lunes, 30 de agosto de 2021

 

Las voces del Perú

A mediados del siglo pasado se le conocía en el Qosqo como un idioma de segundo patio, de saludo humilde al wiraqocha, el señor, a su señora, la patrona, a la niñacha con afecto, la niñita de la casa que a veces entraba a la cocina para comer un poco de maíz tostado con charki. No se hablaba en los salones porque hubiera sido rebajarse al ambiente de la picantería. En la universidad intentó enseñarlo el profesor y poeta Andrés Alencastre, autor de ‘Taki Ruru’, con pobres resultados. Mejor le fue a Efraín Chevarría que hizo una traducción inolvidable del pensamiento qechwa (quechua) de César Vallejo en ‘Los Heraldos Negros y otros poemas’: Kanmi llaki kawsaypi, ¡Manan yachayta atipanichu! ‘Hay tanta pena en este mundo que no lo puedo entender.’ Kankun pisin kankupas… Las personas mayores que lo dominaban creían que no servía aprenderlo, la idea era que sus hijos se fueran a Lima y al extranjero para triunfar.  

Tenía un no sé qué de ternura en las misas de madrugada cuando las mujeres de servicio, las chaiñas, le cantaban al Señor de los Temblores el Apu Yaya Jesucristo envuelto en un manto de dolor.  En el Corpus Christi parecía extraño que mencionaran a la Virgen de Belén blanca y rosada como Mamacha. Mientras que en Paucartambo los bailarines vestidos de qolla, Puno, sus devotos, pedían su bendición a la virgen del Carmen ‘con sus manos de cinco rosas’: ‘Bendicionta churawayku piska osas makiykiwan. En cambio en los chiaeraqes, era puro coraje, puro valor, cuando los viejos animaban a los jóvenes contendientes a pelear: Ama wayqey manchankichu, waykeychallay fulanito,/ si te encuentras en un río de sangre/ piensa que es un río de flores,/ si te encuentras bajo una lluvia de piedras,/ piensa que es una lluvia de confites….’. Indignante en las aseveraciones inkas falsas, Ama Suwa, Ama Kella y Ama Llulla: ‘No seas ladrón, no seas ocioso, no mientas’. El lingüista César Guardia Mayorga de Ayacucho decía que así estaban incompletas, que fueron inventadas por los españoles para desmerecer a los Inkas. En realidad las aplicaban de esta manera para  increpar a los indios obligándoles a hacer un trabajo agotador.


Los estudiosos de la capital afirmaron que el qechwa originario era el de la costa. Es probable que se hablara en la costa y se comprendía bajo este nominativo a todos, fue de la orilla del mar, a escalar los pisos ecológicos del Ande y pasando cerca de los picos nevados se descolgó por los suelos fértiles de la Rupa rupa. En la boca de los niños de nuestro país debió florecer su idioma. Existieron tantos qechwas como otras tantas culturas cobijadas por los aleros de sus cielos. Fuimos muy ricos en lenguajes. Unos bailarines de tijeras me dijeron que en la Huancavelica de las minas de azogue y las sábanas de orquídeas se hablaba chopka. Su orgullo  fue aleccionador.

Un día me contaron que en Tupe, Lima, se hablaba un idioma primigenio, el Kauki o H’akaru y cuando fui caminando, desde el último tramo donde llegaban los buses, por  una senda donde caían frecuentemente unos ciempies venenosos, me encantó escucharlo. Las tupinas estaban cambiando su traje antiguo por uno de colores  modernos, pero conservaban su idioma.

En Trujillo me conmovió el esfuerzo que se hacía reuniendo cientos de palabras del muchik. En el siglo XVI hubo comarcas que se despoblaron. La nueva gente ya no lo conocía. Más al norte algo en Éten donde apareció un Niño Jesús en el cáliz de un sacerdote. En Chachapoyas el famoso jesuita anónimo quiso restaurar el antiguo gobierno de los Inkas lo aprendió de su abuelo un kuraka.

Si se quiere mencionar en función del tiempo el que se gloria en miles de años sería el de Caral y el más joven el del Qosqo que reverdeció el habla de los Ayar en el valle telúrico del Morkill.  En Cajamarca el más solemne el que preside la marcha de cuarenta altares de Cruces en Semana Santa. El más zalamero el que intercambian la linlicha y el  walaycho. Mal escrito el nombre de Ninacaca ocasionó la protesta de su pueblo cuando el que tiene es Ninaqaqa, ‘el pueblo de la piedra de fuego’.

En 1781 a Micaela Bastidas, la heroína de la revolución de la libertad que antecedió al Bicentenario de la República le dolió que el visitador Areche ordenara en su sentencia la extinción del qechwa. El idioma de nuestros antepasados venció la condena legal. Siguió sin dejarse sentir. Estuvo a punto de que su enseñanza saliera de las aulas estudiantiles y ahora en este año llegó al Congreso como la bandera del Perú Profundo. Esperamos que el Runasimi ilumine un día al planeta con sus sonoridades.

Alfonsina Barrionuevo

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