SINEWALDO DE PIURA
En mi colección de arte popular que se exhibe en el Museo de Artes y Tradiciones Populares se encuentra una obra de don Sinewaldo, un nombre que parece traído de las Cruzadas. Lo recuerdo magro, erguido a pesar del derrumbe de años sobre su cabeza, de manos grandes y dedos nudosos. Lo descubrí en una exposición del Museo Thomas que un día emigró no se sabe adónde.
Sus obras me
parecieron extrañas. Tenía una veintena de hombres y mujeres del campo en
terracota captados con una naturalidad asombrosa. Un tanto de magia y se hubieran
echado a caminar. Unos y otras eran mayores y tenían un aspecto desmañado, trasladado de su labor cotidiana, sin arreglo
ni retoque.
Quise saber más y
me quedé intrigada cuando don Sinewaldo me dijo que eran producto de su granja
de pavos. Lo miré con asombro y se puso a reír.
“Me llamo Sinewaldo y estoy aquí porque el
Señor arrasó un día con mi casa y mi chacra”, me dijo y notando mis dudas fue a
una explicación coherente.

“O sea que sigue
con los pavos. ¿Cómo ha podido dejarlos?” –le pregunté conmovida. Nunca había
visto a un esclavo de pavos, Ya veía a cientos de ellos cortándole el paso.
“Déjeme terminar.
Aunque un poco tarde Dios me escuchó y en un Niño feroz, el río se desmandó y
arrasó con la granja. Mi padre ya no existía pero yo seguía atado a ellos.Al
fin quedé sin nada y me liberé al fin. No sabía qué hacer, me sentía viejo pero
en eso vi un manto de arcilla en el lugar de la granja, allí estaba mi
tesoro. No sé de dónde salió mi afición
a trabajar el barro. Todos estos años he visto sólo campesinos. Por eso mi obra
es rural.”
Compré una mujer
que estaba peinando sus largos cabellos con un peine escarmenador y así don
Sinewaldo, con nombre de caballero cruzado entró a mi colección de artistas de
Perú. ¿Quieren ver la pieza del ceramista?. Mi exposición está en el jirón Camaná 459, Lima,
en una hermosa casa del Instituto Riva Agüero, segundo piso.
Cada pieza tiene historia.ABEJOTAS INKAS,MOCHES Y WANKAS
El wayronqo es feo. Los niños le tienen miedo. Sólo algunos-los más osados- se atreven a cogerlo, le amarran un hilo y lo llevan como una "mascota" voladora, un tanto suelto, para que no se vaya. Es un moscardón grande, negro y peludo, que al volar produce un zumbido intenso. Entre los 2,000 y 3,000 metros -más o menos- viven en las paredes de adobe, donde abre agujeros.
Parece que nadie ha dedicado un
estudio a este insecto propio de las pesadillas infantiles en el campo. Sin
embargo, nuestros antepasados prehispánicos sí lo hicieron, hasta determinar
que producía rica miel y polen.
Recuerdo haberle visto volar con las
patitas bañadas con un polvillo dorado. Ahora sé que era el polen de las flores
que le servían para alimentarse y elaborar un líquido denso, pegajoso y dulce. El
mismo que, en los Andes de Ancash,se llama tunpu.
Moches, inkas y wankas, entre otras
naciones que ocupaban nuestro territorio,
reconocían sus virtudes. El abejorro grueso y peludo, según notas de
Hans Jungbluth, era en realidad una
especie de abejota silvestre que pasó a ser relegada a último plano cuando
llegaron las abejas europeas.
En el antiguo Perú se usaba su miel y
su cera, porque la primera ─obtenida incluso de unas abejas pequeñas, sin
aguijón, llamadas meliponas─ ayudaba a vivir con salud. Los moche recolectaban
la miel producida por abejas que proliferaban en lugares donde había plantas de
tomate silvestre, tomate de campo o sachatomate, que era de gran beneficio para
los niños, las mujeres lactantes y los
mayores. Su sabor, ─dicen los cronistas─ era inigualable. También se
menciona la miel que se obtenía en las
partes donde crece el maní por la misma razón.
La miel de las meliponas sirve mucho a
las naciones de Amazonas y Loreto, donde abundan. En el mercado tradicional
recibe el nombre de miel de palo y es preferida a otras para ciertos ritos
tradicionales. En los pueblos cercanos, el chuchuwasi o hidromiel se prepara
con ella.
