PAPA JUAN PABLO II
Millones de personas tendrán
recuerdos del Papa Juan Pablo II y se sentirán bendecidos como yo de haber
estado cerca a él.
El primero de febrero de 1985
fue un día inolvidable para mí. Logré entrar a las tres de la tarde a la
Basílica Catedral de Lima, Perú, por la puerta que da al jirón Carabaya con mi
fotógrafo, me parece que fue Víctor Manrique. Tendría que esperar dos horas a
oscuras en el interior pero valía la pena. A las cinco de la tarde el Papa
estaría allí por primera vez.
Entre tanto las monjas de los
monasterios de la ciudad se estuvieron colocando en la Plaza y también los
frailes de las órdenes religiosas. Aquella era una tarde de fiesta espiritual.
A la hora exacta la gran
puerta giró sobre sus goznes y el Papa que entró seguramente por el Patio de
los Naranjos, apareció y se colocó esperando el momento exacto para salir.
Al verle la emoción me embargó
y cuando me aproximé rápidamente para saludarlo y pronunciar algunas palabras
de bienvenida un encargado de seguridad me detuvo. Yo estaba apenas a un metro
y el Papa se sorprendió al verme. Pero, ya debía salir y no me dejaron ver ni
siquiera la ceremonia.
Cuando al fin pude caminar
libremente ya no estaba. Las monjitas abordaban pequeñas camionetas y en la
noche oscura muchas se equivocaron y amanecieron en otros monasterios. En las
primeras horas se generó un ir y venir de vehículos llevándolas de uno a otro
lado. Ellas salieron por única vez porque eran de clausura.
Los momentos vividos fueron de
intensa alegría. Nunca más estaría tan cerca del gigante bondadoso pero seguí
sus visitas en el Perú que fueron grandiosas y sus viajes.

Monseñor tuvo escaso tiempo
para correr y esperar al pie de la nave a la suprema cabeza de la Iglesia.
Un sueño que vivimos y que
queda indeleble en la memoria. No sé de un Papa que haya sido tan querido como Juan
Pablo II. Su espíritu de solidaridad, su cariño y humanidad no serán olvidados.
Hoy está en los altares, pero
antes ingresó al corazón de las gentes del mundo, como un verdadero seguidor y
servidor de Cristo.
SHAKESPEARE EN GORGOR
De haber tenido una máquina de
tiempo para llegar hasta Gorgor, Cajatambo, Lima, a 3,704 metros sobre el nivel
del mar, Shakespeare hubiera enredado su
pluma en las pestañas de sus hermosas Pallas. No habría encontrado las
cortesanas que reían o lloraban con sus dramas, pero algo hubiera hecho para
enlazar la trágica historia de Waskar y Atawallpa con las doncellas de la
Inmaculada Concepción.
Todo hubiera sido una novedad
para él desde la aparición del valle en el lecho de una antiquísima laguna.
Bien ubicado en uno de sus cerros más altos hubiera observado obnubilado cómo
iban desapareciendo sus aguas, absorbidas desde las profundidades, haciendo al
final “glub”, “glub”, “glub”, y luego
“gor”, “gor”,”gor”. Por ese último sonido, producido como por una cañita colosal,
el lugar recibió el nombre de Gorgor.
Shakespeare no imaginó ni en
sueños que existía tal lugar. La historia de este pueblo, casi inédito de los
Andes limeños, me fue relatada, mientras tomaba sol en su pequeña plaza, por la
gente mayor que bajó de sus estancias para
la fiesta de la Virgen.
Sus antepasados presenciaron la desaparición de la laguna esperando que su lecho se secara
para sembrar una variedad de especies alimenticias.
Mucho después, los españoles fundaron en el
sitio una villa el día de la Inmaculada Concepción , cuya fiesta se celebra entre el 8 y el 11 de diciembre. El turista audaz que
logre llegar después de aventura y media debe llevar su mochila y su bolsa de dormir si quiere presenciar
viejas costumbres de dos tiempos.
