domingo, 27 de diciembre de 2015

NUEVOS CUENTOS PERUANOS 

En milenios los antiguos peruanos aprendieron maravillas de la naturaleza. Sus observaciones dieron lugar a materias como biologíabotánicaastronomía y meteorología.

Los padres enseñaban esos conocimientos a sus hijos, estos a los suyos y así pasaron por generaciones, llegando hasta nosotros por medio de la tradición oral.

Su fantasía en los Andes, que llegan hasta el mar y acarician a la selva, se desborda en historias llenas de color para los niños del Perú.
¿Nos acompañan a cumplir las tareas de Mama Yacha?  

                                  
¡Vamos con Llut, Amak y Shala a recoger agua de estrellas, las semillas del rayo y una pluma del picaflor de oro!  
Hay un viento mayor y otro viento menor, un viento mujer y otro viento varón.
¿Quisieran saber cómo es la hija de Paraka, la madre de los vientos?
Podrán conocerlos leyendo mis cuentos. Llamar a la señora Victoria al 471 5789


UN MAIZ CON HISTORIA

Si Guaman Poma de Ayala hubiera tenido a la vista esta mazorca de maíz la hubiera mirado con cariño. No se hubiese atrevido a tocarla porque era sagrada, pues perteneció a los jardines de oro del Qorikancha, el gran templo de Qosqo. No la dibujó porque ya había hecho una lámina de gente trabajando el maíz o mamasara en qechwa. Pero, es tan bella, tan real que algo hubiera dicho. Lo más seguro es que sus ojos mortales no la vieron. Los españoles pasaron por allí como una plaga de voraces langostas con mandíbulas de metal, (sus arcabuces), y arrasaron con  todo lo que brillaba.
Nadie puede atestiguar cómo llegó esta preciosa reliquia a las manos del sociólogo Jorge Cornejo Bouroncle en la segunda mitad del siglo pasado. Sin duda, algún descendiente de los señores inkas la guardó cuando escondieron las riquezas de los jardines del Qorikancha, donde estaban “contrahechas,” en su tamaño natural, plantas, animales y seres humanos de los lugares más lejanos del Tawantinsuyu.
Ahora ha vuelto a desaparecer. Deben tenerla o quizá no los nietos o biznietos de Cornejo Bouroncle, que a lo mejor ya ni llevan su apellido.
La mazorca tiene más o menos unos catorce centímetros. La ví de pura casualidad, el estudioso, que me dio mucha información sobre archivos de arte y las publicaciones que hizo, incluyendo un estudio muy interesante sobre la revolución de Túpaq Amaru, me invitó un día a acompañarle al Banco Internacional del Jr. De la Unión, Lima. Quería mostrarme algo de inestimable valor y me pidió que llevara mi cámara fotográfica.
Cuando bajamos al sótano, donde estaba la caja fuerte, pidió su llave para abrir un pequeño cajón. De allí sacó un envoltorio de papeles arrugados. Los fue abriendo, hasta que apareció la mazorca inka. Mi asombro fue enorme, porque no la esperaba.  Afirmó que era auténtica y que la había traído de la capital imperial.
No le pregunté si la compró o si se la regalaron. Admiré más bien sus granos perfectamente delineados y hasta el choqllopoqochi colocado sobre ellos. Un detalle curioso: se trata de un pajarito que hace un larguísimo vuelo desde Brasil para alimentarse en los maizales de Cusco, cuando sus frutos están comenzando a madurar.

