EL
EMBRUJO DE TOMAYQUICHUA
Había en
Tomayquichua un dulzón olor a chirimoya. Dicen que es la fruta del amor. Allá
la vincularon a Ricardo Florez, pintor limeño a quien sedujo su aroma, echando raíces
en el lugar para toda la vida. Fui a Huánuco para entrevistarle y me encantó su
casa-estudio suspendida prácticamente sobre el río. Un paraíso natural de
cerros floridos, agua musical y el verde vivo de sus ramadas. Fue una
oportunidad para conocer la casa ‘donde nació’ Micaela Villegas, la actriz que
fue amada por el virrey Manuel de Amat y Juniet. En realidad ni siquiera salió
de Lima. Pero así decían de una quinta señorial de arcos que miran a la campiña, entre geranios.
No
se sabe de dónde viene tal historia pero es uno de los atractivos que atrapa a
los viajeros.

Además de ser
la tierra de doña Isabel de Herrera, abuela de Santa Rosa de Lima, su fama de mujeres
hechas para el amor viene al parecer de la decisión de Ricardo Florez de vivir allí. Piel dorada por
el polen del día. Ojos pícaros y reilones, con ángel, labios carnosos,
invitadores, sonrisa llena de misterio, a lo Gioconda. Crenchas perfumadas, aire
que se recreaba en su talle hecho para el goce y la maternidad. No se sabe por
qué resortes mágicos hechizaba en complicidad con un paisaje embriagaba. Toda
la aldea respiraba poesía y erotismo.
El escritor Enrique
López Albújar afirmaba que fue una hermosa hija del pueblo quien logró capturar
las miradas del artista, aunque él dijo que no. Lo enamoraron los atardeceres
con sus crepúsculos incendiados que fue trasladando durante su larga existencia
a los lienzos con una técnica muy bella, el puntillismo, que era muy admirada
en Lima cuando enviaba sus cuadros para exhibiciones.
El escritor estuvo mucho tiempo en
Huánuco y fue amigo de don Guillermo Durand, padre de Monseñor Ricardo Durand y
cuñado del pintor. Conoció los desesperados esfuerzos de la familia por
devolverlo a Lima. Su hermana hasta vendió su fundo sin lograrlo. Así se fue
tejiendo la trama de su novela, “El Hechizo de Tomayquichua”.
“López Albújar
escribió que me atrapó en sus redes amorosas una mujer, pero confieso que fue
su cielo de turquesa y sus colinas de matices cambiantes con parajes de
inspiración inagotable”, me dijo Ricardo Florez.
Lima le
asfixiaba. Nació en la antigua calle de Matajudíos y dejó Lima porque le
asfixiaba. Debió ser médico como su padre, hombre de campanillas que fue Decano
de la Facultad de Medicina de San Fernando y Ministro de Educación en tiempo de
don José Pardo., senador por Huánuco y el peruano que trajo el primer automóvil
desde Francia.

Podría haberse
quedado en Lima recibiendo aplausos de la crítica. Podría estar en París alternando
con otros pintores. Pero, prefirió la paz aldeana de la tierra fragante de los chirimoyos.
Árbol emblemático del pueblo, de posturas plásticas, sugerentes, femenino hasta
en el tamaño, de madera aterciopelada, de ramas curvas y laxas, a manera de
piernas y brazos.
Sus hijas
María y Rosa estaban con él en Waytawasi, a media cuadra del río y a unos pasos
de un puentecillo colgante que parecía de hilachas. “Esa casa de Molino Ragra
será un día buscada por los turistas,” comentó el doctor Carlos Showing. “En
ella comenzó la historia de su embrujo que, falso o auténtico, pertenece al patrimonio del pueblo.” Tanto la
Perricholi como él multiplican los atractivos de la tierra edénica que una vez
se hizo mujer para privar la libertad del gran puntillista en la más bella de
las cárceles.
En los cerros
hay una alegre procesión de lilas y azules, un contraste de rojos carmesí,
llamaradas de oro. Contraparte de lejanas campanas y gorjeo de pájaros
peregrinos y un aroma afrodisíaco que penetra por los poros y acelera los
latidos, desbordando ocultas y profundas pasiones. Ansias de vivir, de amar y
ser amado.
Alfonsina Barrionuevo