EL PICHINKUCHA SILVA
Una voz y una guitarra
En los Andes
el canto del pichinko o gorrión llega al corazón y lo deshace en dulzuras. Será
por comparación con la belleza de sus trinos que Manuel Silva, de Qaraypanpa,
Aymaraes, Apurímac, fue bautizado a corta edad como “pichinkucha.” Desde
pequeño su voz arrancaba como una invitación a la vida en la cocina donde
crepitaban los leños, a la orilla de los hornos donde el pan se bañaba en su
música, al lado de los waqrap’ukus sonoros o cornetas de cuerno.
Así fue
creciendo el “pichinkucha Silva” que, en las fiestas octubrinas de Mamacha
Rosario, prendía manojos de notas en sus manos de paloma. Hasta que un día se
vino a Lima con su guitarra en los brazos y todos los cantos de amor recogidos
de los caminos en su alma. Al verlo el público se deshace en aplausos porque
escuchándole evoca con nostalgia a su pueblo, regresando a sus raíces.
Esperamos que el gorrión que lleva en su garganta nunca deje de cantar ni se
suelte de las cuerdas de su guitarra.
LINDAS PLAYAS EN HUACHO
A
pocos les importa que la tempertura al elevarse esté matando ranas si pueden
tostarse como un camarón. Cada fin de semana los veraneantes vuelan a las playas
del Sur. El mar rompe sus olas y los recibe con un abrazo fresco. La arena
puede quemar lo que quiera porque allí les aguardan las generosas aguas de
nuestro océano.
Peronalmente
me encantaría desviar la mitad de ese río humano hacia las playas del Norte Chico.
Hay ciudades esperando a los visitantes con el regalo de un merecido descanso
adormilados al borde del mar. Huacho es un buen destino a ciento cincuenta
kilómetros de Lima, con hoteles y restaurantes acogedores.
La
idea es salir el sábado en la tarde, tomar un alojamiento al llegar, darse un
buen duchazo y gozar desde el parque el espectáculo del sol incendiando el
horizonte. La plaza con una amplia rotonda, la catedral dedicada a San
Bartolomé que sufrió martirio en el siglo I, la fachada que es el último
vestigio de la casona de Sebastián Salinas Cosío, las casas de estilo alemán de
Abel Mato y la afrancesada de Pitaluga. En el camino es una anécdota del pasado
la Estación del tren que iba y volvía de Lima. Su jirón principal de luces de
colores ofrece una última mirada al bulevar con sus enormes farolas que le dan
un toque de distinción.

Si
se quiere sólo arena y mar están las playas Herradura y Paraíso; para los
tablistas armarse de adrenalina con las gigantescas olas de la Centinela. Para
jugar con el Pacífico y dorarse están Hornillos, Colorado, Tilca, Cerco Verde,
Cocoy y Tartacay, entre otros lugares lindos como La Ventana, Quitacalzón y
Lampay.
Para
los amantes de la naturaleza hay una especie de zoológico en medio mar. Huacho
tiene islas con lobos y aves marinas. Se recomienda proveerse de sombreros o
viseras hechos con telas de algas que protegen de los rayos UVA. Los tours
incluyen cuando se les pide una lonchera especial con sandwichs y gaseosas o
agua para no deshidratarse.
Si
hay tiempo algo más. Un paseíllo a Huaura, donde está enclavado en media
placita un campanario histórico. Entre sus bronces el mayor es la "campana
de la libertad" y las otras son de las iglesias de San Andrés y Santa
María. La casona del duque de San Carlos, Fermín Francisco de Carbajal Vargas y
Alarcón, donde se guardaban las barras de plata que llegaban de Pasco cuando
fue sede de la aduana marítima, es muy mirada por el balconcito desde el cual
el general José de San Martín declaró la independencia. El edificio virreinal
que ahora es museo de sitio se construyó entre 1710 y 1730. Los macizos de
flores que dan alegría al patio de entrada son sugestivos. Invitan a atreverse
a subir por la escalerilla al segundo piso y pasando la habitación entrar al
balcón. El patio interior con ancho pasadizo conserva su añejo techo de madera
y las ventanas de rejas torneadas. En las antiguas habitaciones del duque se
exhiben cuadros y reliquias de épocas gloriosas.
¡Vamos
para el Norte Chico!
Alfonsina Barrionuevo
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