Le tomé una fotografía con luz muy tenue, pero mi cámara era una Hasselbladt y capturó su imagen dorada. Al salir le agradecí su confianza y me despedí. No lo volví a ver. Conservo algunos de sus dibujos, hechos con tinta china, de casas antiguas de Cusco. Me los obsequió para que tuviera un recuerdo de aquéllas, muchas de las cuales ya no existen y hoy son hoteles.
El slide o diapositiva de 6 x 6 de la mazorca lo guardé. Es una foto única, de una pieza que también es única de oro inka en el mundo. Se ha exhibido como una reliquia entre las fotos que conformaron la Muestra de Templos Sagrados de Machupiqchu que se expuso en la Sala “Kuélap” del Museo de la Nación, con motivo de la presentación de mi libro donde registro, como una primicia, la ubicación de 17 templos, sitios o wakas del santuario.
Entre las novedades relacionadas con los frutos de la tierra, que nombró el clérigo Cristóbal de Albornoz, casi a finales del siglo XVI, está el maíz. Figura en su famosa “Instrucción para descubrir las Guacas del Pirú  y sus camayos y haziendas”. Dice que los agricultores guardaban los mejores ejemplares y los copiaban en oro, plata y piedra.
Tal la importancia que les daban. Por eso mismo nunca los arrojaban  como desperdicio. Ellos tenían kamaqen ─es decir,  “espíritu”─ como la gente, las plantas y hasta los  minerales, y al  sentirse despreciados, podían ponerse tristes.
El licenciado Polo de Ondegardo cuenta que en Limapanpa, debió ser Rimaqpanpa, pues, los españoles no pronunciaban bien la “r”,  había una waka que recordaba al primer maíz que sembraron Ayar Manko y Mama Wako. Estaba en la actual plazoleta de Limaqpanpa Grande. A esa waka los agricultores de los valles le pedían que sus plantas crecieran fuertes y lozanas  para tener buenas cosechas. Igualmente que ─al  guardar las mazorcas en los trojes─ no se malograsen.
En las chacras, las mazorcas que se recogían después de despancarlas, eran veladas la primera noche, agradeciendo a Pachamama, la Madre Tierra, por  haberlas cuidado. Una costumbre que perdura hasta ahora en muchos lugares de nuestro país, donde las colocan en las pirwas.
En Qosqo hay una gran variedad de maíces. Su antiguedad, según la aplicación del carbono 14 tiene miles de años. Sin embargo, se ha encontrado en distintos pisos y muy cerca de Moray, una especie de invernadero inka, corontas de cuatro y cinco centímetros que podrían indicar su estado silvestre.
Puede ser. Tenemos hasta unas 146 variedades en nuestros diferentes pisos ecológicos. Mucho más que en Mesoamérica.
Además de la leyenda de Mama Sara, la doncella que el Padre Sol convirtió en maíz, y cuya representación se veía en el Qorikancha, porque ella “amaba” al astro, existen otras.
María Rostworowski recogió la historia de Mama Raywana, encargada de guardar los alimentos y darla a los humanos y animales. Compromiso que no cumplió, por estar muy ocupada cuidando a su hijo. Ante su olvido, las aves, que se morían de hambre, pusieron en práctica una estrategia: El pájaro papamoscas le echó a la cara unas pulgas que cazó y cuando ella desesperada trató de sacudírselas, cerrando los ojos, el águila le quitó al niño.
Se lo devolvieron cuando ella prometió que les daría enseguida los granos y tubérculos que pedían. El yuk yuk, autor de la idea, recibió aplausos de todas las aves. La historia dice que los inkas solían sacar en procesión a este pajarito, ricamente ataviado como si fuera una persona.
La mazorca inka es uno de lo hallazgos que se presenta en “Templos Sagrados de Machupiqchu”. Otros son los intiwatanas que se encuentran en el mismo Qosqo. Uno, a tres cuadras de la Plaza Mayor, que me mostró el periodista  Fernando Moscoso Salazar, y, un segundo, en Lanlakuyuq-Zona X del área de Saqsaywaman, en el Hanan Qosqo, donde fuimos con Ana María Gálvez, Directora del Museo Histórico Regional Casa Inca Garcilaso, siguiendo referencias de un arqueólogo de la Dirección Regional de Cultura-Cusco. 
Hay mucho por descubrir en la Ciudad Imperial asentada en el lecho del antiquísimo lago Morkill, que se vació hace más de 300,000 años. Sus muros de piedra conservan el kamaqen de Pachakuti Inka Yupanki, quien reordenó su traza y dio asiento o trono a más de 350 wakas para darle sacralidad y trasladó las principales a la “montaña” de Machupiqchu, donde subió cuando ella lo llamó. Historia fascinante, trasmitida por sus sacerdotes a los españoles en el siglo XVI.   


Alfonsina Barrionuevo        

domingo, 20 de diciembre de 2015



Mi colección de cuentos para los niños sigue creciendo.
Son tres series a su disposición: “Travesuras del Niño Dios en la Tierra de los Inkas”, “Personajes Mágicos del Ande” y “La Fuerza de las culturas””, con ilustraciones de mi hija Kukuli Velarde y de Ricardo Pachas.     


