domingo, 12 de febrero de 2017

CABRAS EN LOS ANDES

A ladrido limpio, cuatro perrazos me cerraron el paso, como si defendieran un palacio y no una casucha. Al oirlos salió con paso cansino Eduardo Salvatierra. Ojos de soledad, piel surcada por el tiempo, manos gruesas encallecidas por el duro trabajo. Su sonrisa relució cuando dijo ser un cabrero de San José de Chorrillos, un pueblito de Huarochirí, sin otro futuro que ser llevado por las cabras de un lado a otro.
Ellas son como el viento -dijo -Cuando tienen hambre son capaces de escarbar el suelo y sacar las raíces más hondas. Así se comieron mi pequeña chacra. Ahora voy donde me llevan y así será hasta que mis huesos queden en algún desmonte. Soy cabrero, lo fueron mis abuelos y mi mujer, Saturnina Willka, quiere a las cabras como a sus hijos. Ellas nos acompañan. Los otros, a quienes recibimos con cariño y les dimos todo para que fueran gente de provecho, nos dejaron un día.”

Salvatierra no sabe que las cabras son una especie de atila de cuatro patas, cuernos y chiva impertinente. Por donde pasan nunca vuelve a crecer la hierba. Tal parece que conllevan una maldición bíblica. Según informaciones ellas desertificaron el Sahara que tuvo hermosos campos hace miles de años. Remontaron los océanos como la vaca y el cerdo en las bodegas  de los galeones y se asentaron en tierras americanas.
No hay un censo que nos entregue datos acerca de la forma como ha ido aumentando su población. Se reproducen continuamente y aunque terminan en las mesas familiares y en los restaurantes de pueblos y ciudades, no se acaban. En más de una ocasión hemos visto reses y ovinos en un estado lamentable de flaqueza por falta de pasto, pero las cabras sobreviven a cualquier desastre climático.

Cuando me dicen: "Hay que comer un sabroso seco de cabrito, yo contesto: "Hay que comer a todos los cabritos lo más pronto que sea posible", y no es una broma como puede parecer. Hace un buen tiempo encontré un rebaño de cabras y cabritos a 4,000 metros del nivel del mar en Tanta, Yauyos, y sentí escalofríos. Su presencia allí indica una próxima depredación de la parte alta de los Andes porque también ya están en otras partes.
Nadie lo ha advertido y no hay quien hable seriamente con los campesinos sobre el peligro que ofrecen. Los bofedales se irán entre sus voraces mandíbulas y no quedará alimento para los camélidos cuya fibra es preciosa. Las heladas matan miles cada vez. Son un fenómeno de la naturaleza y de los cambios que últimamente apreciamos. Hoy tienen un nuevo enemigo. La cabra.

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Han subido a la puna y son una amenaza creciente para las alpakas y las vikuñas porque pelan todo. Por su causa la India es un país donde abundan los desiertos. Lo mismo sucede con toda la cuenca del Mediterráneo que ha quedado sin vegetación. También han depredado montes en Italia, España, Africa del Norte. En Nueva Zelanda el Parque Nacional de Monte Egmont fue arruinado hacia 1920 por las cabras que los agricultores importaron para destruir las zarzas y los cardos que estorbaban el cultivo de otras plantas.
La cabra está ligada a la economía de la pobreza. Ella es la vaca del pobre. Pero su crianza no tiene parámetro alguno como se hace en Francia o Suiza, donde se reconoce que es un animal depredador. Si no las detienen acabarán con el ichu andino, aunque su carne sea apreciable así como su leche que sirve para preparar riquísimas natillas y quesos.


Alfonsina Barrionuevo

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