domingo, 20 de septiembre de 2015

SINEWALDO DE PIURA

En mi colección de arte popular que se exhibe en el Museo de Artes y Tradiciones Populares se encuentra una obra de don Sinewaldo, un nombre que parece traído de las Cruzadas. Lo recuerdo magro, erguido a pesar del derrumbe de años sobre su cabeza, de manos grandes y dedos nudosos. Lo descubrí en una exposición del Museo Thomas que un día emigró no se sabe adónde.

Sus obras me parecieron extrañas. Tenía una veintena de hombres y mujeres del campo en terracota captados con una naturalidad asombrosa. Un tanto de magia y se hubieran echado a caminar. Unos y otras eran mayores y tenían un aspecto desmañado,  trasladado de su labor cotidiana, sin arreglo ni retoque.
Quise saber más y me quedé intrigada cuando don Sinewaldo me dijo que eran producto de su granja de pavos. Lo miré con asombro y se puso a reír.
 “Me llamo Sinewaldo y estoy aquí porque el Señor arrasó un día con mi casa y mi chacra”, me dijo y notando mis dudas fue a una explicación coherente.
“Nací en una granja de pavos de Semana Santa, cerca de Catacaos,  Piura. Desde que comencé a  a caminar sentí que estaba amarrado a esas aves. A mucha gente le gustan los pavos con piña, sobre todo en Semana Santa. Yo los detesto. Mi padre me obligó a cuidar sus pavos toda mi vida. Me enseñó a leer y escribir para que no fuera a la escuela y dedicó mi niñez, mi  juventud y mi mayoría de edad a cuidarlas.  Yo rezaba todos los días para que ocurriese algo que me liberase de ellas y nada.”

“O sea que sigue con los pavos. ¿Cómo ha podido dejarlos?” –le pregunté conmovida. Nunca había visto a un esclavo de pavos, Ya veía a cientos de ellos cortándole el paso.
“Déjeme terminar. Aunque un poco tarde Dios me escuchó y en un Niño feroz, el río se desmandó y arrasó con la granja. Mi padre ya no existía pero yo seguía atado a ellos.Al fin quedé sin nada y me liberé al fin. No sabía qué hacer, me sentía viejo pero en eso vi un manto de arcilla en el lugar de la granja, allí estaba mi tesoro.  No sé de dónde salió mi afición a trabajar el barro. Todos estos años he visto sólo campesinos. Por eso mi obra es rural.”
Compré una mujer que estaba peinando sus largos cabellos con un peine escarmenador y así don Sinewaldo, con nombre de caballero cruzado entró a mi colección de artistas de Perú. ¿Quieren ver la pieza del ceramista?.  Mi exposición está en el jirón Camaná 459, Lima, en una hermosa casa del Instituto Riva Agüero, segundo piso.
Cada pieza tiene historia.




ABEJOTAS INKAS,MOCHES Y WANKAS



 El wayronqo es feo. Los niños le tienen miedo. Sólo algunos-los más osados- se atreven a cogerlo, le amarran un hilo y lo llevan como una "mascota" voladora, un tanto suelto, para que no se vaya. Es un moscardón grande, negro y peludo, que al volar produce un zumbido intenso. Entre los 2,000 y 3,000 metros -más o menos- viven en las paredes de adobe, donde abre agujeros.                             

Parece que nadie ha dedicado un estudio a este insecto propio de las pesadillas infantiles en el campo. Sin embargo, nuestros antepasados prehispánicos sí lo hicieron, hasta determinar que producía rica miel y polen.
Recuerdo haberle visto volar con las patitas bañadas con un polvillo dorado. Ahora sé que era el polen de las flores que le servían para alimentarse y elaborar un líquido denso, pegajoso y dulce. El mismo que, en los Andes de Ancash,se llama tunpu.
Moches, inkas y wankas, entre otras naciones que ocupaban nuestro territorio,  reconocían sus virtudes. El abejorro grueso y peludo, según notas de Hans Jungbluth,  era en realidad una especie de abejota silvestre que pasó a ser relegada a último plano cuando llegaron las abejas europeas.    

En el antiguo Perú se usaba su miel y su cera, porque la primera ─obtenida incluso de unas abejas pequeñas, sin aguijón, llamadas meliponas─ ayudaba a vivir con salud. Los moche recolectaban la miel producida por abejas que proliferaban en lugares donde había plantas de tomate silvestre, tomate de campo o sachatomate, que era de gran beneficio para los niños, las mujeres lactantes y los mayores. Su sabor, ─dicen los cronistas─ era inigualable. También se menciona la miel que se obtenía en las partes donde crece el maní por la misma razón.