Según los extraordinarios registros de
Guaman Poma de Ayala, en el Qoya Raytmi Killa o Fiesta de la Luna, en
setiembre, cuando se celebraba el kikuchikuy o primera menarquía de las niñas,
se les daba pociones de ciertas flores y miel de abeja, por la creencia de que
así preservarían la frescura de su piel por largo tiempo.
Entre los inkas se apreciaba mucho a
los wayronqos y en varios pueblos de Cusco, Ancash, Junín y otros andinos, se
cree hasta hoy que su cera tiene gran fuerza como ofrenda. Los abejorros o
abejas grandes eran criaturas de Mama map’a, que les protegía haciendo que su
miel fuera abundante.
En las galerías que abre este gran
trabajador alado, tanto en las paredes
de adobe, como en las cortezas de ciertos árboles, especialmente el maguey, suele
encontrarse bolitas de polen más grandes que una avellana. Cada nido contiene
unos 250 gramos
de polen, rico en proteínas y vitaminas. ¡Quién lo iba imaginar!.
En algunos haywariku, pagapu u
ofrendas que se arman sólo con pétalos de flores rojas y blancas o de otros
colores, se emplea la miel del abejorro para pegar unos con otros y recrear su
presentación. Me encargaron hacer una y sirvió muy bien la miel cristalizada.
La única forma de que no se corriera. Fue un verdadero desafío.
Nuestra Amazonía ofrece una buena
cantidad de mieladas cada año, al principio de la época lluviosa. “En comarcas
donde impera el cultivo ilegal de coca para producir droga, los panales de
abejas son una alternativa para la pobre economía del poblador de la gran
región de los bosques y los ríos”, comenta Junbluth. Su carácter de suplemento
alimentario es muy apreciado. Vale recordar que tenemos un déficit de
producción y que por ello se importa varias toneladas de Chile y Argentina.
Se estima que en el país existen entre
15,000 y 18,000 apicultores, más o menos. Pero
muy pocos pueden llegar a tener 1,000 colmenas. La mayoría fluctúa entre
12 y 15. Muchas son colocadas en los techos de las casas, para evitar el riesgo
de robo. Su manejo no siempre es técnico. Algunos se han organizado y trabajan
con destreza, por ejemplo en Tumbes, Piura y Lambayeque, obteniendo miel con
sabores de árboles frutales, a los que
se suman las floraciones del algodón.
Entre las amenazas que se ciernen
sobre los apicultores, destacan: el aumento del uso de pesticidas en la
agricultura, el posible ingreso de
cultivos transgénicos, la tala ilegal de bosques, el escaso apoyo del
Estado y la banca a los proyectos avícolas, y el problema de la abeja
africanizada que conserva una dosis de agresividad.
De manera colateral, las abejas son
usadas con fines curativos. “Un aguijón bien puesto puede ser santo remedio
para varios males”, asegura Hans Jungbluth, director del Centro de Medicina Alterativa
“Abejas curativas”. Este tipo de terapia data de la época de Hipócrates, Padre
de la Medicina, pero recién en los últimos años se ha investigado cuáles son
los componentes de la apitoxina que segrega la abeja al picar y sus mejores formas de aplicación.
Con más de treinta años dedicados a la
crianza de abejas, él manifiesta que su efecto antiinflamatorio es dos veces
superior al de la aspirina, está registrado como medicamento en Estados Unidos
y se puede encontrar en el vademécum clínico.
La terapia con abejas actúa sobre
varios campos a la vez. La miel es un excelente alimento energético. El polen
tiene casi todos los nutrientes que el cuerpo necesita. La jalea real renueva
las células y regula las hormonas, y el propóleo ayuda a eliminar las toxinas
acumuladas en el organismo.
La apitoxina es un bioestimulante y,
al mismo tiempo, un antibiótico natural
que combate afecciones a los sistemas respiratorio y digestivo, promueve
la regeneración de los tejidos y controla los síntomas causados por el estrés,
incluyendo la migraña.
Al respecto, Stephan Stangaciu,
científico rumano, afirma que es ”La reina de las terapias alternativas”. Una
panacea ideal que proporcionan las abejas.
El Instituto Nacional de
Investigación Agraria, las facultades de Biología de nuestras universidades y
el Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana, entre otros organismos,
deberían emprender el estudio científico de nuestras abejas silvestres, para
manejarlas y aprovecharlas como parte de nuestra biodiversidad.
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