Para vivirla tomé en las afueras
de Lima un ómnibus que me llevó hasta Barranca donde abordamos al vuelo, con
Graciela Espinoza que me esperaba, otro que iba por un desvío hasta Gorgor. Fueron
unas doce horas de viaje por una trocha con restaurantes de comida fría porque
hay muy poca leña, por lo que es recomendable llevarse unos panes con queso,
una gaseosa y una fruta.
Creo que por esos parajes se va como una cabra montés
hasta vencer los 3,074
metros de altura. El camino alterna la visión del árido
paisaje de los cerros con calvicie de la chala o costa hasta los cerros de la
yunga y la qechwa con melenas de verdor. Una buena parte se sube sin
contratiempos pero hay sectores donde puede pasar cualquier cosa, que suban más
pasajeros con una miscelánea de carga de todos los olores o sacos de veinte
kilos y más.
Un zigzag y se llega a una
graciosa placita que coquetea todos los días con los cerros de Gorgorhirka,
Mahanka, Kuntursenqa y Shanuk.
Los antiguos señores de la región
vivieron en las partes altas. Por eso se conservan viviendas, templos y tumbas,
alrededor de Siskay.
El asiento principal habría
funcionado como una pequeña metrópoli me explicó Faustino Espinoza Alvarado. Ubicada
prácticamente en un mirador se podía controlar a los que llegaban. Las
comunidades tienen respeto por estos restos donde sus antepasados duermen un
sueño milenario. Siskay, Wankashrakay y
Kukushuk están a unos 3 o 4 horas de camino a pie.
Para asistir a la fiesta lo
primero es buscar alojamiento el cual se consigue gracias a la
hospitalidad que brindan los pobladores.
Hay buenas camas y abrigadoras frazadas, pero como los hijos y los nietos
vuelven para rendir homenaje a la Virgen, es mejor asegurarse y llevar una bolsa
de dormir.
Sobre la imagen de la Virgen
dicen que fue hecha por los ángeles. Llegó como una simple mortal aunque extrañó
a todos su singular belleza.
Ella llevó bienestar al pueblo y
decidieron ayudarla. Cuando terminaron la construcción volvió. A los dos días tocaron
la puerta para ver qué necesitaba y como no abría entraron. Se asombraron
cuando vieron que era una imagen de pasta. Lo mismo pasó con la Virgen de
Manás, una localidad cercana.
Para “su adorno” las familias crearon
la danza de las pallas con reminiscencias inkas y una colorida evocación de la conquista. La trágica
captura y muerte al mismo tiempo
–adecuando la historia a su imaginación- de Waskar y Atawallpa a manos de los
“vasallos” que entraron a caballo.
Así nombran a Pizarro, “Candia”,
Soto, Sánchez de Cuellar, el padre
dominico Valverde y al Felipillo. Los detalles del drama corrieron esa vez a
cargo del mayordomo Elías Arce Ventosilla.
El traje de las pallas evoca
fastos de dos mundos. Faldas amplias de seda, blusa de gran pechera, collares
de perlas y cuentas de color, mantas que abrochan con prendedores que antes
eran de plata fina, pañuelos sobre la cabeza y sombreros adornados con hileras
de perlas. Lo más resaltante son su cuellos altos o remangas de tres tamaños,
muy almidonados, cortados en abanico y levantados como pétalos, parecidos a los que usaba la reina Isabel de
Inglaterra.
A la hora del almuerzo el pueblo
pasa por la casa del mayordoma donde se sirve el pari, un plato que recuerda tiempos de otra edad. Las
chef gorgorinas lo preparan con carnes de res, oveja, gallina, kuye que hierven
separadas con diferentes hierbas y se
juntan al final con papa seca. Sus sabores son un secreto y la sorpresa es oir
el “glu”, “glu”, “glu” o “gor”, “gor” “gor”, que hacen al ser puestas en el
plato piedras de río calentadas al rojo vivo. Para beber hacen salud con sendos vasos de chicha de jora, de
maní o el famoso clarillo de cebada.
Para vivir con ganas la fiesta, las representaciones y dar un paseo a sus
grupos arqueológicos hay que quedarse por lo menos unos cuatro días y volver
con la sensación de haber estado en otro tiempo.
Alfonsina Barrionuevo