martes, 13 de mayo de 2014


LA AMADA DEL SALKANTAY

Una ñusta  o princesa inka enamorada del nevado Salqantay subió hasta sus escarpas venciendo mil dificultades y acarició  sus nieves. 
El Apu, según la leyenda, admiró su valentía y la convirtió en una orquídea (Masdevallia amabilis) que crece a su lado. Su nombre es Wiñay Wayna, “eternamente joven”.
En el enfrentamiento del ejército inka con los rebeldes poqras de Ayacucho, los guerreros imperiales llevaron en sus escudos esta orquídea como insignia imperial. Los otros tenían como símbolo al wamancha o halcón. Su historia fascinó al sabio huarochirano Julio C. Tello, quien pensó que era el nombre adecuado para bautizar al último templo que da acceso al Santuario de Machupiqchu: Wiñay Wayna.








LAS   ORQUÍDEAS DE INKATERRA

En abril del 2006, antes de ascender con Verónica Haaker al Phutukusi, uno de los cerros guardianes de Machupiqchu,  tuvimos el placer de ver jardines de orquídeas de Inkaterra Machupiqchu Pueblo Hotel.  

Entre la neblina y la lluvia, Carmen Soto Vargas,  su bióloga jefe, nos mostró la Wiñay Wayna y nos fue informando con minuciosidad las características en general de estas flores de lujo. Teníamos la suerte de estar en su espacio vital, también recinto de helechos, bromelias,  palmeras y plantas nativas medicinales; aves como los colibríes, los quetzales y el relojero montés; igual que  osos de anteojos que disfrutan un banquete de frutas a diario en sus “suites privadas” o espacios donde se sienten casi libres.

Avizorar al gallito de las rocas, balanceándose como un tizón de fuego en una rama a corta distancia, fue excepcional. Igualmente, contemplar el vuelo de la mariposa alas de cristal o la presencia cerca de los bebederos de ejemplares desconocidos como el colibrí cola de raqueta.
Protegidas por sendos paraguas, ahí recibimos  una clase magistral de la bióloga comenzando desde la protección del entorno. En 1975, José Koechlin, de Inkaterra Asociación,  restauró bosques que habían sido talados por antiguos habitantes con fines agrícolas, y conservó los árboles nativos para recuperar especies de flora y fauna de interés o en peligro de extinción.
Su afán por defender el ecosistema del lugar, uno de los atractivos conexos al  santuario, lo impulsó a dedicar una buena extensión del área que ocupa su hotel con ese noble propósito. La Madre  Naturaleza le respondió con creces. Muchos viajeros llegan de otras partes del mundo exclusivamente para contemplar la diversidad de orquídeas que posee.

Machupiqchu es ideal para descubrir tal riqueza, porque en su bosque de nubes tiene cinco microclimas, desde los 1,800 hasta los 5,000 metros de altura.  Sólo en los jardines del hotel, el biólogo Ricardo Fernández, investigador del Museo de Historia Natural “Javier Prado” de la Universidad Nacional Mayor Nacional de San Marcos, ha registrado de 372 especies de orquídeas nativas, de las cuales muchas son nuevas para la ciencia en variedad, nombre y género.
La idea que se tiene de las orquídeas como una especie de flores grandes  y con colores llamativos, de pétalos alargados y hojas a manera de cintas” no concuerda con la realidad. Algo de eso conocía, pues, en un viaje a Chachapoyas me enseñaron que la mayoría de las especies de orquídeas son de flores diminutas.

Toda una mañana las fuimos viendo con la especialista. Unas muy pequeñas, de pocos milímetros de longitud, que se mecían en las hamacas del aire, o que aparecen como bellísimas miniaturas mimetizadas con  los troncos de los árboles. También dijo que no son parásitas como se cree. Hay terrestres que crecen a nivel del suelo, litofitas sobre piedras y rocas, epifitas abrazadas a los árboles, hemiepifitas que hunden sus raíces en el suelo y trepan en busca de luz, y de extraño gusto como las  saprófitas, que se reproducen sobre materia en descomposición.
Yo pensaba que las orquídeas no tenían fragancia, porque según otra leyenda descienden de una mujer que rechazó al guerrero que la amó desesperadamente, siendo fría y distante. Pero no es así. Con Carmen Soto nos acercamos a una cuya fragancia era exquisita. Unas perfuman el día, nos  explicó, y otras, la noche. En el caso de una tercera variedad  huelen mal, a carroña o pescado putrefacto.

Seguimos enterándonos de intimidades de las orquídeas. No imaginaba que alguna abeja solterona recurriera a beber su néctar insinuante en búsqueda de amor, llevándose además su polen en las patas. Los colibríes también las ayudan en esta fase y en mutuo beneficio. Igualmente  mariposas y hasta moscas. Luego de la polinización se forma el fruto o cápsula que  después de 3 a7 semanas de maduración producirá hasta 4´000,000 de semillas que se irán en alas del viento.
La duración de las flores es variable, entre una vez al año o a lo largo de los 12 meses.

Le pregunté a nuestra anfitriona de los senderos si la orquídea negra es un mito. Contestó que aún no ha sido vista. Por ahora interesan las reales. Una dedicada a Pachakuteq, el gran Inka legislador y urbanista, lleva el nombre científico de  Epidendrum pachakuteqianum, Hágsater & Collantes. Otra, la wakanki (Masdevallia veitchiana), que es muy bella  representa a Machupiqchu. Dos nuevas Epidendrum quispei, sp.nov y Telipogon sp, recordarán por siempre a Moisés Quispe, antes agricultor cocalero de la zona y luego  jardinero apasionado, quien aprendió a identificar, colectar y cultivar las  orquídeas nativas en forma autodidacta, hasta el año 2004 en que fue atrapado por un deslizamiento de tierra.

La Society American Orchid ha premiado otro estreno: la Kefersteinia koechlinnorum, Denise. Lo ha hecho en homenaje a los cuidados que prodiga a su ambiente Denise Guislain de Koechlin y en  consideración a que el jardín de orquídeas de Inkaterra Machupiqchu Pueblo Hotel es el centro de mayor cantidad de especies nativas expuestas al  público en su habitat natural en el mundo.
Sus áreas verdes, además de las circundantes —como las que se encuentran en la ribera del río Alqamayo― constituyen el mayor centro global de conservación in situ de orquídeas y el más grande banco de germoplasma creado para repoblar aquellas que han sido afectadas por factores antrópicos, como la tala, las quemas e incendios que caracterizan al período de estiaje y  el ganado que se come a las orquídeas terrestres como pasto, pisoteando el sustrato que es su hábitat.

La obra de José Koechlin y su equipo de biólogos, jardineros e intérpretes que trabajan para conservar las maravillas del entorno de Machupiqchu debe ser un ejemplo para otras empresas e instituciones dedicadas al turismo, pero que olvidan   al imán que puede ser la madre naturaleza,   en un país que tiene 84  de las 105 zonas de vida o pisos ecológicos  existentes en el mundo.

 Alfonsina Barrionuevo 


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