UNA HISTORIA DE AYER
La vieja casa no resistió aquella lluvia de
1970. La azotea parecía una coladera y la primera tienda de artesanías que se
iba a abrir en Lima naufragó. Alicia Bustamante que tenía la Peña Cultural ‘“Pancho
Fierro^’ en la pequeña plaza de San Agustín se apenó. El entusiasta grupo que
alquiló el segundo piso de un local en la segunda cuadra del Jirón Carabaya,
para mostrar bellas expresiones culturales del Perú, dejó para siempre su
aventura. Alicia y yo seguimos por unos años más yendo a la Plaza del Porvenir
cuando llegaba la feria de los bravos toros de arcilla de Santiago de Pupuja,
Sorarija y Kalapuja de Puno, las iglesias panzonas de Ayacucho y los mates
burilados de Junín.
Antes de su muerte José María Arguedas
recorría los pueblos de tierra adentro para recoger en una grabadora, que se cubría
con el polvo de los caminos, sus canciones y su música; mientras Policarpo
Caballero tomaba apuntes de los géneros que todavía existían descartando que la tristeza fuera su
común denominador, pues, las wayllachas, los santiagos, los punpines y otros,
eran de una alegría contagiosa, así como los sikuris de una solemnidad
litúrgica. Teníamos y aún tenemos música para los momentos más solemnes y
también como anestésico para el dolor y el cansancio o para endulzar la
amargura del hambre.
Las “ojotas”, vale decir las gentes descalzas
o con llankes que querían inventar una oportunidad para salir de su situación
infrahumana, llegaban en silencio cobijándose entre esteras. Por esos tiempos
se calculaba un arribo de setenta personas por día a las cuales la capital ignoraba. Sólo significaban un buen ingreso para los empresarios de los coliseos adonde concurrían de domingo a
domingo para curar su nostalgia con cantantes y conjuntos musicales.
En las ciudades de la costa y la sierra la
situación era más o menos parecida. Se vivía mirando y copiando modos y maneras
del extranjero. Allí donde había una gran población qechwa hablante, a veces
monolingue, las familias acomodadas que tenían sus clubes exclusivos preferían
que las nuevas generaciones fueran también monolingües, pero del español.
Cuando ellas perdieron sus haciendas, por disposición de los gobiernos
militares en el poder, la clase media, alta y baja, no lo sintió.
Quienes mejoraron al surgir una empresa
estatal (EPPA) que inició su promoción, fueron los artesanos que languidecían,
salvo en las ferias navideñas de Cusco. Actualmente hay una interesante
exportación y el auge que tienen algunas se aprecia en los contenedores que se
envían periódicamente de Quinua, hace más de 30 años una humilde aldea y ahora
un pueblo más o menos próspero. Lo mismo se puede decir de Chulucanas y de artistas
individuales como Antonio Olave que presenta exposiciones de imágenes
religiosas en Madrid, Roma o París.
Un par de festivales de danzas peruanas en el
Campo de Marte, que llevaron el nombre de Inkari, fue una deslumbrante aunque
pequeña muestra de los cientos que tenemos. En esa ocasión se vieron por
primera vez los coloridos trajes tradicionales
de Cailloma, Sandia, Chupaca, Corongo, Huanuco, etc., que se usan en las
fiestas religiosas, agrarias, pastoriles y otras.
Los conjuntos de bailarines manifestaron en
aquella ocasión su desconcierto al no contar con el apoyo de los dueños de
tierras que solían tomar las mayordomías. El problema se resolvió cuando
formaron asociaciones y aprendieron a resolver sus necesidades gracias a los
devotos. Las corridas de toros siguen siendo una costumbre que cuenta con la
ayuda de los hijos o nietos de los vecinos que han logrado ubicarse en Lima y
hacen actividades para que persistan.
La influencia de la televisión y la presencia
de comerciantes que se trasladan de fiesta en fiesta, con una serie de
confecciones nuevas, ha ocasionado una serie de cambios en las vestimentas que
usan, muy diferentes de los atuendos que coleccionó el médico arqueólogo Arturo
Jiménez Borja en la primera mitad del siglo pasado.
Las modificaciones alcanzan a las comunidades
campesinas. La diferencia destaca en las famosas fotos de don Martín Chambi que
registran magníficos diseños en mantas y ponchos que se tejían y tejen todavía
en algunas partes. Hacerlos en telar de cintura o sobre cuatro estacas demanda
mucho tiempo. Más fácil es comprar una casaca o una manta industrial que se
vende en Juliaca o en Desaguadero.
El reconocimiento en los últimos años de una
cultura inmaterial, conservada principalmente por las comunidades y los pueblos
más alejados, llega tarde. La globalización lo único que ha hecho es acelerar
el giro que ya venía sufriendo la tradición oral trasmitida de padres a hijos.
Funcionaba cuando su aislamiento convertía a los mayores en maestros que fungían
como la memoria de las antiguas culturas.
En la encrucijada mucho se ha perdido, aunque
es justo reconocer que los jóvenes han llegado a las aulas universitarias y
ahora conocen sus derechos y pueden hacer frente al abuso, generalizado desde
que llegaron los españoles. Es alentador que al defender sus tierras también
están tomando conciencia de la urgencia de velar por el medio ambiente.
Antiguamente las regiones funcionaban de
acuerdo a una verticalidad que les proporcionaba productos que les permitían
afrontar mejor que ahora las sequías, las inundaciones y otras catástrofes.
Ahora se quiere remediar los problemas de la extrema pobreza con asignaciones
pecuniarias. Tenemos un territorio de numerosos pisos ecológicos y bien podrían
funcionar proyectos para lograr rendimientos positivos. En todas las épocas,
tanto los habitantes de los valles como de los yermos, han demostrado voluntad
de trabajar. Hay que aprovechar su deseo de superar las crisis para que no siga
la despoblación del campo. Ejemplos sobran. En nuestro caso la cultura puede contribuir
a sacarnos del subdesarrollo y la subestima.
No es cuestión de ir con la música a otra
parte.
1999
Alfonsina
Barrionuevo
No hay comentarios.:
Publicar un comentario