal y por milagro resultó de primera, salvado de la corrosión del agua que inundó las bodegas del galeón que lo trajo de España. En Ayacucho, el Nazareno de Julkamarka hecho por los ángeles igual que el Señor de Huamantanga, en Lima. En Arequipa, el Señor del Gran Poder flanqueado por anónimos penitentes de albos cucuruchos. En Huaraz, Ancash, el Señor de la Soledad, que emergió de un árbol en un bosque profundo. En Puno, el Cristo de la Bala enviado por Carlos V que protegió a su devoto recibiendo el proyectil que lo iba a matar. En Monsefú, Lambayeque; en Ayabaca, Piura, y en los Barrios altos, Lima, el patético Señor de los Trinitarios que fue Cautivo de los moros. En Tarma, Junín, el Cristo Yacente que pasa sobre las floridas "alfombras" de keyserinas, arrayanes, retamas y wairanpos, que “tejen” con puras flores sus fervorosos devotos. Cada uno con más de una historia prodigiosa, testimoniando con su presencia torturada y sangrante la fe de las gentes del Perú. 

Alfonsina Barrionuevo                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                


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