CABEZAS CLAVAS CHAVIN
Las cabezas clavas chavin sorprenden por la ferocidad de su expresión.
En sus rostros de piedra la ira asoma con fuerza. La frente contraída y los colmillos que asoman agresivos en sus bocas generan escalofríos.
¿Quiénes fueron los chavin?
¿Tal vez unos pigmeos que inventaron rostros fieros para provocar temor en sus enemigos? ¿Quizá viejos sacerdotes que los usaron para protegerse? ¿A lo mejor una élite sobreviviente con maestros canteros, expertos en tallar pesadillas?
A primera vista las cabezas clavas de su gran templo parecen destinadas a hacer retroceder a los intrusos.
¿Es lo que se proponían los chavin en el centro relligioso que fundaron?
Entre muchos estudiosos, propios y extraños, prevalece esa impresión y se aplica a las esculturas que hay en el lugar. Con miles de años de por medio es difícil suponer a quiénes querían intimidar.
Ubicados entre los ríos Mosna y Wacheqsa los chavin, con sus ornamentos felinos, serpentiformes y aves rapaces plantean un abanico de interrogantes.
Estuve varias veces en Chavin haciendo comisiones periodísticas. Alcancé a conocer a Marino Gonzáles, su guardián voluntario mientras duró su vida. Admiraba a los chavin y su fidelidad fue conmovedora, aunque nunca penetró en sus secretos.
Un día me buscó un médico geriatra. Se llama Fernando Corzo y vino con una sola pregunta.
-¿Ha pensado alguna vez lo que quisieron decir los chavin con sus cabezas clavas?
Le contesté que no. Ni los arqueólogos podían decir algo porque no se puede interpretar lo que no se conoce.
El especialista sonrió moviendo la cabeza.
-¿Los ha observado bien?
-Recuerdo una cabeza con cabellos de serpiente, colmillos felínicos en la boca y pómulos salientes. Realmente impresionante. Aunque debo confesar que no he tenido tiempo de pensar en ellas. Los chavin desaparecieron hace miles de años. Entonces Fernando Corzo me dijo que había estudiado varias cabezas clavas y había hecho una comparación con personas de diferentes edades. Lo que aquellos quisieron con esas esculturas magistrales era mostrar el paso del tiempo, desde la pubertad hasta la vejez. Ese fluir de calendarios que es imposible evitar, y que en muchas culturas se advierte que también les preocupó, estuvo en el llamado templo viejo, de gran alzada y una puerta falsa muy bella de columnas torneadas.
Estoy preparando un libro donde analizo las cabezas clavas desde el punto de vista completamente lógico de Fernando Corzo y otras esculturas magnas de los chavin.
Estaré buscando un auspiciador a medida que lo escribo.
Será pronto.
LA PASTORA DE WILLAQ
He bajado un sendero de vértigo en Willaq, Cotahuasi, Arequipa, recostándome en la montura hacia atrás. para que mi yegua no se vaya de cabeza. No puedo negar que un viaje así por la suni y la puna. es más que emocionante, lleno de riesgos. Hay partes buenas y otras que son un reto a la cordura.
En el camino surgen al paso.flores y espinos raros, aves que rompen el cristal de su quietud con su vuelo y riachuelos de agua blanca que si pudiera me llevaría a la ciudad.
Las horas se tornan interminables y comienzo a sentir un natural cansancio. A veces es mejor caminar y voy trepando como una hormiga de piedra en piedra. La fatiga se compensará con una maravilla de la naturaleza: “los ojos del diablo”, un increíble fenómeno que espero contemplar.
Llega la noche y siento el volumen de la oscuridad, su peso. Lo único que se puede hacer es bajar la cabeza para que las ramas de los árboles espinosos del sendero no nos arañen la cara. No queda más que dejar que los caballos, que conocen el camino, sigan adelante hasta Palkacorral.
