FIESTA DE REYES
Seis de enero y el viejo
señor, encorvado y medio sordo, se enderezó bajo las galas de Herodes Antipas,
el tetrarca de Judea. En ese momento ochenta años cayeron vencidos a sus
pies. Sucede hace treinta años, mientras
aguarda el paso de los Reyes Magos en San Pablo. La pequeña plaza de los
plateros se empina bajo el rústico balcón para escucharle. Sus ademanes
grandilocuentes atraen a los pobladores que van llegando para la carrera maga
en la pampa canchina. Alto, severo, apabullla a su escribano, secretario o
servidor que se encarama, en un acto desesperado de equilibrio, en uno de los
parantes de sostén. De poder volaría a su encuentro, pero nada, es un humilde
mortal renacido para la fiesta como su amo. La especie de diálogo cómico, en castellano
y qechwa, que mantienen los dos arranca risas y aplausos intermitentes.
La tarde dora los cerros y
unos relinchos anuncian al ángel que arriba por una esquina con una estrella de
hojalata brillando en una larga caña.
Advertidos los Reyes Magos de
que Herodes Antipas busca al Niño que será
Rey, según los vaticinios, para matarle, lo confunden. Ellos no saben dónde
está, también quieren hallarle y son despedidos sin más ni más, por inútiles.
Todos los siguen porque los
tres harían una gloriosa carrera y la Virgen entregaría al Niño Navidad al
triunfador. Ellos se van y el Herodes sampablino levanta el puño como si quisiera
azotar el rostro del tiempo. Los años que estuvieron cabizbajos durante el auto
sacramental esperan para tomarlo al asalto apenas se quite el mágico y bíblico
ropaje.
Mi padre y yo fuimos después
a ver la carrera, donde la Virgen
vestida de blanco y faja azul fue la juez del evento. Ganó el rey blanco y el
año sería bueno para el ganado y los
campos.
Otro año trepamos a San Blas,
en Cusco, para asistir a “la Matanza de los Inocentes” y en el mismo papel al
maestro imaginero Antonio Olave, que ganó fama en Occidente con sus delicadas
esculturas del Niño y sus padres, bañadas con pan de oro y esgrafiadas después.
Llegamos tarde pero vimos a las “guaguas” que eran degolladas y arrojaban un liquido
colorado de bolsas de agua teñida con
airanpu que estaban amarradas a sus cuellos. Para este día se servía
chicha de aloja, con sabor celestial, a
los niños en el patio del convento de Santa Catalina.
No olvido al Monseñor Alberto Brazzini, de Lima, quien tenía un hermoso Niño de
Reyes, que le trajeron de Francia. De tamaño natural dormía en su cuna de
barandas doradas, recubiertas con vidrio
y pintadas por debajo con flores. Cada seis de enero, después de celebrar misa
en su oratorio, lo levantaba, dejando su cobertor de seda a un lado, y lo
sentaba en una sillita que hacía juego con la cuna. El santo Niño tenía un
armario con trajes de paje, de príncipe, de rey, de marinero, y entre otros, de Papa.
Días de candor tierra
adentro, en Perú.
VILLANCICOS Y GOZOS
En
Navidad nació en el portal de mi casa el Niño de la Felicidad. Espero que alumbre
los días de mis hijas, mi hermana y toda
mi familia.
“La noche fue día y un ángel bajó.
Hermoso lucero le vino a anunciar.”
“A la peregrina vestida de sol,
que a Belén camina con gracia y
primor.”
Los
villancicos llegaron de España y se desparramaron por doquier en tierra nueva.
Antaño, se les decía villancetes y villancejos porque los cantaban los villanos,
la gente que vivía en las villas, como
quien dice pueblos pequeños.
Entre
nosotros se les llamó albas, alabanzas, aguinaldos y goces, y aún se acostumbra
darles ese nombre. El de villancicos se usa más en las ciudades donde hay
iglesias y se arman los portales para la noche del veinticuatro.
“Calla Niño lindo,
calla, no lloreis,
toma estos coquitos
para que jugueis.”
