CABRAS EN LOS
ANDES
A
ladrido limpio, cuatro perrazos me cerraron el paso, como si defendieran un
palacio y no una casucha. Al oirlos salió con paso cansino Eduardo Salvatierra.
Ojos de soledad, piel surcada por el tiempo, manos gruesas encallecidas por el
duro trabajo. Su sonrisa relució cuando dijo ser un cabrero de San José de
Chorrillos, un pueblito de Huarochirí, sin otro futuro que ser llevado por las
cabras de un lado a otro.
“Ellas son como el viento -dijo -Cuando
tienen hambre son capaces de escarbar el suelo y sacar las raíces más hondas.
Así se comieron mi pequeña chacra. Ahora voy donde me llevan y así será hasta
que mis huesos queden en algún desmonte. Soy cabrero, lo fueron mis abuelos y
mi mujer, Saturnina Willka, quiere a las cabras como a sus hijos. Ellas nos
acompañan. Los otros, a quienes recibimos con cariño y les dimos todo para que
fueran gente de provecho, nos dejaron un día.”
Salvatierra
no sabe que las cabras son una especie de atila de cuatro patas, cuernos y
chiva impertinente. Por donde pasan nunca vuelve a crecer la hierba. Tal parece
que conllevan una maldición bíblica. Según informaciones ellas desertificaron
el Sahara que tuvo hermosos campos hace miles de años. Remontaron los océanos
como la vaca y el cerdo en las bodegas de
los galeones y se asentaron en tierras americanas.
No
hay un censo que nos entregue datos acerca de la forma como ha ido aumentando
su población. Se reproducen continuamente y aunque terminan en las mesas
familiares y en los restaurantes de pueblos y ciudades, no se acaban. En más de
una ocasión hemos visto reses y ovinos en un estado lamentable de flaqueza por
falta de pasto, pero las cabras sobreviven a cualquier desastre climático.
Cuando
me dicen: "Hay que comer un sabroso seco de cabrito, yo contesto:
"Hay que comer a todos los cabritos lo más pronto que sea posible", y
no es una broma como puede parecer. Hace un buen tiempo encontré un rebaño de
cabras y cabritos a 4,000 metros del nivel del mar en Tanta, Yauyos, y sentí
escalofríos. Su presencia allí indica una próxima depredación de la parte alta
de los Andes porque también ya están en otras partes.
Nadie
lo ha advertido y no hay quien hable seriamente con los campesinos sobre el
peligro que ofrecen. Los bofedales se irán entre sus voraces mandíbulas y no
quedará alimento para los camélidos cuya fibra es preciosa. Las heladas matan
miles cada vez. Son un fenómeno de la naturaleza y de los cambios que
últimamente apreciamos. Hoy tienen un nuevo enemigo. La cabra.
Han
subido a la puna y son una amenaza creciente para las alpakas y las vikuñas
porque pelan todo. Por su causa la India es un país donde abundan los
desiertos. Lo mismo sucede con toda la cuenca del Mediterráneo que ha quedado
sin vegetación. También han depredado montes en Italia, España, Africa del
Norte. En Nueva Zelanda el Parque Nacional de Monte Egmont fue arruinado hacia
1920 por las cabras que los agricultores importaron para destruir las zarzas y
los cardos que estorbaban el cultivo de otras plantas.
La
cabra está ligada a la economía de la pobreza. Ella es la vaca del pobre. Pero
su crianza no tiene parámetro alguno como se hace en Francia o Suiza, donde se
reconoce que es un animal depredador. Si no las detienen acabarán con el ichu
andino, aunque su carne sea apreciable así como su leche que sirve para
preparar riquísimas natillas y quesos.
Alfonsina
Barrionuevo
No hay comentarios.:
Publicar un comentario