La miel de las meliponas sirve mucho a las naciones de Amazonas y Loreto, donde abundan. En el mercado tradicional recibe el nombre de miel de palo y es preferida a otras para ciertos ritos tradicionales. En los pueblos cercanos, el chuchuwasi o hidromiel se prepara con ella.
Nuestras abejas no necesitan atención sanitaria ni otros tratamientos como la Apis mellifera, originaria de Europa,  porque son nativas. 
Según los extraordinarios registros de Guaman Poma de Ayala, en el Qoya Raytmi Killa o Fiesta de la Luna, en setiembre, cuando se celebraba el kikuchikuy o primera menarquía de las niñas, se les daba pociones de ciertas flores y miel de abeja, por la creencia de que así preservarían la frescura de su piel por largo tiempo.
Entre los inkas se apreciaba mucho a los wayronqos y en varios pueblos de Cusco, Ancash, Junín y otros andinos, se cree hasta hoy que su cera tiene gran fuerza como ofrenda. Los abejorros o abejas grandes eran criaturas de Mama map’a, que les protegía haciendo que su miel fuera abundante.

En las galerías que abre este gran trabajador alado,  tanto en las paredes de adobe, como en las cortezas de ciertos árboles, especialmente el maguey, suele encontrarse bolitas de polen más grandes que una avellana. Cada nido contiene unos 250 gramos de polen, rico en proteínas y vitaminas. ¡Quién lo iba imaginar!.
En algunos haywariku, pagapu u ofrendas que se arman sólo con pétalos de flores rojas y blancas o de otros colores, se emplea la miel del abejorro para pegar unos con otros y recrear su presentación. Me encargaron hacer una y sirvió muy bien la miel cristalizada. La única forma de que no se corriera. Fue un verdadero desafío.

Nuestra Amazonía ofrece una buena cantidad de mieladas cada año, al principio de la época lluviosa. “En comarcas donde impera el cultivo ilegal de coca para producir droga, los panales de abejas son una alternativa para la pobre economía del poblador de la gran región de los bosques y los ríos”, comenta Junbluth. Su carácter de suplemento alimentario es muy apreciado. Vale recordar que tenemos un déficit de producción y que por ello se importa varias toneladas de Chile y Argentina.
Se estima que en el país existen entre 15,000 y 18,000 apicultores, más o menos. Pero  muy pocos pueden llegar a tener 1,000 colmenas. La mayoría fluctúa entre 12 y 15. Muchas son colocadas en los techos de las casas, para evitar el riesgo de robo. Su manejo no siempre es técnico. Algunos se han organizado y trabajan con destreza, por ejemplo en Tumbes, Piura y Lambayeque, obteniendo miel con sabores de árboles frutales,  a los que se suman las floraciones del algodón.

Entre las amenazas que se ciernen sobre los apicultores, destacan: el aumento del uso de pesticidas en la agricultura, el posible ingreso de  cultivos transgénicos, la tala ilegal de bosques, el escaso apoyo del Estado y la banca a los proyectos avícolas, y el problema de la abeja africanizada que conserva una dosis de agresividad.
De manera colateral, las abejas son usadas con fines curativos. “Un aguijón bien puesto puede ser santo remedio para varios males”, asegura Hans Jungbluth, director del Centro de Medicina Alterativa “Abejas curativas”. Este tipo de terapia data de la época de Hipócrates, Padre de la Medicina, pero recién en los últimos años se ha investigado cuáles son los componentes de la apitoxina que segrega la abeja al picar  y sus mejores formas  de aplicación.

Con más de treinta años dedicados a la crianza de abejas, él manifiesta que su efecto antiinflamatorio es dos veces superior al de la aspirina, está registrado como medicamento en Estados Unidos y se puede encontrar en el vademécum clínico.
La terapia con abejas actúa sobre varios campos a la vez. La miel es un excelente alimento energético. El polen tiene casi todos los nutrientes que el cuerpo necesita. La jalea real renueva las células y regula las hormonas, y el propóleo ayuda a eliminar las toxinas acumuladas en el organismo.
La apitoxina es un bioestimulante y, al mismo tiempo, un antibiótico natural  que combate afecciones a los sistemas respiratorio y digestivo, promueve la regeneración de los tejidos y controla los síntomas causados por el estrés, incluyendo  la migraña.

Al respecto, Stephan Stangaciu, científico rumano, afirma que es ”La reina de las terapias alternativas”. Una panacea ideal que proporcionan las abejas.

El Instituto Nacional de Investigación Agraria, las facultades de Biología de nuestras universidades y el Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana, entre otros organismos, deberían emprender el estudio científico de nuestras abejas silvestres, para manejarlas y aprovecharlas como parte de nuestra biodiversidad.

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