domingo, 18 de mayo de 2014

LA PROFECIA DEL QORIQENKA


En P’isaq, frente a la soberbia ciudad inka, en un morro elevado sobre el Willkamayu, existe un monolito que tiene la figura de una mujer con el phullu o manta doblado sobre su cabeza. Ella es Inkill Chunpi, la hija del noble Wayllapuma, kuraka de esas tierras, petrificada por su curiosidad.   
Su pueblo estaba asentado en las alturas del gran cerro de las perdices. En  tiempo de lluvias sufría el asedio de los feroces antis y aunque tenía amistad  con los Inkas ellos no podían cruzar el río cuando aumentaba de caudal.

En estas circunstancias nació Inkill Chunpi y Wankar K´uichi, el oráculo del arco iris que estuvo prisionero en uno de los cerros, profetizó que ella resolvería el problema. “Uno de sus pretendientes construiría el puente que necesitaban en una sola noche.”
En efecto  la mano de la hermosa fue  muy solicitada pero apenas se conoció la condición impuesta por el temido Wankar K’uichi los pretendientes desistían.
Sólo un valiente mozo, Asto Rimaq, de origen walla, se atrevió a quedarse.

Lo hizo porque  “su mentor”, un ave increíble llamada Qoriqenka, que sabía hablar, le dijo que el puente se haría solo.
Ambos debían hacer el intento. Bajar hasta el Willkamayu, el río de encrespadas aguas. En su orilla se quedaría Asto Rimaq, y ella, pasando la corriente sin cuidado porque bajaría hasta sus tobillos debía subir el cerro regando lentamente sagradas hojas de coca.
Sin embargo no debía mover la cabeza  pasara lo que debía pasar. Si lo hacía ellos no volverían a verse y no quedaría esperanza para los suyos.
Nada más fácil, pero cuando ella sintió que las rocas se movían  uno y otro lado con un trajín colosal, arrancándose de sus canteras, chocando entre ellas. despidiendo chispas de colores con el fondo del cielo que de negro se tornaba rojo  y así otra vez, mientras haces de rayos lo rasgaban, no puo contenerse y se volvió para mirar. Al momento el movimiento cesó y todo quedó en silencio como antes.
El gigantesco puente no pudo hacerse. Ella se convirtió en piedra, nunca se supo qué le sucedió a Asto Rimaq  y ante la fatalidad el corazón de Waylla Puma se detuvo.

El Qoriqenka no pudo sobreivir a la pérdida de su joven príncipe. Antes de morir pidió que entregaran al Inka reinante tres de sus plumas. La amarilla, según indicó, era símbolo de riqueza; la azul,  sinónimo de sabiduría y la roja, de poder.
Siempre deberían estar juntas. Si las separasen determinarían la caída del Tawantisuyu. Wayna Qhapaq que no lo sabía, porque era un secreto, dividió las plumas que estaban sobre su frente, ceñidas por la maskapaycha entre sus hijos Waskar y Atawallpa”, llegando trágicos días para el imperio.

         


LA CIUDAD DE LAS P’ISAQAS         

A orillas del Willkamayu, el río sagrado que corre por cauces de piedra labrada  domeñando su furia, comienzan las franjas de luz y sombra de los famosos andenes de P’isaq. Una ciudad de leyenda que fue construída en una cresta de roca azul, casi sobre el aire, para avizorar el más hermoso de los valles cusqueños.
Los habitantes de P’isaq, que carecieron de tierras de cultivo, tallaron las laderas del mítico cerro Linle donde vivían patentando una agricultura aérea. En las gigantescas escalinatas que trepaban hasta la ciudad hicieron florecer el maíz más grande y dulce del imperio, las frutas más selectas, las flores más bellas y plantas medicinales diversas.
         
Allí llegaron a tener su asiento los khuyus, gente muy muy belicosa, a quienes los inkas pasaron por las armas, quedando sólo las mujeres y los niños. A Pachakuteq le gustó su paisaje y lo tomó para su panaka.
El lugar ya se llamaba P’isaq por la gran cantidad de perdices o p’isaqas que existían en sus escarpas. Hoy los campesinos han vuelto a llamarle con suma veneración Linle, sin que se pueda explicar el significado de esta palabra.
Henry Georges Squier, el ilustre viajero francés, habla con admiración de este monumento guerrero y afirma que en conjunto es tan notable como Saqsaywaman y comparable solamente  con los fuertes de las colinas de la India.

“En P’isaq, escribía el canónigo Maximiliano Rendón, destacan las murallas ciclópeas de la falda oriental, extensas y grandiosas,  las portadas de piedra que ostentan detalles precisos, de líneas perfectas. los admirables acueductos que conducían, como arterias por  la montaña sagrada, el líquido elemento a todos sus flancos y explanadas.”
“Aún se puede apreciar torres avizoras y bastiones a lo largo de los galayos del monte como nidos de cóndores, acueductos, sifones y alcantarillas, que conducían el agua en un espacio de unos siete kilómetros. Dos ciudades pétreas, un observatorio astronómico, templos magníficos, el intiwatana y la necrópolis en las oquedades de un peñón,  donde colocaban a sus muertos para que protegieran el sueño de los vivos.”

La ciudad inka de P’isaq se encuentra en magnífico estado siendo muy visitada. La ciudad española, fundada en a parte baja, se engalana cuando celebra a la Virgen del Carmen. la iglesia ha sido restaurada y pintada al estilo de las otras iglesias cusqueñas.

Los pueblos aledaños asisten a la fiesta con sus galas y en los últimos años se han formado conjuntos de saqras, qollas, waka wakas, qhapaq negros, qhapaq ch’unchos y otros que bailan en la plaza y acompañan a las imágenes que son dos.
Las santas señoras mellizas fueron encontradas en la pared de una hacienda que estaban desatando para cambiarla. Habían sido colocadas en cajas individuales y estaban intactas. La procesión a medio año puede ser aprovechada para visitar los barrios imperiales de la parte superior y asistir a la misa que es muy concurrida.
Un dato para los turistas. En los domingos hay ferias de artesanías de tejidos y cerámicas propias del lugar. Está a unos treinta kilómetros de Cusco y hay automóviles, combis y omnibuses de transporte.



Alfonsina Barrionuevo

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