domingo, 26 de enero de 2014




 UN CIELO AZUL
Hoy el cielo se ha despertado alegre y  ha saltado de sus sábanas de bruma. Estuvo dudando si quedarse un poco más. Al cabo las retiró a un lado. Ellas le invitaban a seguir en su lecho espacial pero finalmente  las tiró a sus pies. Ahora tenemos al sol jugando loco, espejeante. Se metió a curiosear por las ventanas y llenó mi desván con sus risas. Una brisa suave volteó las páginas de las revistas. ¿Horror en el Mediterráneo? ¿Suspenso en el desierto? ¿Contradicciones en el Asia? No, no, no. Quiero pensar en un mundo azul. En el mar en una danza del vientre  ante el regocijo de sus aves amigas. Lo copio en la pregunta de tus ojos, hoy, quizá mañana  y en los próximos días, entre  juegos sin temor de sus delfines, sus lobos de pelo suave y  pelo duro,  sus pinguinos, sus nutrias y sus aves fragatas… 
 
LA COSTA VERDE, UN SUEÑO…
Desde un edificio, erguido sobre un acantilado, recuerdo haber mirado el mar con el arquitecto Ernesto Aramburú Menchaca. “El mar, dijo alguna vez, es como una gorda sin faja, hay que saber apretar  para que trabaje.”  Su idea era crear un sistema de espigones para arenar grandes espacios y construir poderosas vías,  con escaleras, rampas y ciclovías. A principios del siglo pasado el presidente Augusto B. Leguía llegaba a la Herradura en tren porque había mucha arena. El sueño de conquistar el Pacífico y dar a Lima una inmensa costa con playas de un lado a otro entre Chorrilos, Miraflores, San isidro y Magdalena, quedó a medias.    
Al pie de los acantilados, cubiertos aún de enredaderas –de allí viene el nombre de Costa Verde- me mostró el trabajo de albañiles andinos. “Estamos tratando de hacer una especie de andenerias para que que funcionen como muros de contención, “observó. “Lo están haciendo gentes con conocimientos milenarios en construcción. Ellos saben cómo hacerlo, tanto para subir y bajar como para contener los acantilados.”      

Sucedió como dijo y llegué a ver las amplias pistas que ahora corren a escasa altura del mar.
Su nombre siempre estará unido a la historia de la Costa Verde. Ojalá los Municipios logren continuar su visión de una costa unida de un extremo a otro y seguramente más allá.
                                                          
