GRABANDO
PARA LA PACHAMAMA
No podía mirar al Apu Salqantay porque
estábamos a oscuras. Debió aflorar a
sus labios una sonrisa. Me miró desde sus alturas y dijo con voz clara y
fuerte:
-No. Lo que haré como despedida será
rozar tus cabellos. Kutimunkiña. Los únicos que tienen derecho de entrar en mi
estrella son los cóndores porque son mis criaturas. Te dejé tomar una foto de
la laguna donde se zambullen, la Waynaqocha. Tú la tienes pero los pilotos de
los aviones que dan vueltas a veces nunca la verán.
Su ala derecha pasó muy cerca de mí y
se sintió la fuerza de sus alas. Mis cabellos se levantaron ligeramente y cayeron sobre mi frente. Maquinalmente
los arreglé. Al menos prometió regresar.
Nos quedamos mudos otro tanto y la
Pachama del Waqaypata rompió el silencio.
-Has escrito poco para mí –comentó en
tono de reproche.
-Nos
conocemos poco, mamita –le contesté. Ádemás me han dicho que no les gusta que
les graben y mi memoria no es buena para retener lo que digas tal como debe
ser.
-Tienes razón. Estás autorizada para
traer una grabadora.
-…y una cámara fotográfica.
- No.
-¿Por qué?
-Nosotros, Apus y Pachamamas, no somos
como uds. Somos energía pura, seres de
luz. No saldría nada y antes de que
trataras de disparar el botón ya nos
habríamos ido.
-Haz lo que te dice –me indicó Mario
Cama.
-Y ahora, -Cómo quieres que me vaya?
La pregunta me inmovilizó.
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Resumen del libro “Hablando con los Apus”.
RENACE
EL ALGODÓN DE COLORES
Lo veo en internet como si fuera un sueño. A lo lejos parece el botón de una rosa encendida, como una brasa. Así se deben ver también otros capullos: con una imponente sinfonía de colores. Amarillos, marrones, negros, blancos o morados.
Los cronistas de siglo XVI fueron parcos. Se
limitaron a decir que habían visto algodón de colores y guardaron su entusiasmo
para otros temas. Los encomenderos explotaron sin mayor demora los tejidos de
las telas “kunbe” de algodón andino
para enviarlos en fardos a la península. Era tal su ansia, que hacían trabajar
sin piedad hasta a los niños. Les ataban del tobillo a los telares, como
pajaritos, para que no escapen. Ellos tejían igual que los mayores, desde el
alba hasta que caía el sol.
La industria decayó cuando Europa comenzó a
abarrotar el mercado de América con sedas, terciopelos, castillas, encajes,
gasas y cuanto servía para vestir a la gente de la ciudad. Nuestro algodón discriminado
como la propia gente nativa, luchando desesperadamente para sobrevivir.
Ahora, en que escribo estas líneas, me doy
cuenta de cuánto hay que batallar, incluso para cambiar el pensamiento de esa
otra mitad de peruanos que no entienden el compromiso quetenemos con la
historia y que no debemos dejar que la patria se diluya ante nuestros ojos. Los
españoles crearon en nuestros pueblos un trauma
de inferioridad al que incorporaron plantas y animales. Estamos viviendo un
momento difícil en que la globalización nos invade. Necesitamos unir fuerzas.
Merecemos un destino mejor y hay que conquistarlo. Tenemos que apoyar a nuestro
algodón
de colores para que recobre su sitial.
El algodón blanco es originario de varias
partes del globo. Entre ellas la isla Barbados en Centro América, cuna de la
especie Gossypium barbadense, una
malvácea. A ésta le tocó diversificarse, siendo llevada como rica presea de un
sitio a otro, hasta que levantó un vuelo generacional en Egipto. Entre tantas vueltas
llegó al Perú, estableciéndose como un nuevo
algodón, el “Pima”, que ha absorbido los valores de nuestro ambiente.
Entretanto, nuestro algodón de colores fue
puesto hasta el borde de la extinción.