Diciembre
no acaba de entrar a los calendarios cuando comienzan los preparativos con una
unción que conmueve a miles de pueblos de nuestro territorio.
La
globalización y la modernidad no han logrado disminuir el cariño que recibe en
el Perú el santo infante. El más amado de todos los íconos venidos de
Occidente porque es un parvulito que no
asusta ni causa temor.
Los
curas doctrineros y las órdenes religiosas se preocuparon mucho por difundir su
culto. Les ayudó su ingreso al mundo mágico del Ande. El Niño Dios en el Perú
es protagonista de increíbles travesuras. No sólo volvió a nacer en las manos
de los imagineros y escultores de Cusco sino que hasta lo llevaron a sus telas
los pintores de la célebre escuela que floreció en la Capital Imperial.
En
uno o dos lienzos, que son exclusivos, aparece como Niño de Reyes con todas las
insignias de los Señores Inkas. No se hicieron más. Viéndolo los descendientes
de los emperadores cusqueños y los ayllus relacionados con las panakas
comenzaron quizá a pensar en un posible parentesco. Una condición sagrada
andina que no agradó a los españoles.
En diciembre
cientos de niños y adultos ensayan hermosas canciones y danzas celebrando su nacimiento.
Las coplas llenas de ternura flotan en el aire mientras los vecinos seleccionan
las ramas de arrayán, molle, eucalipto, y otros árboles nativos para armar su
pesebre.
Entre
ellos no es familiar la conocida canción
de “Noche de Paz”, que se ha hecho clásica en el mundo cristiano. Cada
uno tiene sus propias creaciones de acuerdo al lugar donde están:
“Señor
San José,
santo
carpintero,
¿hágale una
cuna
para este
pequeño?”
“Niño Manuelito toma mi ovejita
y, con su lanita, ponchito te haré.
“Dadnos
licencia señores,
para bailar y cantar…”
El
Perú tuvo hasta 69 idiomas, dice el investigador Rodolfo Cerrón Palomino. Por
eso las albas, goces y alabanzas, se escuchan en castellano, qechwa, aimara y
otras. Hasta se conservan los que mandó recopilar entre los muchik y chimu el obispo mecenas de Trujillo Baltasar Jaime
de Compañón y Bujanda en el siglo XVII. Hay que tener en
cuenta que muchas de estas canciones navideñas son prehispánicas y fueron
adaptadas para la Navidad como el solemne Hanaq
Pacha Kusi Kuinin, que recogió en el Cusco el canónigo Juan Pérez de
Bocanegra, que parece ser en realidad, cuando
se traducen algunos de sus versos, un himno cusqueño al Padre Sol.
Puno,
que recibió mucha atención de los jesuitas, tuvo coros de voces infantiles para
las Pascuas. Según la tradición sus padres, los kurakas ricos de Chucuito,
llenaban la iglesia de San Juan de Juli para tener la alegría de escucharlos. Ellos
contribuyeron mucho al imponente tallado de las iglesias de esta margen del
lago Titiqaqa y la compra de imágenes para sus altares. Las ventanas que eran
de piedra berenguela arrojaban en la mañana, cuando salía el sol, un resplandor
dorado sobre el interior.
Estamos
en la primera década del siglo XXI y si bien las ciudades han perdido el
encanto de las fiestas pascuales queda mucho afortunadamente en el interior.
Más de lo que puede imaginar sus habitantes que las han convertido en objeto de
comercio. Millones de peruanos quisieran volver a sus raíces para recordar a
sus padres y abuelos y sumergirse en las costumbres adorables en torno al portalito,
pesebre o nacimiento.
“Manojito de rosas
y de alhelíes,
dime en qué
piensas
que te
sonríes.”
Los
haravikuq sabían conmover los corazones con versos llenos de ternura que salían
de sus canteras más hondas. Como la Navidad es una fiesta familiar no puedo
recorrer en esta fecha los caminos del Perú. Pero, me quedan los recuerdos de
lindas navidades vividas en otros años een Cusco.
¡Dios
bendiga siempre los diciembres!
Alfonsina
Barrionuevo
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