lunes, 20 de enero de 2020


TABLILLAS MAGAS

En los medios de comunicación se advierte hoy un notable interés por descubrir lugares ignotos del Perú. Antes fue sacrificado viajar cuando había que ir por trochas polvorientas al interior y pasar la noche sobre un colchón de paja. Ahora se aprecia un despertar en pueblos y comunidades campesinas que habilitan dónde dormir al afortunado viandante, tendiéndole una mesa de espléndidos sabores.
Hace algún tiempo fui a uno de esos destinos inéditos. La misión era averiguar cuánto ganó Arequipa al pasar una de las áreas más altas del Qosqo en 1835 a la provincia de La Unión. Después de un recorrido de once días pude decir que valió la pena verla, admirando al ingresar la gran visión que ofrece el Cañón de Qotawasi, uno de los más profundos del mundo donde el río se abrió paso, en millones de años, haciendo un tajo de 3,535 metros.

Ojo diabólico.   
Foto: Fernando Polanco
Sus atractivos son alucinantes, practicando un turismo increíble de aventura: visitando  bosques de piedra y de lava como el de Wanka Wanka con esculturas modeladas por la naturaleza, llanuras con ríos de aguas crepitantes, géiseres que lanzan al espacio disparos intermitentes, una laguna lotizada por infinidad de aves migratorias y una planicie, Wayllarupaq, ‘la panpa que quema’, donde florean las pupilas rojizas de los ‘Ojos del Diablo’. Estuve a punto de ser arrojada a un río helado por una yegua espantadiza, sobrevoló un cóndor sobre mi cabeza en Escalerayoq y pude hundirme en ciénagas abismales, pero fue un viaje imposible de olvidar, porque me enseñó el poder de la fuerza telúrica.
En esa tierra erizada de matas que descargan una lluvia de espinos en ciertas horas conocí a gente amable y valiente que lucha cada día con un clima adverso para disfrutar del nacimiento de una flor o el titilar de una estrella. Un ejemplo para los niños que aprenden el ‘abc’ alumbrados por la colita de los pinchinkurus o luciérnagas celestes.
En esa ocasión fue una sorpresa detenerme unas horas en Tiknay, un grupo arqueológico abandonado que guarda como un tesoro decenas de tablillas o lajas de piedra donde sus antiguos habitantes pintaron asombrosos amaneceres y crepúsculos con tierra de colores.
Según me dijo Fernando Polanco, quien dejó su trabajo de técnico de automotores para ser mi guía en La Unión, se encontraron del mismo modo rotundos jaguares y pumas entre otras figuras. La presencia del felino de la cordillera resultó natural por ser propio de la zona mas no del amazónico cuyo misterio no concordaba por haber por la diferencia de alturas  entre la selva cálida y la estepa fría, solo explicable si el otorongo hubiera sido llevado por su exótico pelaje a los Andes después de una cacería o si alguien oriundo de la comarca bajó a la costa,  lo vio y lo reprodujo en las tablillas.

Bosque de lava de Wanqa Wanqa
Foto: Fernando Polanco
En general no es posible saber cómo los antiguos paisajistas de Tiknay hicieron su trabajo. Las tablillas pudieron ser cortadas por el rayo en cualquiera de sus bosques. Hasta hoy se ven varias esparcidas en sectores adyacentes. Una vez limpias debieron  recibir una preparación para pintar en ellas pequeños murales. Sin duda los artistas observaron que debían usar un fijador para que los colores minerales quedaran impresos en su pulida superficie.
Los plásticos asistieron deslumbrados al rodar de los paisajes a los cuales amaron y quisieron retener en las tablillas. Sus descendientes las consideraron tal vez memorables porque estaban ocultas en una especie de túnel. Los huesos de los paisajistas se hicieron cenizas mas no su obra que los sobrevivirá en Tiknay si la respetan.
Polanco, infatigable promotor de su tierra, declara que sus nietos vivieron en la misma área hasta unos tres lustros atrás. Ahora habitan más abajo con el nombre corriente de Pueblo Nuevo que no dice nada. Si fuera por lo menos Nuevo Tiknay. Han preferido la oscuridad de los surcos que siguen trabajando a corta distancia de los abuelísimos, ajenos a la grandeza de sus trazos multicolores.

Los autores del hallazgo de la tabillas pintadas fueron los niños del Pueblo Nuevo  durante una excursión. Incansables, terminando sus juegos, peinaron los restos del grupo arqueológico, cubierto por una vegetación montaraz. Sus ojos vivaces fueron de un lado a otro en busca de alguna reliquia, hasta que dieron con una abertura junto a una roca. Se alborotaron en su contorno y apareció la arista de una tablilla llena de tierra. Ellos pensaron que no era importante. A lo mejor se trataba de un depósito de huesos de gentiles, vigilados por los espíritus de los antepasados, y se fueron. Hubo quien se llevó la tablilla y al lavarla reveló su pintura secreta. Polanco comentó que la hendidura continuaba por debajo con muchas tablillas. Nadie comprendió su mensaje en trozos irregulares con extrañas pinturas. No servían. Ojalá sigan allí.  
No alcancé a ir a Panpamarka, el pueblo de los fabulosas alfombras Sus tejidos con palos que podían medir de dos a treinta metros, y se hacían horizontalmente, de pie. El presidente Augusto B. Leguía mandó hacer una para la sala principal de su palacio en Lima.  ¡Un lujo señorial!
Alfonsina Barrionuevo


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