TABLILLAS MAGAS
En
los medios de comunicación se advierte hoy un notable interés por descubrir
lugares ignotos del Perú. Antes fue sacrificado viajar cuando había que ir por trochas
polvorientas al interior y pasar la noche sobre un colchón de paja. Ahora se aprecia
un despertar en pueblos y comunidades campesinas que habilitan dónde dormir al
afortunado viandante, tendiéndole una mesa de espléndidos sabores.
Hace
algún tiempo fui a uno de esos destinos inéditos. La misión era averiguar cuánto
ganó Arequipa al pasar una de las áreas más altas del Qosqo en 1835 a la provincia
de La Unión. Después de un recorrido de once días pude decir que valió la pena verla,
admirando al ingresar la gran visión que ofrece el Cañón de Qotawasi, uno de
los más profundos del mundo donde el río se abrió paso, en millones de años, haciendo
un tajo de 3,535 metros.
Ojo diabólico. Foto: Fernando Polanco |
Sus
atractivos son alucinantes, practicando un turismo increíble de aventura: visitando
bosques de piedra y de lava como el de
Wanka Wanka con esculturas modeladas por la naturaleza, llanuras con ríos de
aguas crepitantes, géiseres que lanzan al espacio disparos intermitentes, una
laguna lotizada por infinidad de aves migratorias y una planicie, Wayllarupaq,
‘la panpa que quema’, donde florean las pupilas rojizas de los ‘Ojos del Diablo’.
Estuve a punto de ser arrojada a un río helado por una yegua espantadiza, sobrevoló
un cóndor sobre mi cabeza en Escalerayoq y pude hundirme en ciénagas abismales,
pero fue un viaje imposible de olvidar, porque me enseñó el poder de la fuerza
telúrica.
En
esa tierra erizada de matas que descargan una lluvia de espinos en ciertas
horas conocí a gente amable y valiente que lucha cada día con un clima adverso
para disfrutar del nacimiento de una flor o el titilar de una estrella. Un ejemplo
para los niños que aprenden el ‘abc’ alumbrados por la colita de los
pinchinkurus o luciérnagas celestes.
En
esa ocasión fue una sorpresa detenerme unas horas en Tiknay, un grupo
arqueológico abandonado que guarda como un tesoro decenas de tablillas o lajas de
piedra donde sus antiguos habitantes pintaron asombrosos amaneceres y
crepúsculos con tierra de colores.
Según
me dijo Fernando Polanco, quien dejó su trabajo de técnico de automotores para
ser mi guía en La Unión, se encontraron del mismo modo rotundos jaguares y pumas entre otras figuras. La
presencia del felino de la cordillera resultó natural por ser propio de la zona
mas no del amazónico cuyo misterio no concordaba por haber por la diferencia de
alturas entre la selva cálida y la
estepa fría, solo explicable si el otorongo hubiera sido llevado por su exótico
pelaje a los Andes después de una cacería o si alguien oriundo de la comarca bajó
a la costa, lo vio y lo reprodujo en las
tablillas.
En
general no es posible saber cómo los antiguos paisajistas de Tiknay hicieron su
trabajo. Las tablillas pudieron ser cortadas por el rayo en cualquiera de sus
bosques. Hasta hoy se ven varias esparcidas en sectores adyacentes. Una vez limpias debieron recibir una preparación para pintar en ellas pequeños
murales. Sin duda los artistas observaron que debían usar un fijador para que
los colores minerales quedaran impresos en
su pulida superficie.
Los plásticos asistieron deslumbrados al rodar
de los paisajes a los cuales amaron y quisieron retener en las tablillas. Sus
descendientes las consideraron tal vez memorables porque estaban ocultas en una
especie de túnel. Los huesos de los paisajistas se hicieron cenizas mas no su
obra que los sobrevivirá en Tiknay si la respetan.
Polanco,
infatigable promotor de su tierra, declara que sus nietos vivieron en la misma área hasta unos tres
lustros atrás. Ahora habitan más abajo con el nombre corriente de Pueblo Nuevo
que no dice nada. Si fuera por lo menos Nuevo Tiknay. Han preferido la
oscuridad de los surcos que siguen trabajando a corta distancia de los
abuelísimos, ajenos a la grandeza de sus trazos
multicolores.
Los
autores del hallazgo de la tabillas pintadas fueron los niños del Pueblo Nuevo durante una excursión. Incansables, terminando sus juegos, peinaron los restos del grupo arqueológico, cubierto por una vegetación montaraz. Sus ojos vivaces fueron de un lado a otro en busca de alguna reliquia, hasta que
dieron con una abertura junto a una roca. Se alborotaron en su contorno y
apareció la arista de una tablilla llena de tierra. Ellos pensaron que no era
importante. A lo mejor se trataba de un depósito de huesos de gentiles,
vigilados por los espíritus de los antepasados, y se fueron. Hubo quien se llevó la tablilla y
al lavarla reveló su pintura secreta. Polanco comentó que la hendidura continuaba por debajo con muchas tablillas. Nadie comprendió su mensaje
en trozos irregulares con extrañas pinturas. No servían. Ojalá sigan allí.
No
alcancé a ir a Panpamarka, el pueblo de los fabulosas alfombras Sus tejidos con
palos que podían medir de dos a treinta metros, y se hacían horizontalmente, de
pie. El presidente Augusto B. Leguía mandó hacer una para la sala principal de
su palacio en Lima. ¡Un lujo señorial!
Alfonsina Barrionuevo
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