NUEVOS CUENTOS
PERUANOS
En milenios los antiguos peruanos aprendieron maravillas de la naturaleza. Sus observaciones dieron lugar a materias como biología, botánica, astronomía y meteorología.
Los padres enseñaban esos conocimientos a sus hijos, estos a los suyos y así pasaron por generaciones, llegando hasta nosotros por medio de la tradición oral.
Su fantasía en los
Andes, que llegan hasta el mar y acarician a la selva, se desborda en historias
llenas de color para los niños del Perú.
¿Nos acompañan a cumplir
las tareas de Mama Yacha?
¡Vamos con Llut, Amak y Shala a recoger agua
de estrellas, las semillas del rayo y una pluma del picaflor de oro!
Hay un viento
mayor y otro viento menor, un viento mujer y otro viento varón.
¿Quisieran saber
cómo es la hija de Paraka, la madre de los vientos?
Podrán conocerlos
leyendo mis cuentos. Llamar a la señora Victoria al 471 5789
UN
MAIZ CON HISTORIA
Si Guaman Poma de Ayala hubiera tenido
a la vista esta mazorca de maíz la hubiera mirado con cariño. No se hubiese
atrevido a tocarla porque era sagrada, pues perteneció a los jardines de oro
del Qorikancha, el gran templo de Qosqo. No la dibujó porque ya había hecho una
lámina de gente trabajando el maíz o mamasara en qechwa. Pero, es tan bella,
tan real que algo hubiera dicho. Lo más seguro es que sus ojos mortales no la vieron. Los españoles
pasaron por allí como una plaga de voraces langostas con mandíbulas de metal,
(sus arcabuces), y arrasaron con todo lo
que brillaba.
Nadie puede atestiguar cómo llegó esta
preciosa reliquia a las manos del sociólogo Jorge Cornejo Bouroncle en
la segunda mitad del siglo pasado. Sin duda, algún descendiente de los señores
inkas la guardó cuando escondieron las riquezas de los jardines del Qorikancha,
donde estaban “contrahechas,” en su tamaño natural, plantas, animales y seres
humanos de los lugares más lejanos del Tawantinsuyu.
Ahora ha vuelto a desaparecer. Deben
tenerla o quizá no los nietos o biznietos de Cornejo Bouroncle, que a lo mejor ya
ni llevan su apellido.
La mazorca tiene más o menos unos
catorce centímetros. La ví de pura casualidad, el estudioso, que me dio mucha
información sobre archivos de arte y las publicaciones
que hizo, incluyendo un estudio muy interesante sobre la revolución de Túpaq
Amaru, me invitó un día a acompañarle al Banco Internacional del
Jr. De la Unión, Lima. Quería mostrarme algo de inestimable valor y me pidió que
llevara mi cámara fotográfica.
Cuando bajamos al sótano, donde estaba
la caja fuerte, pidió su llave para abrir un pequeño cajón. De allí sacó un
envoltorio de papeles arrugados. Los fue abriendo, hasta que apareció la
mazorca inka. Mi asombro fue enorme, porque no la esperaba. Afirmó que era auténtica y
que la había traído de la capital imperial.
No le pregunté si la compró o si se la regalaron. Admiré
más bien sus granos perfectamente delineados y hasta el choqllopoqochi colocado
sobre ellos. Un detalle curioso: se trata de un pajarito que hace un larguísimo
vuelo desde Brasil para alimentarse en los maizales de Cusco, cuando sus frutos
están comenzando a madurar.
Le tomé una fotografía con luz muy
tenue, pero mi cámara era una Hasselbladt y capturó su imagen
dorada. Al salir le agradecí su confianza y me despedí. No lo volví a ver.
Conservo algunos de sus dibujos, hechos con tinta china, de casas antiguas de
Cusco. Me los obsequió para que tuviera un recuerdo de aquéllas, muchas de las
cuales ya no existen y hoy son hoteles.
El slide o diapositiva de 6 x 6 de la
mazorca lo guardé. Es una foto única, de una pieza que también es única de oro
inka en el mundo. Se ha exhibido como una reliquia entre las fotos que
conformaron la Muestra de Templos Sagrados de Machupiqchu que se expuso en la
Sala “Kuélap” del Museo de la Nación, con motivo de la presentación de mi libro
donde registro, como una primicia, la ubicación de 17 templos, sitios o wakas
del santuario.