GEOGRAFIA DE MESA LARGA
En  Navidad y  Año Nuevo el aire se viste de olores que acarician el estómago en las ocho regiones del Perú. Una carga invitadora que se aspira y que enternece los estómagos. En las ciudades  las pavas, pavitas y pavipollos se adormilan en sus jugos, ensaladas y  puré de manzanas. Una tradición que se ha extendido de América a muchos países del mundo, mientras  las recetas del panetón, oriundo de Europa, comparte las mesas de mantel largo descubriendo al ser abierto, en sus doradas cortezas, un joyel  de frutas confitadas y pasas.
Las ciudades con sus millones o cientos de miles de habitantes se convierten en vitrinas modernas de un mercado pascual que mueve millones de dólares. Mientras, gracias a la presencia de los Andes, tierra adentro, en miles de pueblos,  la Navidad guarda todavía su espiritualidad. En las iglesias campesinas los sacristanes y ecónomos, ayudados por las familias, a la luz de las velas o las linternas, arman  los belenes, portales o pesebres, seguidos por los ojos asombrados de los niños.
La misma fiesta con ángeles, pastores y reyes, donde las gentes  vibran con dulces cánticos, alabanzas, aguinaldos, gozos y danzas que llegan al cielo. Son  las misas de alba y adoración que se celebran en homenaje al inocente parvulito que inició un Nuevo Testamento.
No podemos quejarnos de la popularidad del pavo que al fin y al cabo es nuestro y da lugar en los Estados Unidos al Día de Acción de Gracias. Pero, hay otros cientos de potajes deliciosos que se saborean después de los sacros oficios. Mientras el pavo reina en los ámbitos urbanos, las provincias, distritos y anexos siguen con la música de sus marmitas tradicionales, cuyas fragancias  llegan, como decía el Corregidor Mejía, hasta las entretelas del alma.
En las ciudades ha tomado vuelo la gastronomía  convirtiéndose en producto de exportación. Alguna vez  me tocó dictar en Cenfotur una geografía de aromas, armando prácticamente una ruta de comidas. Los pueblos afortunadamente no han puesto aún sobre las mesas capitalinas sus manjares. Esa que haría empalidecer al pavo más pintado y con el mejor relleno. No se sabe cuándo se convirtió en una institución culinaria para los diciembres citadinos. Su aleteo debió arrasar con otras costumbres como la preparación de los famosos "orincitos" del Niño que se servían como aperitivo en las casas más encopetadas y también el ponche de almendras de la case media y la chicha de maní en las humildes.
Tenemos que felicitarnos de conservar  una identidad culinaria en nuestras diversas regiones, donde platos deliciosos muestran su personalidad gracias al afán y preocupación de las abuelas. La lista es larga y basta mencionar en los Andes Centrales la pungente sopa de mondongo, bien lavado y hervido con hierbas fragantes que lo enaltecen. Hacia el sur el caldo de galllina criada en casa llena los corazones de calor y alegría. La papa harinosa es una buena compañera para las sopas en general que demuestran la habilidad de las chefs andinas, El chuñolawa que es un poema cuando está en su punto con los chicharritos incitantes flotando a ras de piel; el t’inpu que es un banquete saludable de una infinidad de ingredientes  hervido con pecho de res y servido con uchukuta, una crema picante de wakatay que sabe a gloria; el caldo blanco de cabeza de carnero hervido hasta ponerse tierno es otra delicia  para el que sabe comer, sin competir con los chanchitos de leche , todavía mamones,  una delicadeza al filo azul de la noche;  el kankacho aliñado con hierbas que saben a cielo dándole un toque cósmico a la carne que se baña en las alturas con jugo de estrellas; el pukapicante para la gente bravía que puede soportar la malcriadez del ají,  erupción, fuego, lava  que corre por las venas y las arterias calentando la noche; un cuye frito, al horno, chaktado envuelto en una frazada de maíz molido que se dora como bañándolo en oro o simplemente en qoelawa, se disfruta con ansia dejando los huesitos mondos y lirondos con una sensación de felicidad y agradeciendo al Niño belemnita por el regalo;  el  jamón serrano que es otra primicia de manos hacendosas con sabiduría de siglos que se inserta al lado de los otros platos con el derecho del sabor, la textura y la suavidad de sus fibras después de hervirlo una y otra vez;  las ensaladas que entran con la frescura del campo para acompañar las carnes sazonadas con hierbas olorosas que se recogen el mismo día aún con rocío matinal en sus hojas. Los niños tienen lo suyo, los ponches  y el chocolate con panes de yema, roscas,  torticas, empanadas, compotas y maicillos.
En las ciudades los jóvenes festejan el arribo del Año Nuevo y despiden al Viejo en las discotecas que los en encandilan con la estridencia de sus músicas y el fulgurante parpadeo de sus luces. Las familias lo hacen en los clubes sociales o en sus casas para brindar con licores finos el recibimiento del que viene. De acuerdo a los barrios se quemaran muñecos con estrépito de cohetes en hogueras que incendiaran la noche.
En los pueblos el acontecimiento provoca otro festín en cada paraje del Perú reuniendo a la familia y a los amigos para deleitarse con cecinas martajadas acompañadas de shipas mute, sopa de shirumbre con chochoka y carne de res,  chupes de camarones de pinzas gordas,  cangrejos chancados al ajo, cecina chilpida con huevos, aji panka; tamales de toda calaña, carne de chancho frotado con  ají colorado,  el  chupe verde sobreviviente de los arrieros,  el wayt’anpu regalo de la rupa rupa, el  chirinpico en piqueo, la  sarapatera de tortuga, el seco de chabelo con plátano verde, la cecina incitante , el  inchi kapi con maní, chicha de jora y presas de gallina; el picante de guata o pata con ají seco amarillo y ramitas  de apio,  el puchero amazónico con carne de pecho, carne de pierna, yuca, papa, coles, camotes, zapallo, blanquillos,  chupe de camarones, nina juanes en la rupa rupa y la omagua, juane de paiche,    sopa seca, malarrabia  a base de platano maduro y otros.
En los pueblos es una obligación que la familia esté unida para despedir y recibir el Año esperando siempre que sea mejor el que viene. Se acerca el momento de rendición de cuentas de los varayoq o alcaldes andinos. Ellos bajan a  las iglesias y capillas para decirle con el corazón a Papa Dios  que no se olvide de sus hijos, de los campos y sus animales. Un diálogo personal, íntimo, hablándole con unción como a su padre, su abuelo, su ancestro, pidiéndole su protección para que la tierra sea fértil.
Alfonsina Barrionuevo
 



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