LA SIRENITA DE LA SARAJA
Ella se encuentra en la bahía de Parakas y juega con los lobitos,  las tortugas, las pariwanas de patas y cuellos largos,  las estrellas de mar, las gaviotas y los pinguinos de Humboldt.






EL HONDERITO                                             
Blasito, el Niño Dios de Ayacucho, arrojó con su honda piedras al cielo para espantar la sequía: y nubes gorditas flotaron en las heridas como algodones.
 

MAÍCES JUGUETONES
¿Sabían que en noches encantadas de luna los granos de maíz dejan sus mazorcas para jugar?  Todos deben volver antes del amanecer o se quedarán afuera sin remedio… 




Los pueden adquirir llamando al 4715789 y preguntando por la sra. Victoria.


MAZAMORRAS DIVINAS

La mazamorra es prehispánica. Cientos de años atrás, antes de que se fundara Lima y se creara este postre delicioso que es un timbre de honor para sus hijos, ya existían mazamorras  que se preparaban de un extremo a otro de los Andes, y de este a oeste.
¿Puede haber algo más nacional en dulces que la  mazamorra? La hemos saboreado y seguimos apegados a ella, con sol y con lluvia, en la costa y en la puna, siempre como una preciosa golosina.
Las mazamorras, de acuerdo a su lugar de origen son más o menos espesas. No son dulces necesariamente pero eso no les quita sabor. La Ishkupcha  o motalsa, cuyo nombre primitivo se mantiene en algunos lugares y está también en las crónicas de los españoles, es una mazamorra de maíz amarillo, espolvoreada con un poco de cal viva, que llena el estómago al amanecer y a la media mañana. El api, kiuma o chankarwa, según agrega el estudioso Toribio Mejía Xespe, es otra mazamorra, pero de quinua lavada, cocinada o tostada y pulverizada, que se consume en el altiplano. No es oficial, sin embargo cabe la posibilidad que se endulzara con azúcar exprimido del interior del maguey, tecnología andina que se ha perdido.

Los citadinos creen que en el mundo andino no existió el azúcar ni los postres y como siempre se equivocan porque no conocen sus tradiciones gastronómicas. El doctor Fernando Cabieses explicaba como encontró a Melchor Salomón, un limeño del campo, para el cuidado de las plantas medicinales del desaparecido Museo de Ciencias de la Salud. Este lo sorprendió un día con un  menú prehispánico y entre otros platos  le preparó un dulce exquisito y le explicó que estaba azucarado con el tierno corazón del maguey. “El secreto era cortarlo en pequeños trozos y que hierva hasta deshacerse, apareciendo cristales en el fondo. Su sabor es dulce, agradabilísimo.”

Lo mismo pasa con la  oka kawi cuanto más  se solea y se arruga su finísima piel se pone dulce, como si el sol incubara mieles en sus células, dando una mazamorra increíble; y, también  la de calabaza o lakawite api se prepara con calabaza seca o con iruta, mezcla de maíz. Hay otras que merecen recordarlas como el dulce del tomate de monte o sacha tomate, que es ligeramente ovalado y ácido, sumado últimamente a la repostería nacional.
Otra –que es una delicia para los expertos por su olor un poco fuerte- es la de tokosh de papa, oka o maíz fermentado, que toma las esencias del agua mientras reposa en una poza recibiendo la caricia del río que la deja sedosa.

Mazamorras donde nuestras variedades de maíz se lucen y que se han ido de las mesas populares donde debían volver con su nutricio contenido.
La mazamorra blanca con leche, polvito de canela y grajea, de harina de maíz blanco escogido, está casi olvidada. ¡qué pena!
Nos consuela la presencia de la mazamorra morada como un postre peruanísimo. Los limeños se nombran con orgullo: ¡limeño y mazamorrero!
No es para menos, la mazamorra morada es un acierto, una magnífica inspiración de alguna cocinera que probó las otras mazamorras que llegaban al qatu de la Plaza Mayor de Lima formando parte del cocaví o fiambre de las vendedoras.
¿Es muy antigua? ¡Quizá no! Quién sabe le antecedió la chicha morada. No se sabe cuándo bajó de sus alturas donde se cultiva el sara kulli para convertirse en una bebida especial para bajar la presión, descubrimiento curanderil, o generar la mazamorra morada que es un remate gentil en el almuerzo. Su ingreso en una mesa que siempre fue más peruana que española se dio como una primicia entre mantelería blanca y almidonada.  Podría ser que un devoto de ch’ullu y ojota trajera un octubre a Lima el kulli o maíz morado que se integró por su color como una ofrenda en la fiesta del Señor de los Milagros.
Así surgió la glamorosa mazamorra  del fondo de la olla de barro cargada de sabores y olores con la bendición de Dios. Su partida de bautizo no es esencial, decía Piedad de la Jara, una institución culinaria de la Ciudad de los Reyes. La “reina” de un restaurante  incomparable: “ El Karamanduka”.