Entre las novedades relacionadas con los
frutos de la tierra, que nombró el clérigo Cristóbal de Albornoz, casi a
finales del siglo XVI, está el maíz. Figura en su famosa “Instrucción para
descubrir las Guacas del Pirú y sus
camayos y haziendas”. Dice que los agricultores guardaban los mejores ejemplares
y los copiaban en oro, plata y piedra.
Tal la importancia que les daban. Por
eso mismo nunca los arrojaban como desperdicio.
Ellos tenían kamaqen ─es decir,
“espíritu”─ como la gente, las plantas y hasta los minerales, y al sentirse despreciados, podían ponerse
tristes.
El licenciado Polo de Ondegardo cuenta
que en Limapanpa, debió ser Rimaqpanpa, pues, los españoles no pronunciaban
bien la “r”, había una waka que
recordaba al primer maíz que sembraron Ayar Manko y Mama Wako. Estaba en la
actual plazoleta de Limaqpanpa Grande. A esa waka los agricultores de los
valles le pedían que sus plantas crecieran fuertes y lozanas para tener buenas cosechas.
Igualmente que ─al guardar las mazorcas
en los trojes─ no se malograsen.
En las chacras, las mazorcas que se
recogían después de despancarlas, eran veladas la primera noche, agradeciendo a
Pachamama, la Madre Tierra ,
por haberlas cuidado. Una costumbre que
perdura hasta ahora en muchos lugares de nuestro país, donde las colocan en las
pirwas.
En Qosqo hay una gran variedad de
maíces. Su antiguedad, según la aplicación del carbono 14 tiene miles de años.
Sin embargo, se ha encontrado en distintos pisos y muy cerca de Moray, una
especie de invernadero inka, corontas de cuatro y cinco centímetros que podrían
indicar su estado silvestre.
Puede ser. Tenemos hasta unas 146
variedades en nuestros diferentes pisos ecológicos. Mucho más que en
Mesoamérica.
Además de la leyenda de Mama Sara, la
doncella que el Padre Sol convirtió en maíz, y cuya representación
se veía en el Qorikancha, porque ella “amaba” al astro, existen otras.
María Rostworowski recogió la historia
de Mama Raywana, encargada de guardar los alimentos y darla a
los humanos y animales. Compromiso que no cumplió, por estar muy ocupada
cuidando a su hijo. Ante su olvido, las aves, que se morían de hambre, pusieron
en práctica una estrategia: El pájaro papamoscas le echó a la cara unas pulgas
que cazó y cuando ella desesperada trató de sacudírselas, cerrando los ojos, el
águila le quitó al niño.
Se lo devolvieron cuando ella prometió
que les daría enseguida los granos y tubérculos que pedían. El yuk yuk, autor
de la idea, recibió aplausos de todas las aves. La historia dice que los inkas
solían sacar en procesión a este pajarito, ricamente ataviado como si fuera una
persona.
La mazorca inka es uno de lo hallazgos
que se presenta en “Templos Sagrados de Machupiqchu”. Otros son los intiwatanas
que se encuentran en el mismo Qosqo. Uno, a tres cuadras de la Plaza Mayor , que me
mostró el periodista Fernando Moscoso
Salazar, y, un segundo, en Lanlakuyuq-Zona X del área de Saqsaywaman, en el
Hanan Qosqo, donde fuimos con Ana María Gálvez , Directora del Museo Histórico
Regional Casa Inca Garcilaso, siguiendo referencias de un arqueólogo de la Dirección Regional
de Cultura-Cusco.
Hay mucho por descubrir en la Ciudad Imperial
asentada en el lecho del antiquísimo lago Morkill, que se vació hace más de
300,000 años. Sus muros de piedra conservan el kamaqen de Pachakuti Inka
Yupanki, quien reordenó su traza y dio asiento o trono a más de 350 wakas para
darle sacralidad y trasladó las principales a la “montaña” de Machupiqchu, donde
subió cuando ella lo llamó. Historia fascinante, trasmitida por sus sacerdotes a los
españoles en el siglo XVI.
Alfonsina Barrionuevo