martes, 7 de enero de 2014


FIESTA DE REYES

 

Seis de enero y el viejo señor, encorvado y medio sordo, se enderezó bajo las galas de Herodes Antipas, el tetrarca de Judea. En ese momento ochenta años cayeron vencidos a sus pies.  Sucede hace treinta años, mientras aguarda el paso de los Reyes Magos en San Pablo. La pequeña plaza de los plateros se empina bajo el rústico balcón para escucharle. Sus ademanes grandilocuentes atraen a los pobladores que van llegando para la carrera maga en la pampa canchina. Alto, severo, apabullla a su escribano, secretario o servidor que se encarama, en un acto desesperado de equilibrio, en uno de los parantes de sostén. De poder volaría a su encuentro, pero nada, es un humilde mortal renacido para la fiesta como su amo. La especie de diálogo cómico, en castellano y qechwa, que mantienen los dos arranca risas y aplausos intermitentes.

La tarde dora los cerros y unos relinchos anuncian al ángel que arriba por una esquina con una estrella de hojalata brillando en una larga caña.  


Advertidos los Reyes Magos de que Herodes Antipas busca al Niño que será  Rey, según los vaticinios, para matarle, lo confunden. Ellos no saben dónde está, también quieren hallarle y son despedidos sin más ni más, por inútiles.

Todos los siguen porque los tres harían una gloriosa carrera y la Virgen entregaría al Niño Navidad al triunfador. Ellos se van y el Herodes sampablino levanta el puño como si quisiera azotar el rostro del tiempo. Los años que estuvieron cabizbajos durante el auto sacramental esperan para tomarlo al asalto apenas se quite el mágico y bíblico ropaje.


Mi padre y yo fuimos después a ver la carrera,  donde la Virgen vestida de blanco y faja azul fue la juez del evento. Ganó el rey blanco y el año sería bueno para el ganado y  los campos.

Otro año trepamos a San Blas, en Cusco, para asistir a “la Matanza de los Inocentes” y en el mismo papel al maestro imaginero Antonio Olave, que ganó fama en Occidente con sus delicadas esculturas del Niño y sus padres, bañadas con pan de oro y esgrafiadas después. Llegamos tarde pero vimos a las “guaguas” que eran degolladas y arrojaban un liquido colorado de bolsas de agua teñida con  airanpu que estaban amarradas a sus cuellos. Para este día se servía chicha de aloja, con sabor celestial,  a los niños en el patio del convento de Santa Catalina. 


No olvido al  Monseñor Alberto Brazzini, de Lima, quien tenía un hermoso Niño de Reyes, que le trajeron de Francia. De tamaño natural dormía en su cuna de barandas doradas,  recubiertas con vidrio y pintadas por debajo con flores. Cada seis de enero, después de celebrar misa en su oratorio, lo levantaba, dejando su cobertor de seda a un lado, y lo sentaba en una sillita que hacía juego con la cuna. El santo Niño tenía un armario con trajes de paje, de príncipe, de rey, de  marinero, y entre otros, de Papa.

Días de candor tierra adentro, en Perú.     

 

 

VILLANCICOS Y GOZOS

 

En Navidad nació en el portal de mi casa el Niño de la Felicidad. Espero que alumbre los días de mis hijas,  mi hermana y toda mi familia.

           

            “La noche fue día y un ángel bajó.

Hermoso lucero le vino a anunciar.”

“A la peregrina vestida de sol,

 que a Belén camina con gracia y primor.”

 

Los villancicos llegaron de España y se desparramaron por doquier en tierra nueva. Antaño, se les decía villancetes y villancejos porque los cantaban los villanos,  la gente que vivía en las villas, como quien dice pueblos pequeños.

Entre nosotros se les llamó albas, alabanzas, aguinaldos y goces, y aún se acostumbra darles ese nombre. El de villancicos se usa más en las ciudades donde hay iglesias y se arman los portales para la noche del veinticuatro.

 

 “Calla Niño lindo,

   calla, no lloreis,

 toma estos coquitos

 para que jugueis.”