La mazamorra morada limeña es delicada y femenina dentro de su barroquismo que hace agua la  boca sin discusiones y así es reconocida.
“Adorada y adorable”, escribía el entusiasta Corregidor Mejía, poético degustador de potajes, quien mencionaba que “se servía en las casas solariegas sobre fuente de plata, en los humildes callejones en platillo de barro y en las casas medianas en  pocillos de loza despostillada pero comida por todos con igual  regocijo.”

Morada, atizaba en el fuego de su voz ronca, doña Piedad, “ de un morado lindísimo del mejor maíz comprado con buen ojo, harina de camote rallado en casa y una huerta de frutas, orejones, huesillos, guindas, guindones, membrillos, melocotones y manzanas. De hecho un manjar sin desmerecer a la mazamorra con leche así como al champús”. Sólo verla en esas enormes ollas que parecen pozos encantados es un placer. ¡Y claro que si! 
El  frío ha hecho renacer en las últimas décadas al champús caliente, espeso, blanco y agrio, con mote, piña, manzana, membrillo para el acidito y harina de maíz amarillo, la suave pulpa de la guanábana deshecha hasta convertirse en un puré cuando llega su temporada, a veces con guayaba de corazón rosado, sin que falten  las ramitas de hinojo para darle un riquísimo aroma y que sea más digestivo.
Fue tan popular en la antigua Lima que se preparaba y se servía en su Plaza señorial.
Su cálido pregón invitaba a detenerse a los clientes de paso. Champús caliente, muchacha/el que se come medio, se come un real/ Para el colegial/ Vamos, venid, que ya está/ El cuartillo por delante y la taza por detrás.”

Las  mazamorras peruanas que deben seguir en la mesa con su exquisito carga montón de sabores, olores y colores, en la variedad de los maíces más gentiles para el alboroto de grandes y chicos.

¡Un regalo de los Andes! 


domingo, 13 de diciembre de 2015

CUENTOS PARA LOS NIÑOS

¿Qué les parece?
¡La educación infaltil tiene raíces prehispánicas!
En milenios los antiguos peruanos aprendieron maravillas de la naturaleza. Ellos registraron también los hechos históricos y sus observaciones dieron lugar a otras materias, como biología, botánica, astronomía y meteorología.

Los padres enseñában a sus hijos y cuando éstos crecieron a los nietos y así ha pasado hasta nosotros mediante la tradición oral.
La fantasía de los Andes que llega hasta el mar y acaricia la selva se desborda en historias llenas de color para los niños del Perú.

Un cuento con mucho de tradición oral es amado por los niños del Perú. Ellos sienten el mensaje que les llega de milenios. Va para Uds. con dibujos de Kukuli. 
Quien quiera uno de mis cuentos llamar a la señora Victoria Cano al 4715789, y están también en las librerías: La Familia, Ibero y Crisol. Son 14 títulos.
Un lindo regalo para Navidad!!!!


EL ARBOL DE LA QEWÑA
                       
La qewña o quinual (Polylepis insana) no es simplemente un árbol nativo de las alturas. Para las gentes que viven entre los 3,500 y 4,500 metros sobre el nivel del mar, es un ser humano que los protege, desde su prisión arbórea, de los vientos helados durante el día y del aliento frío de la altura en las noches creando un microclima.
Hasta el siglo pasado, la qewña formaba bosques en las montañas altoandinas del país. Pero éstos vienen reduciéndose dramáticamente, por la  depredación irracional generada por el empobrecimiento constante del campo.
Hoy se encuentra en la peligrosa curva de extinción. Queda apenas un dos o tres por ciento en nuestros altiplanos. Su corteza y sus ramas de color café-rojizo, blindadas por láminas térmicas, servían a los hanpiq para curar enfermedades bronquiales y a los awaq como tintes para sus tejidos. Al abrir sus capullos, en racimos de flores blancas, irradia todavía su pureza en el paisaje.  