Injustamente se le consideró áspero y ordinario,
olvidando que fue empleado por los extraordinarios tejedores de Caral, Chavin,
Parakas, Chankay o Inka, entre otras culturas. Según los estudiosos, en una pulgada
se cuentan hasta 398 hilos de una finura admirable. Sus colores cautivan desde las tramas de fondo
o los magníficos bordados que han
resistido el paso de milenios.
A principios del siglo XX se creyó curiosamente
que la gente del Perú teñía el algodón y la fibra de alpaka con tintes minerales.
Sumo error que confundió la apreciación de nuestro algodón nativo, también conocido
como algodón país. Este algodón, que se encuentra principalmente en el norte, sintió
la reducción de su área de subsistencia al dársele de baja. El golpe de gracia
lo recibió en 1940, cuando por decreto gubernamental se prohibió su cultivo. El
veto oficial decía que era culpable de causar plagas en las plantaciones del
algodón foráneo de blanquísima fibra.
La resistencia que surgió de inmediato lo
salvó del naufragio en los surcos donde antes se enseñoreaba. Inspira ternura la valentía de las mujeres de Lambayeque que lo cobijaron
en sus huertos osadamente, para seguir tejiendo chales, alforjas y fajas, sin tener que recurrir a los tintes
alemanes que llegaban a todos los mercados.
En los últimos lustros, cuando la calidad de
nuestros productos se está imponiendo en
el mundo, el algodón nativo
ha comenzado a recibir aliento. La prestigiosa arqueóloga Ruth Shady, que acaba de celebrar el decimo noveno aniversario del redescubrimiento
de Caral-Supe, anunció que tiene en
camino un proyecto para su rescate. Como primer aporte los campesinos han
recolectado 6,000 plantones que ya
tienen un lugar para crecer sin temor y con cariño.
De acuerdo con el hallazgo de motas, atados
compactos y semillas de algodón pardo, marrón, crema y beige en Supe, se puede
afirmar que los antiguos caralinos habían emprendido su manejo. La existencia
de ruecas, telares y restos de tejidos evidencian que hace 5,000 años los
pobladores de la Ciudad Sagrada de Caral
ya lo habían descubierto en los albores de los conocimientos matemáticos,
astronómicos y arquitectónicos. Gracias
a su presencia, ellos pasaron del taparrabo de junco a la prenda liviana y sugerente.
En uno de mis primeros viajes al norte, el
antropólogo James Vreeland me mostró
con entusiasmo vellones sorprendentes del algodón de colores. Los tenía una
señora de Mórrope, de la Asociación de Productores de Algodón
Orgánico que el estudioso fundó para su salvataje. Sus características,
según dijo, eran asombrosas por la cantidad de tonalidades naturales que tenía.
La planta es tan buena, que puede enfrentar
al desierto y la sequía. Sus raíces se alargan buscando agua, hasta hallar
fuentes subterráneas por su cuenta. Su resistencia a las pestes la convierte en
un acorazado vegetal. De fibra larga y pródiga
para el hilado, este algodón da dos
cosechas al año. Incluso es posible extraer de sus pepitas un fino aceite, como el de oliva.
La situación del algodón de colores sigue
siendo crítica. Sin embargo, esperamos que tenga una segunda oportunidad. Los
agricultores de las viejas culturas se han hecho polvo. El trabajo de los arqueólogos,
siendo muy laborioso, es limitado. Pero, felizmente, tenemos a Ruth Shady. Ella va más allá de los
registros en su deseo de tonificar Supe,
Végueta y Vichama, motivando con la grandeza del pasado a una población poco
afortunada económicamente.
La jefa del Proyecto “Caral-Supe” puede lograr imposibles si recibe recursos
para este algodón heroico, que a lo mejor se convierte en un dínamo para ayudar
a los vecinos del poderoso grupo arqueológico.
Esperemos que vuelva a crecer la sombra benéfica del cerro Gokne, su apu protector. En este siglo globalizado hay preferencia por lo
orgánico y el algodón de colores tiene
que ganarle con todo derecho al plástico en las competencias de la moda con la marca
Perú.
Alfonsina Barrionuevo