EL MENSAJE DEL
QORIQ´ENTI
La
leyenda es el encanto de un sitio, de un pueblo, de una región; la que remonta
los sueños, la que explica lo inexplicable.
Quién
pudiera hacer realidad una leyenda. Sumergirse en la sagrada laguna Waynaqocha,
oculta en un glaciar del nevado Salqantay, como los cóndores viejos que se
zambullen en sus aguas taumaturgas, cuando caminan con las patas temblorosas, arrastrando
las alas y la visión turbia, para salir nuevamente jóvenes, malqos, polluelos. En
las leyendas puede haber un fondo de verdad, donde se entreteje su historia. Es
inútil tratar de desentrañarla. Quien mata a un picaflor de oro, creyendo en la
riqueza de sus alas, lo encontrará como un puñado cenizo de plumas. En cambio es
posible ubicarse en su tiempo y dar vuelo a la mente para recrearse en ella. Sobre
la construcción de Machupiqchu encontré, en ese pozo de la imaginación colectiva
donde a veces cae la luna para hacer reverberar sus aguas, una leyenda que cita
hasta el nombre de los arquitectos y del sumo sacerdote;y otra, que nace de las
penurias que sufren sus constructores para vencer la abrupta ladera, casi
vertical, y trasladar a su cima bloques de las canteras que había en el cañón
del Urubamba.
Haytapuma y Choqetarki, dice la primera, los arquitectos inkas más
prestigiados del Imperio, que habían construido templos y palacios de maravilla
en el Qosqo, ‘sudaban sangre’ para levantar un santuario en las alturas del
sagrado Apu Willkamayu, el río que abre una brecha entre los cerros para meterse
a la selva. Las grandes piedras que había en el sitio no eran suficientes para
su propósito y había que hacer subir otras con gran esfuerzo desde abajo. Pero,
los enormes bloques se desbarrancaban con frecuencia, aplastando a sus
conductores. Los wayllas, antas, urosaires, killapanpas y demás pueblos, que
trabajaban en la obra estaban atemorizados.
Se hablaba ya de renunciar al
proyecto cuando el Inka, que había contemplado el espléndido paisaje desde la
cumbre, quedando subyugado por el sortilegio de los valles envueltos en nieblas
azules, los cerros aledaños que se cubrían de nieve en ciertas épocas del año,
la ubicación estratégica del río guardando tres de sus entradas, una infinidad
de especies animales de la yunga y la rupa rupa, así como una exótica
vegetación que llenaba el ambiente de fragancias, embelleciéndolo con las
flores más raras, se resistió a abandonarlo. ‘Aquel será el santuario y … nada
se opondrá a su anhelo, porque así lo quieren’, dijo Pachakuti Inka Yupanki al
Willka Uma Apusaywa, gran sacerdote de Qosqo, que le escuchó en silencio, y
agregó. ‘Consultemos con mi padre, el Apu Inti, para que resuelva la flaqueza
de sus hijos.
Por más riesgos que tenga esa empresa, él nos ayudará.’ Acatando
su orden el viejo Apusaywa se recluyó en el Qorikancha, para ayunar y orar sin
descanso, rogando la inspiración del Hanaq Pacha. Pasó muchas noches en vigilia
sin que sus invocaciones tuvieran respuesta, hasta que se durmió, rendido por
la fatiga. En su sueño se le apareció entonces un qoriq’enti, pájaro sagrado de
los Inkas, cuyas alas de oro vibraban sin cesar, tanto que lo enceguecieron,
impidiendo que pudiera mirarle de frente. Ofuscado, el sacerdote cayó de
rodillas cubriéndose los ojos con las manos y, entendiendo que había sido
enviado por el Sol, le rogó entregarle su mensaje. El qoriq’enti se posó en una
rama de uno de los arbolillos de plata, que había en los magníficos jardines
del Qorikancha, y le dijo con una voz delgada que parecía un himno. ‘El
santuario se construirá en la cumbre del gran cerro, como ha pensado el Inka,
segunda persona del Sol; pero, antes, los maestros guardarán ayuno para
purificar sus almas. Una vez que lo hayan hecho entrarán, con la cabeza
descubierta y los pies descalzos, en el recinto del Suntur Wasi, la Casa de
Armas de los Inkas.’
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Machupiqchu
Foto: Peruska Chambi |
‘Allí
encontrarán, en una vasija de oro, la semillas de unas plantas prodigiosas que
tienen la virtud de convertir la piedra en barro. Ellas crecerán apenas las
pongan en la tierra y, escucha bien, sólo se usarán para construir el santuario
que será templo del universo. Los hombres deben olvidarlas después, para siempre,
porque esa es la voluntad del Apu Inti.’ Al despertar el Willka Uma Apusaywa
corrió, temblando de felicidad, para comunicar su sueño profético al Inka. Este
dispuso que se cumplieran, de inmediato, las disposiciones del sagrado
qoriq’enti.
Aseguran que el hak’aqllu, un pájaro que vive
en los roquedales y que en esos tiempos hablaba, llegó a escuchar el nombre de
la extraña planta. Como era muy charlatán, para impedir que hablara le sacaron la
lengua por el cuello, condenándolo al silencio para siempre. Sus descendientes
llevan un plumón rojo en la cabeza que es la lengua de su indiscreto
antepasado, el primer hak’aqllu. Éste no tuvo tiempo de revelar el secreto a
los hombres, pero transmitió su conocimiento a sus hijos y estos a los suyos y,
así por generaciones. El hak’aqllu tiene la fama de que horada la roca para
hacer su nido con el jugo de unas
plantas que sólo él conoce. En el mismo sueño el qoriq’enti anunció al gran
sacerdote que el Apu Inti entregaría a los Inkas el don de una hoja de poderes mágicos.
La sagrada koka akulli que brotaría misteriosamente en los andenes dorados del
Qorikancha. Las más bellas mujeres del Aqllawasi, el convento de las vírgenes
del Sol, deberían protegerla del extremado frío con la tibieza de sus manos,
hasta que la pequeña plantita tomara envergadura, y regarla también con las
aguas de la fuente de Qorimach’akway, la serpiente de oro.
‘Al
masticarla, dijo el pájaro prodigioso, los hombres duplicarán sus fuerzas,
endulzarán sus larga horas de trabajo, serán invulnerables al frío, a la sed,
al hambre y al cansancio, nunca rendirán sus brazos.’ Solamente con estas
mercedes se pudo construir Machupiqchu, el gran santuario donde reinan hasta
hoy los elementos de la naturaleza,
asombrando a propios y extraños con su presencia magistral.
Alfonsina Barrionuevo