Antes de que su existencia se diluya, porque la mayoría de peruanos no la conocen doy curso a la leyenda que me entregó de su origen José Portugal Catacora. Sea un motivo para recordar al gran maestro puneño.
En cada luna nueva, según decía, el corazón de Lampaya, el joven guerrero de los hanansayas, se descascara y sangra de tristeza en la qewña, árbol fuerte, cuyo tronco se crispa, como en un gesto de dolor y se enrojece. En vano sus brazos musculosos se retuercen en sus ramas, tendiéndose hacia el horizonte. Nunca encontrará a Kantuta, la dulce princesa de los hurinsayas, a quien amó sobre el odio de sus padres, kurakas de dos pueblos antagónicos, irreconciliables. Su destino es inexorable. Lampaya muere y resucita en cada qewña que crece en la soledad de la puna. Así lo dispuso en su maldición Pilinku, el severo Apu tutelar de sus antepasados.

“Tu alma vivirá por siempre convertida en árbol triste. Atada a sus raíces, como una sombra que llora por una eternidad. Es tu castigo por haber albergado en tu pecho un sentimiento prohibido hacia una mujer enemiga de tu pueblo.”

En las tibias orillas del lago, Kantuta esperó inútilmente a su amado. Quiso ir en su busca, pero fue detenida por los sacerdotes de los hurinsayas. Ellos la sacrificaron para impedir que huyera con el único hombre a quien no podía amar, porque entre ambos había un abismo de sangre y muerte que clamaba venganza.
Su padre dejó que hundieran un puñal en su pecho enamorado antes de permitir que se uniera a él. Cuando murió, de cada gota de sangre que cayó a la tierra, nació una flor: el qantu de pétalos fragantes, que fue declarado en la república Flor Nacional del Perú.
Ella jamás podrá acercarse a Lampaya. Pero un día -auguran los yatiris- los Apus perdonarán a los jóvenes amantes y Kantuta podrá al fin reclinar su sedosa corola en el tronco torturado de la qewña, uniéndose sus espíritus para siempre.

Las huestes imperiales de Mayta Qhapaq, el Sapan Inka del Cusco, descansaron en las alturas, a la sombra de un bosquecillo de qewñas, cuando regresaban de conquistar a los kuntis. Al pie de ellos, en la ribera de un río de aguas blancas, levantó su tienda el anciano general Wayta, hombre de confianza del gran Inka, que era muy estimado por su mesura y su bondad.
El noble orejón soñó en la noche a Lampaya, a quien vio desprenderse del interior del árbol, acercándose envuelto en rayos de luna. Preso de suma melancolía el guerrero le relató su triste destino, confiándole su pena y su desesperación. Finalmente, le adelantó que debía quedarse en el lugar porque los qollas pensaban levantarse en armas contra ellos.
“Tú eres el único hombre que puede contenerlos porque tu corazón es limpio y  alberga  la rectitud y la justicia, le indicó antes de desaparecer.

Al día siguiente el general refirió a Mayta Qhapaq el extraño encuentro y después de consultar con los adivinos se quedó en el sitio, fundando el pueblo de Lampa, Puno, en honor del joven guerrero. Wayta estuvo allí mucho tiempo y gobernó con sabiduría, propiciando mayores relaciones con los malqos o señores de la comarca.
Las lampeñas son hermosas mujeres y en los carnavales las doncellas bailan en rondas que se parecen a la wiphala qechwa. Ellas son choznas de las ñust’as cusqueñas que acompañaron al ilustre general en su voluntario destierro.
La danza tiene varios movimientos y en uno evocan con sus parejas el frustrado romance de Lampaya y Kantuta, uniendo al final sus manos para significar que, a través de ellas, los infortunados amantes pueden culminar sus sueños.
En Lampa es típico el lamento lúgubre del ayarachi, bailarín de la muerte, cuyas zampoñas enlutadas rememoran en sus notas la caida del Tawantinsuyu. Se cuenta que entonces llegaron hasta Lampa en doloroso éxodo príncipes y nobles del Cusco internándose en la montañas de Paratía, Paraq Tianan, “donde se sienta la lluvia”. De allí salieron después de un siglo con su llanto convertido en música y en danza fúnebre.