Allí, Fernando Polanco, nuestro guía de Alka, alumbra el suelo con su linterna y rodeamos los corrales donde descansan rebaños de alpakas a 4,700 metros de altura sobre el nivel del mar. No hay más que una estancia, A la vez cocina, dormitorio y kuyero. sin embargo, Estefanía Condo y su esposo Mariano Ticso, nos ceden su casa. Somos cuatro, con el camarógrafo David Morán, el auxiliar Dámaso Ramos y yo, que soy periodista y productora de televisión.
Ellos sacan cueros de alpaka y frazadas, que serán su cama, y dormirán afuera. Una brisa helada quema las manos, traspasa el cuerpo, convierte el vaho en un halo blanquecino. Si bajara más la temperatura podrían congelarse. Ellos honran la hospitalidad, que es una ley en los Andes, atizan el fogón y se aseguran de que sus huéspedes estarán abrigados.
Miro el cielo estrellado, sin luna, y me sorprende que las estrellas no alumbren. A la derecha está la Cruz del Sur, a la izquierda la llamada Sirio y a su lado, rosada como una gema, la Qoyllur o Venus andina. Al centro se puede ver nítidamente la radiante constelación de la Pariwana.
Al día siguiente, cuando le pregunto a Estafanía Condo cómo pasaron la noche, se sonríe, y contesta en qechwa: “mirando las estrellas, pero sin contarlas, quiero tener hijos alguna vez pero no tantos.”
Luego entra en la estancia de piedra con techo de paja donde los kuyes retrasaron nuestro sueño porque los machos hacían la corte a las hembras, con silbidos y carreritas, y prepara el desayuno. Un caldo con trigo y papa. Ni hablar de pagarles porque dirían que no, pero sí reciben con agrado una bolsa de pan que en esas alturas, es una golosina.
La miro y la veo tan satisfecha que piensa en “la camisa del hombre feliz” y le digo:
-¿Estás contenta viviendo en estas soledades? –le pregunto.
-Así es mi vida, con mi esposo y las alpakas.
-¿No quisieras ir a la ciudad?
-Arequipa es muy bella con sus casas blancas de sillar y sus ventanas de rejas.
Estefanía Condo no pierde su sonrisa enmarcada entre sus mejillas chaposas que parecen dos rosas.
-Conozco la ciudad y no me gusta. He trabajado allá en una casa blanca y me sentía encarcelada. He ido a la escuela, sé leer, he visto la televisión, donde hay mucha violencia. Aquí, en cambio, me siento en paz. Mi cielo es azul, el sol no encubre la maldad, mi agua es limpia y no sabe a cloro. En la mañanita el frío muerde mis carnes, pero en cuanto aparece el sol me calienta. Si llueve enciendo el fogón y gozamos su tibieza. ¿Para qué querría cambiar mi casa? Mis alpakas me dan todo. Su carne para mi hambre, su pellejo para mi sueño y su compañía todo el tiempo. Ellas me conocen y yo no me siento oprimida entre cuatro paredes sirviendo a otros. Cuando tenga mis hijos, ellos crecerán aquí y escogerán lo que quieran ser cuando sean grandes.
Nos despedimos con un abrazo, como se estila en los Andes, como dos hermanas. El hombre feliz no tenía camisa, según la historia. La camisa de la pastora Estefanía Condo es la camisa de una pastora feliz con otra visión del mundo.
Bajamos a Waylla Rup’aq, “la pradera que quema”, a pie. Me quedo maravillada. El lugar es volcánico. Los manantiales, con agua hirviendo a más de 90 grados han formado volcancitos con el material calcáreo que arrojan. Al enfriarse la superficie se forma una nata rojiza. Son los “ojos del diablo” que parecen mirar divertidos a los mortales que se acercan a las puertas de su infierno geológico donde las nieblas crean un ambiente fantasmagórico. Si vienen los turistas para verlos alterarán la paz de Estefaníá Condo . Espero que tarden en llegar.
Alfonsina Barrionuevo
Foto: Fernando Polanco
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