ARTES DEL BUEN COMER
En el siglo que despedimos Dalila
Pardo de Saric, amante y empresaria de la buena mesa, me pidió que escribiera
textos sobre nuestras comidas. Yo regresaba de muchos viajes por el interior
del país, tuve una cátedra sobre ‘Geografía de los Alimentos’ en la Escuela Nacional
de Turismo, y ella me animó a poner deliciosos potajes en letras de molde. El
fragmento que sigue espera dar una rápida visión de sus cocinas en días
especiales.
En las fiestas religiosas un lokro o rokro de gallina, con su vistosa
wañipa o presa encebollada es ofrecida por las mayordomas; lo mismo ocurre con
la cena martajada de res, de chancho o de venado, que se acostumbra en las celebraciones artesanales; el llaqway
uchu altar uchu o chiri uchu, un plato que parece un imponente altar de comida
donde se acomodan presas de pollo hervido, tortillas, chorizo frito, qochayuyo
y huevera de trucha, el kuye al horno y
el tostado de maíz o kancha, llevando encima una banderita nacional; el
chicharrón que se fríe en su propia manteca en perol de cobre y va a la mesa
con mote y ensalada de hierbabuena; el lechoncito de leche de Todos los Santos,
todavía mamón, de carne suave, o el cabrito que reposa en chicha enterrada para
coger los perfumes de la tierra antes de entrar a la olla de donde sale con
acompañamiento de frejoles.
En el Perú hay por lo menos unas diez formas de preparación de kuye qowe
o cuye que son otras tantas demostraciones de ingenio gastronómico; el kuye
alechonado, el chaktado, el haka kahski osqo, el crocante en cazuela, frito y hasta en lawa.
Lo mismo sucede con la carne de cerdo ya fresca, ya seca y deshilachada
revuelta con huevo; ya curada con sal y miel de chancaca; ahumada con mucha
sal, ají y colorante; molida para los rellenos, prensada como queso o aliñada
con alcohol para dar al toqto esa sensación de etéreo como si estuviera repleto
de oxígeno.
Las trasnochadas se combaten con caldo de cabeza de
cordero y lenguas hervidas. La ausencia de virilidad, decían las dueñas de las
ollas, se remedia con criadilla al vapor
con mucho ají molido. En primavera las hojas del nabo andino verde y tiernas son un manjar
agreste en contraposición al policromo soltero de chiñichallwa o pescadito
seco, habas tiernas, pellejo de chancho, rocoto picado, cebolla, qochayuyo,
queso y perejil. Para un refrigerio al paso papita primeriza o miskha, -aquella
que no se come sin su dueño-, en salsa de ají con huevo y maní; choclos simplemente hervidos que se consumen
al pífano con queso.
El seviche de pescado con naranja agria, naranjita de Quito y ají limo es el más
tradicional, pero también son agradables los seviches de calamares y mariscos
de última creación y el seviche caliente que es una rareza de la culinaria
limeña. La karapulkra no tiene rival con el chancho como ingrediente, pero tiene que ser hervido con esqueleto de
pavo para alcanzar la perfección. Los ingredientes justos no pueden faltar. Es
el caso del ‘arroz con pianito’ que perdería su gracia si no tuviera la alegría
y el inconfundible sabor del camaroncito chino. Lo mismo sucede con la añeja ‘ropa
vieja’ en la cual no puede estar ausente el ají verde soasado al lado de un buen pecho de res.
La causa, plato ‘que da vida’ como su nombre lo indica se prepara en
obsequio de las personas que se estima con papas amarillas reventonas,
camarones molidos, quesillos, aceite de oliva y choclo. Un poco que ha ido
desapareciendo el almendrado de gallina, pero es necesario rescatarlo; así como
también la costumbre de preparar la okopa con nueces y pecanas, sirviéndola con
una exquisita ración de pajaritos
fritos.
Un chupe de pallares verde con camarones, corvina, zapallo, arroz,
chokllo, huevo, leche, ajos, orégano y cebolla, para regocijo del estómago y es
tan sabroso como el espesado con carne de pecho, yuka, caigua, frejolitos,
zapallo loche, choclos; el caldo de carne con bolas de plátano dominico, harina
para espesarlo ligeramente, pimientos, huevos, aceituna, papas y culantro;
peqan caldo con jamón y cabeza de cordero; y, la sopa shambar de trigo pelado
con carne de vaca, pellejo y carne de chancho salado. Arvejones y frejoles
secos.
Entre los platos de fondo el espíritu se refocila con un bisteck bien
apanado con galleta o pan duro; el chirinpico de mondongo de cabrito tierno con
limón, ají verde, yuka sancochada y rodajas de camote; el seco de chabelo con
cecina, carne de res, plátanos verdes, vinagre de chicha y cebolla; la famosa
malaya malarrabia que tiene como ingredientes pescado seco, menestras, plátano
maduro y queso fresco de cabra; la warqhata que presenta en medio de una
guirnalda de papas amarillas, salsa de
cebollas y ají mirasol tostado una cabeza hervida de chancho o una porción de
pescado; el pato enterrado vivo para que su carne, sofrita en mantequilla con un aderezo de ají,
pimienta y cebolla china, se nutra con
las fragancias de la tierra; el chivo perseguido al que se hace ‘emoliente de
chivo’, un preparado de aguardiente puro de caña, sal, pimienta y ajo,
dejándolo colgado toda una noche con una capa de sal para asarlo al día
siguiente lentamente hasta que se dore; la cacharrada con menudencias de res,
corazón, choncholí y tripas, que según
las viejas consejas puede resucitar a un muerto, la tripulina sustanciosa que
viene a ser casi lo mismo pero con algunos variantes y el chunchulifán que se
prepara con menudencias de gallina, yuka
y hojas de bijao al estilo selvático; son otras tantas delicias gastronómicas
que demuestran el gran poderío del Perú.
En nuestro pueblo hay fantasía para crear, pertenecemos a una cultura con
sabor. Cualquier
pueblo tiene cocina, nosotros tenemos culinaria’, decía el Corregidor Mejía, afirmación
rotunda que era un elogio al hombre peruano que hace 10,000 años inició
históricamente el proceso alimentario para vivir hasta dominarlo como un arte y
una a ciencia.
Alfonsina
Barrionuevo
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