Otra versión sostiene que los ayarachis existen desde épocas más lejanas y que intervenían en los funerales como parte del ceremonial que  se efectuaba para despedir a los muertos. Sea como fuere, impresionan por la tristeza y la majestad que se desprende de sus instrumentos, sus movimientos y sus trajes.
En el virreinato las riquezas de las minas de Pomasi y Lamparanqen atrajeron a los codiciosos mineros blancos que esperaban ganar en América títulos y fortuna. Los caballeros de la Orden de Santiago abrieron socavones en todos los cerros buscando las preciosas vetas que se dieron generosamente.
Lampa se tornó española y alcanzó un apogeo extraordinario. Fueron los siglos del azogue y la plata. Se levantaron casas señoriales de anchos patios y oratorios en sus plazas.

Su iglesia ostenta como una joya sus relucientes cúpulas. Los alfareros de Santiago de Pupuja las recubrieron con ladrillos vidriados que relumbran al sol. Los canteros se afanaron en tallar su fachada de espléndido sillar y levantaron una graciosa torre florentina que, por capricho de su alarife, se encuentra a unos metros.
Los devotos hablan a los cuatro vientos de un Señor de maravilla, el Cristo del Santo Sepulcro esculpido en cuero de vaca, no se sabe por quién. La imagen, que es bellísima, deja notar las costuras que simulan magistralmente venas y arterias acordonadas por la tensión en la cruz.
La efigie de la patrona del pueblo, la Inmaculada Concepción, es española, probablemente de un taller de Sevilla. Fue dueña de una fortuna en joyas y títulos de propiedades. Según figura en los archivos, retuvo la hacienda “Moquegachi”, regalo de un devoto, desde el siglo XVI hasta los primeros años de la república. 
En la parte posterior de la iglesia se encuentra la capilla que mandó construir el ingeniero Enrique Torres Belón para colocar una réplica de la famosa Pietá de Miguel Angel, y, en un foso, los esqueletos de los primeros mineros que rodean su tumba.  

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 6 de diciembre de 2015

CUENTOS DEL ANDE

Para Navidad, para un cumpleaños, para todo el año, los cuentos de tradición a base de la tradición oral tienen un encanto especial. Los recogí en mis viajes hablando con gente extraordinaria que los relataba con gusto. Son la historia de los Andes de Perú.
Escribí unas notas que copio con algunos dibujos de Kukuli que siempre ha estado con mis sueños.





El Divino Robapan de Oropesa, Cusco: ¡Un pan calientito de tradición oral, con pasas de mitos y leyendas, recién salido del horno!. ¡Cuentos que nutren de peruanidad el alma de los niños!

El Uchuchulko de Santiago de Tuna, Lima: ¡Les invitamos a  conocer a Uxhuchulko, el pequeño guardián de la vida silvestre!  ¡Vamos!

El cuento está en librerías y pueden también llamar a la sr.a Victoria al  4715789.




LA PORTERITA DE OTUZCO

En Quiruvilca, bajo el sol, el frío pellizca las mejillas. Avanza el día y muerde las manos, las rodillas y se va metiendo en los huesos convertido en alfileretazos que llegan a la médula. Los braseros con bolas de  carbón de piedra mezcladas con una arcilla especial para que dure no son suficientes para ese fiero mastín. El forastero que llega siente sus colmillos y se pregunta si es posible vivir y soñar en esas condiciones. Sí, lo hacen. En el asiento minero, por razones de sobrevivencia, una población de dieciséis mil personas se mimetiza con el frío reinante y pasan los años de su brazo.
Me dijeron que era un lugar de pesadilla. Que la gente brotaba de los agujeros de los cerros. Que los niños andaban tan sucios y pobres que parecían trasgos o duendes. Que los peones escupían los pulmones por la silicosis mientras el cementerio se iba poblando de cruces. Fui a Quiruvilca cuando estaba la Northern Perú Mining Corporation y era peor. El pueblo no es sombrío a primera vista. Su cielo es añil a más de 4,100 metros y sin embargo es gris  para la población de extrema pobreza.

