domingo, 19 de febrero de 2017

¿Y AHORA, DON MARTIN…?

Don Martín Chambi hablaba poco de las placas de vidrio que conservaban fotos que tomó durante medio siglo. A caballo y a pie se perdía por los caminos más agrestes para captar paisajes, rostros, fiestas, matrimonios, bautizos y cuanto llamara su atención. Todavía me tomó unas fotos carnet para el colegio con una máquina matrona de cajón y luego otras cuando volvía de vacaciones de “El Comercio” de Lima o de la revista “Caretas”. Hasta que un día dio de baja a sus reliquias y compró una moderna que cabía en el bolsillo de su saco. El Inti Raymi ya no era el mismo de los tiempos del qorilaso Pancho Gómez Negrón pero le gustaba ir a Saqsaywaman, para competir con la ola de fotógrafos y camarógrafos que llegaron después.

Llama micheq. Martín Chambi
En los armarios del patio de su casa las antañonas placas dormían apiladas en cajas, acumulando rumor de viento y de lluvia, resistiendo embriagueces de sol en los días azules o tiritando en las noches de helada. Nunca pude saber cómo llegaron a Qosqo. Tuvo que ser por barco hasta Mollendo y luego otros caminos.
Me tocó viajar con Julia, su hija, heredera de su arte y de sus sueños, a P’isaq, la ciudad inka de las pisaqas o perdices y a Ocongate con Zuly Azurín para asistir a la aparición del sol en el solsticio de invierno, frente a Qoyllur Rit’i.

Para los clientes amigos, casi medio Qosqo, era natural verlo desaparecer tras su cortina negra y luego, estirando el brazo, dar la voz de atención sacando la chapita que cubría el lente captador de imágenes. Tengo fotografías con él sonriendo, tomadas por Julia que formó mi colección particular y exclusiva, copiada hace poco por Stéfano Klima para que la vea Jan Mulder, quien tiene la suya de Machupiqchu, captada por don Martín en la tercera  década del novecientos.

Arequipa. Martín Chambi
El tiempo fue generoso y le dejó vivir con alegría en la ciudad imperial. Su casa fue siempre muy visitada por intelectuales ilustres. Siguieron su línea sus hijos: Víctor, que amaba también la fotografía, y Manuel, que era cineasta. Sus hijas, Celia, Julia, Mery, colaboraron con cariño en sus afanes. Un día lo seguirían sus nietos, Teo y Peruska, de su mismo linaje. Doña Manuelita, su esposa, lo engreía con manjares de la cocina cusqueña. Sus manos eran incomparables para el tínpu, los kuyes, el chiri uchu, los tamales, los rocotos emponchados, las lawas y los caldos. La extrañó cuando tuvo que irse, hasta que cansado de vivir y enjugar sus lágrimas, recordando días felices, terminó por seguirla.

El descubrimiento de las placas de don Martín por fotógrafos extranjeros fue una revolución. Había y hay maravillas en ellas porque falta mucho por revelar. Afortunadamente aguantaron con fidelidad el peso de un siglo ya transcurrido. Julia, a quien llamaba “mi astillita” y lo puso en letras de oro, se encargó de organizar exhibiciones de esas fotografías de antología en Europa y Estados Unidos.
Machupiqchu en su bosque de nubes, el Cusco de su época, la plaza con la riel del tranvía de principios del siglo XX, la calle que lucía el famoso Balcón de Herodes hasta que cayó, la novia vestida de un blanco ilusión, campesinos con auténticos trajes de lujo, decenas de músicos en una fiesta patronal, amigos jugando al sapo, el pastor con su llama que dio la vuelta al planeta y así incontables, mantienen intacto un pasado fulgurante de luz y sombra que comparten por igual exquisiteces de su pupila.

Retrato. Martín Chambi
Don Martín fue un cazador de imágenes y, en la última colección que Julia me regaló de Arequipa, los contrastes son hermosos Don Martín esperaba,  paciencia en ristre, el giro del sol para disparar su cámara. Podían ser días, meses o años. 

Su presencia puso en primer plano a otros colegas. Poco a poco se descubrió un Perú inédito, vivo en sus placas donde se mira un pasado memorable. Ella se alegraba por todos, y, "por papá, ¿te das cuenta?, sin él los otros estarían olvidados". No le falta razón. Fue el gonfalonero de su gremio. Quiero pensar que está en el viejo estudio de la calle Marqués esperándome. Gracias, Julita, por tu cariño y por albergar en tu alma la obra de don Martín. Dale un abrazo por los días llenos de amor.

Alfonsina Barrionuevo


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