 

Diciembre no acaba de entrar a los calendarios cuando comienzan los preparativos con una unción que conmueve a miles de pueblos de nuestro territorio.

La globalización y la modernidad no han logrado disminuir el cariño que recibe en el Perú el santo infante. El más amado de todos los íconos venidos de Occidente  porque es un parvulito que no asusta ni causa temor.

Los curas doctrineros y las órdenes religiosas se preocuparon mucho por difundir su culto. Les ayudó su ingreso al mundo mágico del Ande. El Niño Dios en el Perú es protagonista de increíbles travesuras. No sólo volvió a nacer en las manos de los imagineros y escultores de Cusco sino que hasta lo llevaron a sus telas los pintores de la célebre escuela que floreció en la Capital Imperial.

En uno o dos lienzos, que son exclusivos, aparece como Niño de Reyes con todas las insignias de los Señores Inkas. No se hicieron más. Viéndolo los descendientes de los emperadores cusqueños y los ayllus relacionados con las panakas comenzaron quizá a pensar en un posible parentesco. Una condición sagrada andina que no agradó a los españoles.     

En diciembre cientos de niños y adultos ensayan hermosas canciones y danzas celebrando su nacimiento. Las coplas llenas de ternura flotan en el aire mientras los vecinos seleccionan las ramas de arrayán, molle, eucalipto, y otros árboles nativos para armar su pesebre.

Entre ellos no es familiar la conocida canción  de “Noche de Paz”, que se ha hecho clásica en el mundo cristiano. Cada uno tiene sus propias creaciones de acuerdo al lugar donde están: 

 

 “Señor San José,

   santo carpintero,

¿hágale  una cuna

 para este pequeño?”

 

“Niño Manuelito toma mi ovejita

  y, con su lanita, ponchito te haré.

 

 “Dadnos licencia señores,

  para bailar y cantar…”

           

El Perú tuvo hasta 69 idiomas, dice el investigador Rodolfo Cerrón Palomino. Por eso las albas, goces y alabanzas, se escuchan en castellano, qechwa, aimara y otras. Hasta se conservan los que mandó recopilar entre los muchik y chimu  el obispo mecenas de Trujillo Baltasar Jaime de  Compañón  y Bujanda en el siglo XVII. Hay que tener en cuenta que muchas de estas canciones navideñas son prehispánicas y fueron adaptadas para la Navidad como el solemne Hanaq Pacha Kusi Kuinin, que recogió en el Cusco el canónigo Juan Pérez de Bocanegra,  que parece ser en realidad, cuando se traducen algunos de sus versos, un himno cusqueño al Padre Sol.           

Puno, que recibió mucha atención de los jesuitas, tuvo coros de voces infantiles para las Pascuas. Según la tradición sus padres, los kurakas ricos de Chucuito, llenaban la iglesia de San Juan de Juli para tener la alegría de escucharlos. Ellos contribuyeron mucho al imponente tallado de las iglesias de esta margen del lago Titiqaqa y la compra de imágenes para sus altares. Las ventanas que eran de piedra berenguela arrojaban en la mañana, cuando salía el sol, un resplandor dorado sobre el interior.

Estamos en la primera década del siglo XXI y si bien las ciudades han perdido el encanto de las fiestas pascuales queda mucho afortunadamente en el interior. Más de lo que puede imaginar sus habitantes que las han convertido en objeto de comercio. Millones de peruanos quisieran volver a sus raíces para recordar a sus padres y abuelos y sumergirse en las costumbres adorables en torno al portalito, pesebre o nacimiento.

 

            “Manojito de rosas

  y de alhelíes,

  dime en qué piensas

 que te sonríes.”

 

Los haravikuq sabían conmover los corazones con versos llenos de ternura que salían de sus canteras más hondas. Como la Navidad es una fiesta familiar no puedo recorrer en esta fecha los caminos del Perú. Pero, me quedan los recuerdos de lindas navidades vividas en otros años een Cusco.

¡Dios bendiga siempre los diciembres!

 

Alfonsina Barrionuevo                

No hay comentarios.:

Publicar un comentario