lunes, 13 de enero de 2020


UNA HISTORIA DE AYER

La vieja casa no resistió aquella lluvia de 1970. La azotea parecía una coladera y la primera tienda de artesanías que se iba a abrir en Lima naufragó. Alicia Bustamante que tenía la Peña Cultural ‘“Pancho Fierro^’ en la pequeña plaza de San Agustín se apenó. El entusiasta grupo que alquiló el segundo piso de un local en la segunda cuadra del Jirón Carabaya, para mostrar bellas expresiones culturales del Perú, dejó para siempre su aventura. Alicia y yo seguimos por unos años más yendo a la Plaza del Porvenir cuando llegaba la feria de los bravos toros de arcilla de Santiago de Pupuja, Sorarija y Kalapuja de Puno, las iglesias panzonas de Ayacucho y los mates burilados de Junín.
Antes de su muerte José María Arguedas recorría los pueblos de tierra adentro para recoger en una grabadora, que se cubría con el polvo de los caminos, sus canciones y su música; mientras Policarpo Caballero tomaba apuntes de los géneros que todavía  existían descartando que la tristeza fuera su común denominador, pues, las wayllachas, los santiagos, los punpines y otros, eran de una alegría contagiosa, así como los sikuris de una solemnidad litúrgica. Teníamos y aún tenemos música para los momentos más solemnes y también como anestésico para el dolor y el cansancio o para endulzar la amargura del hambre.
Las “ojotas”, vale decir las gentes descalzas o con llankes que querían inventar una oportunidad para salir de su situación infrahumana, llegaban en silencio cobijándose entre esteras. Por esos tiempos se calculaba un arribo de setenta personas por día a las cuales la capital ignoraba. Sólo significaban un buen ingreso para los empresarios de  los coliseos adonde concurrían de domingo a domingo para curar su nostalgia con cantantes y conjuntos musicales.
En las ciudades de la costa y la sierra la situación era más o menos parecida. Se vivía mirando y copiando modos y maneras del extranjero. Allí donde había una gran población qechwa hablante, a veces monolingue, las familias acomodadas que tenían sus clubes exclusivos preferían que las nuevas generaciones fueran también monolingües, pero del español. Cuando ellas perdieron sus haciendas, por disposición de los gobiernos militares en el poder, la clase media, alta y baja, no lo sintió.
Quienes mejoraron al surgir una empresa estatal (EPPA) que inició su promoción, fueron los artesanos que languidecían, salvo en las ferias navideñas de Cusco. Actualmente hay una interesante exportación y el auge que tienen algunas se aprecia en los contenedores que se envían periódicamente de Quinua, hace más de 30 años una humilde aldea y ahora un pueblo más o menos próspero. Lo mismo se puede decir de Chulucanas y de artistas individuales como Antonio Olave que presenta exposiciones de imágenes religiosas en Madrid, Roma o París.

Resultado de imagen para panoramica de plaza de armas de limaUn par de festivales de danzas peruanas en el Campo de Marte, que llevaron el nombre de Inkari, fue una deslumbrante aunque pequeña muestra de los cientos que tenemos. En esa ocasión se vieron por primera vez  los coloridos trajes tradicionales de Cailloma, Sandia, Chupaca, Corongo, Huanuco, etc., que se usan en las fiestas religiosas, agrarias, pastoriles y otras.
Los conjuntos de bailarines manifestaron en aquella ocasión su desconcierto al no contar con el apoyo de los dueños de tierras que solían tomar las mayordomías. El problema se resolvió cuando formaron asociaciones y aprendieron a resolver sus necesidades gracias a los devotos. Las corridas de toros siguen siendo una costumbre que cuenta con la ayuda de los hijos o nietos de los vecinos que han logrado ubicarse en Lima y hacen actividades para que persistan.
La influencia de la televisión y la presencia de comerciantes que se trasladan de fiesta en fiesta, con una serie de confecciones nuevas, ha ocasionado una serie de cambios en las vestimentas que usan, muy diferentes de los atuendos que coleccionó el médico arqueólogo Arturo Jiménez Borja en la primera mitad del siglo pasado.  
Las modificaciones alcanzan a las comunidades campesinas. La diferencia destaca en las famosas fotos de don Martín Chambi que registran magníficos diseños en mantas y ponchos que se tejían y tejen todavía en algunas partes. Hacerlos en telar de cintura o sobre cuatro estacas demanda mucho tiempo. Más fácil es comprar una casaca o una manta industrial que se vende en Juliaca o en Desaguadero.
El reconocimiento en los últimos años de una cultura inmaterial, conservada principalmente por las comunidades y los pueblos más alejados, llega tarde. La globalización lo único que ha hecho es acelerar el giro que ya venía sufriendo la tradición oral trasmitida de padres a hijos. Funcionaba cuando su aislamiento convertía a los mayores en maestros que fungían como la memoria de las antiguas culturas.
En la encrucijada mucho se ha perdido, aunque es justo reconocer que los jóvenes han llegado a las aulas universitarias y ahora conocen sus derechos y pueden hacer frente al abuso, generalizado desde que llegaron los españoles. Es alentador que al defender sus tierras también están tomando conciencia de la urgencia de velar por el medio ambiente.
Antiguamente las regiones funcionaban de acuerdo a una verticalidad que les proporcionaba productos que les permitían afrontar mejor que ahora las sequías, las inundaciones y otras catástrofes. Ahora se quiere remediar los problemas de la extrema pobreza con asignaciones pecuniarias. Tenemos un territorio de numerosos pisos ecológicos y bien podrían funcionar proyectos para lograr rendimientos positivos. En todas las épocas, tanto los habitantes de los valles como de los yermos, han demostrado voluntad de trabajar. Hay que aprovechar su deseo de superar las crisis para que no siga la despoblación del campo. Ejemplos sobran. En nuestro caso la cultura puede contribuir a sacarnos del subdesarrollo y la subestima. 
No es cuestión de ir con la música a otra parte.  
1999
Alfonsina Barrionuevo     

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