SENDERO DE ORQUIDEAS
En el teclado de mi computadora cada letra se convierte en una orquídea
en homenaje a José Koechlin y su esposa
Denise Guislain por restaurar y conservar el bosque de nubes de Inkaterra
Machupiqchu Pueblo Hotel, en cuyos árboles se mecen estas flores de exquisita
belleza. Es una parte del entorno mágico del santuario inka donde ellas parecen
estrellas que se descuelgan del cielo. Son más de trescientas diferentes que
saltan entre mis dedos aromando comillas, signos de admiración, números,
paréntesis, guiones y letras, mientras evoco su sendero donde circulan turistas que
llegan para copiar en sus pupilas sus delicadas y caprichosas formas.
Presiono una tecla y es la misma
orquídea que admiraron los chavin hace milenios para eternizarla en la piedra.
Otra es Wiñay wayna, la doncella inka, que acarició con sus dedos de pétalo al
nevado Salqantay recibiendo el don de vivir convertida en una flor por el Apu
de la Eterna Juventud. Sigo y encuentro la Waqanki que no pudo amar al guerrero
que la descubrió, en una noche de luna bañándose en la cascada, y llora por
haberlo perdido. La Epidendrum pachakuteqianum recuerda al poderoso señor que
recibió el mandato de las fuerzas cósmicas y telúricas de construir
Machupiqchu. Entre las recién descubiertas la Kefersteinia koechlinorum
’Denise’, lleva su nombre por los
cuidados que ella les brinda. Más o menos al final la Epidendrum sp. nov. y la
Telipogon sp. que aluden a Moisés Quispe, el excepcional jardinero jefe, antes
agricultor, que aprendió a identificar, coleccionar y cultivar las orquídeas
nativas hasta irse a su paraíso. Nunca sabremos qué orquídeas, según la
leyenda, fueron convertidas en mujeres por los espíritus de la foresta, pero
debieron ser muy bellas al haberles dado el corazón de una orquídea como paqarina
o lugar de nacimiento.
En el teclado hay muchas más que lo
llenan de colores como si el arco iris se hubiera entretenido con la paleta de
un pintor, haciendo maravillas. Blancas con vena granate, amarillas moteadas
con marrón, azules con blanco, fucsia en degradé, rosadas, púrpura casi
negras, en fin una colección interminable, en las que puso el embrujo de sus
pinceles.
La historia del sendero, donde el sol
mide la fuerza de sus rayos para ser una leve caricia y la lluvia que al caer
va de puntillas respetando su fragilidad, es conmovedora. Primero, porque
restaurar bosques talados no es fácil. Es una tarea de tiempo, días, semanas,
meses, años, para que las orquídeas vuelvan a reinar en su hábitat. En un lugar
devastado por agricultores que, en su urgencia de vivir, no percibieron la
grandeza de los cerros adyacentes, el majestuoso Phutukusi, el recio Kutija y
más allá las frondas del Kollpani. Es justo que La Society American Orchid
considere que los jardines de Inkaterra en Machupiqchu contienen la mayor
cantidad de orquídeas nativas expuestas al
público en su lugar natural.
Las orquídeas no son parásitas como se
cree. No todas carecen de fragancia o provocan rechazo, algunas como la
Trichopilia fragans la Kefersteinia koechlinorum o la Pleurothallis revoluta
desprenden un aroma delicioso al anochecer. Hay orquídeas terrestres que crecen
a nivel del suelo, litofitas sobre piedras y rocas, epifitas abrazadas a los
árboles meciéndose en las hamacas del aire o incrustándose en los troncos como
preciosas miniaturas que se aprecian mejor lupa en mano, hemiepifitas que
trepan desde abajo como una hilacha vegetal en busca de la luz y saprofitas que
gustan extrañamente de la materia en descomposición.
El libro “Orquídeas” de Inkaterra
compendia con excelentes fotos y dibujos
los secretos de estas flores
mágicas que merecieron estudios apasionados de cusqueños como Fortunato L. Herrera y
César Vargas, siguiéndoles otros peruanos y extranjeros.
Son hermafroditas o masculinas y
femeninas. Sus agentes polinizadores son diversos. Abejas macho que al
impregnarse con su esencia se tornan en amantes irresistibles; mariposas alas
de cristal o dípteros que aterrizan suavemente en su “pista de aterrizaje”,
cubierta por un polvillo parecido al polen; y colibríes verdiblancos o
cola de raqueta que se sostienen en equilibrio para sorber su néctar. Cuando
maduren sus frutos unos cuatro millones de semillas volarán a balancearse en
los columpios de la brisa en busca de un hongo de germinación. Llegarán a su
adultez en cinco o seis años y así otra vez en los jardines de Machupiqchu
Pueblo Hotel que son el mayor centro global de conservación in situ de
orquídeas y el mayor banco de germoplasma creado para repoblar áreas afectadas.
Con las orquídeas se vienen sobre mi
teclado el gallito de las rocas que es una llamarada viviente y escucho
nítidamente en una grabación increíble al perico gorrinegro, al chotacabras
ocelado, al jacamar frentiazulado, al hormiguero gargantillado, a la cotorra
carirroja, al rondabosque rayado, al relojero coroniazul, al colibrí
pechicastaño, al carpintero olivacero, al plañidero grisáceo, al cucarachero
bigotudo, al quetzal cabecidorado y hasta ciento cuarenta voces aladas.
En el sendero hay lugar para un oso de
anteojos que estuvo recluído en una jaula donde apenas podía moverse y ahora se
siente libre, con desayuno a la carta y hasta un “spa” cristalino donde se mete
y luego se sacude satisfecho.
Gran labor de los ejecutivos de
Inkaterra: Jose Koechlin, Denise y sus colaboradores que protegen una
innumerable y preciosa familia iluminados por los Apus del Urubamba.
Alfonsina
Barrionuevo
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