domingo, 20 de octubre de 2013

EL HANP’ATU  MAGICO
Estaba trabajando con  Fernando Moscoso sobre el hanp’atu o sapo andino cuando Ruth Shady arrancó su figura del pasado. Un diseño que tiene de 4,000 o 5,000 años. Lo encontró en Vichama-Caral extrayendo de la incuria el grupo arqueológico.
Sapo de Vichama. Proyecto Caral
El relieve impacta por el tiempo que tiene. Cielos azules y grises girando sobre su cabeza. Amaneceres blancos y crepúsculos rojos. Oro otoñal o esmeralda invernal. Su cabeza asoma debajo de un muro mientras afirma “las manos” en el piso, como si fuera a saltar. El sapo salió del agua hace millones de años y se volvió terrestre. Sin embargo, conserva su vínculo con el agua. Le canta al agua, al natural, o desde las cerámicas y vasos de madera ceremoniales de las gentes de otros tiempos, porque sin ella se agostaría.
Francisco de Avila en el siglo XVII no supo interpretar su presencia. En el antiguo Lurín fue tan querido que enterraban a cada ejemplar en  una diminuta tumba, un nichito donde colocaban su cuerpo mortal. Pude ver unos cuantos en sus respectivos recintos de piedra, mirándome desde la eternidad de su huesa.
Cristóbal Makowsky me los mostró resaltando su singularidad cuando me aparecí para hablar sobre los pobladores prehispánicos de la Tablada. En una época auroral ellos manejaban con excelencias el cobre. El arqueólogo estaba a punto de marcharse. El lugar se iba a urbanizar y debía retirarse a su universidad con su gabinete de cuatro ruedas. No pudo hacer un levantamiento arqueológico estricto  y prefirió cubrirlos como los encontró. Sinceramente me dolió que los dejara pero no podía proceder a recogerlos por la premura de su salida.
Cada batracio lurinense llevaba ofrendas, caracolillos, conchitas, restos de frutos y textiles. Testimonios del cariño conque fueron enterrados y el sentido ceremonial.
Por lo visto, en las épocas preinka o inkas el sapo o hamp´atu era un gonfalonero de  Pachamama (la madre tierra), la que alimenta a sus hijos, los runas (hombres), en el mundo del Kay Pacha o mundo de la vida.
El sapo es una especie de llamador de la lluvia. Eso ya lo había registrado el sabio Erik Santiago Antúnez de Mayolo, conocedor de los indicadores  más increíbles del tiempo, animales, vegetales y atmosféricos. Su comportamiento le sirve al campesino para programar sus actividades agrícolas. Sus apariciones son útiles para iniciar la siembra, por ejemplo de la papa en el Cusco.
 “En el mes de agosto en el lago Titiqaqa, en un sector de Copacabana, Bolivia, se hacen una serie de ofrendas a un gigantesco sapo de roca que está sumergido en el lago y en las orillas se encuentran los sacerdotes andinos que mediante un rito aimara solicitan abundancia y rotección”, cuenta Fernando Moscoso. “Lo hacen  a pedido de los peregrinos que acuden hasta ese lugar en pequeñas embarcaciones, tal como lo hice hace algunos años.”
En las ferias del eqeqo tienen mucha demanda pequeñas estatuillas que reproducen a un sapo dorado cargado con monedas de oro y billetes. Es la versión actual del sapo prehispánico. “Los peregrinos acuden al Santuario de la Virgen de Copacabana,” menciona el periodista y fotógrafo cusqueño, “adquieren su imagen artesanal con la finalidad de ser protegidos en sus negocios. También pueden ser de arcilla o piedra y los  envuelven con adornos de colores para ser llevados a sus hogares. De allí se desprende un cùmulo de deseos traducidos en aspectos benéficos, como tener un carro, comprar una casa, recibir dinero,  lograr trabajo etc., representados en pequeñas artesanías que forman toda la parafernalia que lleva en su espalda.”
Fernando Moscoso agrega que en una de sus visitas a Limatambo, provincia de Anta, Qosqo, identificó a un hamp´atu de roca conglomerada en  Killarumiyoc, Ankawasi. Se le puede ver  frente a una media luna tallada en piedra por canteros inkas. Parece ser un observatorio agronómico, relacionado con una fuente de agua que discurre por la parte posterior del sapo, donde se encuentra una roca y una caída de agua al que acuden los sacerdotes andinos para dejar ofrendas.
“La ubicación del hamp´atu de Killarumiyoc, agrega, se encuentra alineado a la media luna. En el mes de junio con motivo del solsticio de invierno la sombra del sapo llega a ubicarse al pie del elemento lítico junto con los primeros rayos del sol cuya proyección se concentra en la media luna, formando un arco concéntrico que marca las diferentes estaciones del año agrícola. Es necesario seguir investigando los valores culturales que encierra este sitio arqueológico y su puesta en valor monumental por su gran importancia.”
Defintivamente es innegable su relación con el clima y los cultivos en los Andes. De allí el prestigio que gozó en años pretéritos como una criatura presente en las adivinaciones.
En Facalá, Ascope, La Libertad, hay un cerro Sapo con la boca abierta que parece proteger un importante canal abierto por los moche. Hay que reconocer además su acción benéfica contra insectos nocivos y las aguas.
En otra dimensión el sapo constituye simbólicamente una constelación andina qechwa y aimara, como la lluthu o perdiz y la llama que aparece en el espacio infinito con su cría, entre otros animales del Kay Pacha.
Alfonsina Barrionuevo

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