CIERRAPUERTAS
MUNDIAL
El virus de la temible gripe nos ha
encerrado. Será por breve tiempo pero nos ha sacado de las calles. Salir de las
calles quiere decir nada de aviones, nada de autos, nada de trenes, de helicópteros,
de barcos, de buses, de camiones, de tanques, de motocicletas, bicicletas y
hasta de patines. La reclusión es total. Vacaciones generales en el interior de
las casas. Los seres humanos debemos reprimir impulsos durante la cuarentena,
con la voz caminando de puntillas, como si se fuera a dormir. La regla es no
contagiar ni ser contagiados. La única manera de vencer al Covid 19. Los rebeldes no cuentan. Son la minúscula sin
razón. Lo real es gozar de aire puro, de cero ruidos, menos contaminación, nada
de gritos, de besos viciados, de manos negativas, de abrazos sin control, de pesadillas.
Más vida, sueños que multiplicar y no perder la perspectiva. Vallas a los
viajeros involuntarios portadores. Podríamos quedarnos sin amanecer. A los
jardines funerarios de la paz hay que elegir la lucha haciendo un cabe al tedio.
No queda otra cosa que resistir a puerta cerrada. Extraña ganancia. Solo queda
esperar cuando inclusive la guerra ha dejado sus batallas en suspenso.
En esta situación hay seres a quienes
el fenómeno beneficia. Una flora y fauna a las cuales hemos ido poniendo en
extinción. Ellas se han dado cuenta de que las calles y plazas están desiertas
y recobran sus paraísos perdidos, aunque sea por poco tiempo. La madre
naturaleza nunca hubiera poseído fuerza para encerrarnos a nivel mundial. ¡A
volar, parecen gritar las olas y millones de alas se han abierto sin
equipararse al ruido que producen las máquinas aéreas. Plumas de seda que jamás
se atreverían a sofocar al oxígeno del aire. Las pariwanas aquí, los jabirúes y
las cigüeñas de acullá unen sus vuelos en un mitin de confines. Los pelícanos se
lanzan sin parar a pescar enloquecidos en las manchas de peces que reaparecen
tras la limpieza de las Corrientes de Sur y Norte.
Hay fiesta de alas sin
competencia. ¡A nadar … sin temor y los océanos vuelven a sentirse abuelos felices de miles de
criaturas! Los peces grandes y chicos que se atragantan con las bolsas de
plástico o que pierden su movilidad al ser aprisionadas por las redes de los
cargueros disfrutan de la libertad. El papel lo aguanta todo pero una ostra no
lo puede convertir en una perla. Las
tortugas mayores y menores que no logran digerir montañas de desechos químicos se
sienten reinas de volver a una dieta rica en proteínas.
Las gaviotas y otras
aves migratorias desbordan a su vez las playas, sin bañistas incómodos, y los
pájaros niños, los zarcillos y muchos más. En Venecia, Europa, los cisnes se
permiten el lujo de surcar los canales y
así mismo otras aves que han recobrado sus brújulas, sin seres humanos intrusionádoles
el planeta que debíamos compartir. Y … los cóndores en el Qosqo con sus
paisajes libres de vuelos con miles de pasajeros que burlan en Machupiqchu los parámetros de
lo que debe ser una visita grata.
El receso no ha de durar tanto, pasado mañana
las alas se marcharán a dónde no se sabe. Cabe solo una reflexión. Se podría dejar tal vez algunos lugares para
la naturaleza, esa madre desesperada. Lo vemos. Traspasado mañana volveremos a
espantarlas. ¡Adiós tortolitas que están haciendo su nido en el molle de la
calle de Enrique Villar 444, de Santa Beatriz! ¡Adiós loritos k’allas de la
palmera! ¡Adiós yemitas del algarrobo amigo! ¡Nunca aprenderemos, aunque el
planeta nos perdone la vida todos los días!
Alfonsina Barrionuevo