En Quiruvilca se lucha por el pan de cada día y nadie quiere agregar a la hostilidad del ambiente la dureza del desempleo. Los wamachukus prehispánicos descubrieron probablemente  el mineral en su superficie. En runa simi Kiruwillka quiere decir "diente sagrado".La sacralidad de la plata en el mundo andino que va paralela a la del oro. Fueron  los españoles hambrientos de poder quienes abrieron las primeras minas obligando a los habitantes de las cercanías a cavar las galerías y morir sin un padre nuestro entre los derrumbes y las filtraciones.

En 1920 fue la Northern que comenzó a sacar plata, encontrando también cobre, zinc, oro, plomo. Por esos años se vivió una época de auge y ante el acicate de extraer las riquezas que guardaba el cerro en sus entrañas y hacer negocios el pequeño villorrio creció de la noche a la mañana con gente procedente de Usquil, Santiago de Chuco, Angasmarca, Otuzco, Trujillo, Huaraz, Lima, y también Alemania, Austria, Holanda, Dinamarca.          
La bocamina llegó a varios niveles bajo tierra hasta que la explotación de los minerales, sobre todo el cobre, paró una y otra vez. Sin embargo, había etapas en que se trabajaba  veinticuatro horas. Esos cambios afectaban a los mineros que trataban de ganar algo más a costa de todo. Los accidentes arreciaron en su afán de arañar más los minerales. 

Entonces volvieron los ojos a la religión. Había que llevar alguna imagen. Cualquiera, una santa señora, un santo varón, para aferrarse a ella desesperadamente y obtener su protección.
Otuzco está cerca y entonces evocaron a una Virgen dulce como una paloma, cuyas manos de lirio se juntan en actitud de ruego, quien les pareció capaz de pedir piedad a Dios por ellos. Su nombre cobró fuerza en sus labios morados. Era la Porterita, que escapaba  de su precioso altar para estar cerca de los necesitados, y ella fue elegida por aclamación.
En los inicios de su culto a mediados del siglo pasado, dice don Apolonio Aguilar Reyes, los ingenieros Wilford y Stocktom se interesaron en que escultores de Lima fueran a Otuzco e hicieran una copia de la Virgen. Al cabo fueron dos imágenes. Una del tamaño de la original y la segunda más pequeña, refiere el director del Colegio Ricardo Palma, profesor Wilson Tacanga García. Ambas viajaron a su destino dando lugar a una entusiasta movilización de los mineros y sus familias para  alcanzarlas  en el camino y darles la bienvenida. El párroco Ignacio Otayza de Motil celebró misas en el desvío de La Constancia y en Shorey, el centro administrativo, en cuyas cercanías se podía captar la visión espectral de los relaves y un viejo cementerio.

Cuando llegaron la fiesta inundó de música la plaza grande donde estuvo su hogar provisional  hasta que le hicieron su iglesia en una calle y hubo salva de camaretazos, color con la presencia de sus clásicos bailarines, los negritos, que arribaron con los gitanos, acudiendo también las típicas mojigangas de Santiago de Chuco. Una procesión linda, espectacular porque hasta ahora llevan sus andas los hombres del mineral vestidos con sus trajes de labor. La primera noche se bautizó con el brillante estallido de los fuegos artificiales que colgaron estrellas en el espacio. La Virgen de la Puerta llegó en julio y su celebración es única, pues su fecha patronal  es cívico-religiosa, bajada de su altar el 27,  el 28 la fiesta de la Independencia Nacional, y el 29 el día principal en que recibió el amor recién estrenado de sus nuevos devotos, que incluyeron la corrida de toros en su honor. Su entronización, se comenta, bajó la racha de accidentes y la intensidad de los fuertes ventarrones o "trombas del diablo".

Ella siempre será una Reina pero, en Quiruvilca, donde su presencia es un motivo para que los niños coman guiso de carne y pataska durante sus festejos, es la Virgen Minera y lleva el casco de plata de los Ospina, donado en 1968. A sus pies una luna blanca se tiñe con el arco iris del lake, un mineral de colores. Sus barrios la celebran por turno con la empresa. San Pedro, Miraflores, Central, Leoncio Prado Alto y Bajo y el Bronce. Unas semanas antes la Virgen pequeña, su "Inter", habrá ido de familia en familia para las novenas llevando a sus corazones un ligero soplo de esperanza.
Siempre se espera un mañana mejor.

Alfonsina Barrionuevo