KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES
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Ilustración de Kukuli Velarde |
Lima es una de las provincias increíbles de Perú.
Tiene grupos arqueológicos como Caral, con más de 5,000 años, khipus con la adición
sugerente de una dama del siglo XVIII y
un soldado de la Guerra del Pacífico, piezas de teatro italiano y francés para llamar
a la lluvia, dos santuarios, del Señor de los Milagros en Lima ciudad y de otro
Cristo venerado en Huamantanga, una mística Santa Rosa y un lego que está en
los altares, San Martín de Porres, cuarenta trajes de diario y danza tradicional,
una sopa prehispánica que se sirve con piedras calientes y mucho más.

PIRÚA
Una interrogante con profundidad de abismos
crece en torno a la palabra Perú. Así se llama nuestro hermoso país sin que
haya sido posible descifrar su enigma. ¿Por qué se escondió éste nombre cuando
estaba en los alfabetos de las culturas asentadas en sus pisos ecológicos? No
era un vocablo cualquiera. Tampoco
provenía del Darién, Caribe o Tierra Firme, es decir Centro América. Habría
que ver de qué lugar ignoto pudo ser arrastrado por los conquistadores, como el
vocablo ‘cacique’, utilizado para los jefes o dignatarios, cuando teníamos los
propios, kuraka, apu, si ek, ala ek, malqo
y otros. Perú, tal como se escribe, debía tener un origen con rango. Era
preciso indagar con paciencia de
qué árbol lingüístico se desprendió el nombre como una hoja viva, y en qué
momento se incorporó a nuestra historia.
Hasta
que me sorprendió apareciendo en mi teclado con un encanto inefable. Perú vendría
de Pirúa y la palabra se suaviza, ondula, adquiere un timbre poético. Pirúa, un
hombre amado por la naturaleza cuyo nominativo emerge con el arribo de los
españoles al norte y es cambiado porque éstos tenían pereza de pronunciar bien ciertas
sonidos vocales. La palabra Pirúa se astillaba en sus labios y la corrompieron.
Más accesible fue Pirú y así figuró en sus escritos hasta devenir en Perú.
Sucedió
en un tiempo sin edad, ñaupa pacha, pasando de padres a hijos y nietos. El
viento decía en sus susurros Pirúa. El agua en sus murmullos cantaba Pirúa. Las
flores y las enredaderas musitaban Pirúa. Las aves en sus trinos modulaban su
nombre Pirúa. El trueno al resonar en
las tardes canturreaba Pirúa. El rayo
escribía en el aire Pirúa. El arco iris dibujaba en los arcanos Pirúa.
Gracias
a su autor, nada es mío, la historia responde a la vieja pregunta sobre el
nombre de Perú. Hasta ahora no he hallado otro cronista que la considere.
Quien
inventó a Pirúa hizo volar la imaginación en aras de la necesidad de contar con
un héroe fundador. El relato es novedoso entre nuestros mitos y leyendas.
La
confidencia de los suyos, descendientes de los inkas y khipukamayuq, fluía en
forma natural porque se sentía inspirado.
Aprendió con la gente del Ande que el cielo se remecía de alegría al
recibir los rayos y los besos de oro de Apu Inti, su hijo bien amado y temido. Un
día de estos publicaré toda la mágica historia con nombres, pelos y señales. Ya
tengo todo registrado.
Alfonsina Barrionuevo
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