VIAJE
A LA RAÍZ
Entramos
a julio y tuve a Kukuli sentada en el sofá pequeño, con una sonrisa de primavera.
No podía imaginar qué estaba haciendo en su laptop. Levantaba la cabeza, me miraba
y de pronto sacó de ella, sonriente, pasajes para el Qosqo, con destino a Huaro,
para mí, su hermana Vida y ella. Fue una sorpresa y esta Lima fría se derritió
con el fuego que destelló en sus ojos. Un viaje inolvidable a los murales de
Tadeo Escalante, los árboles de pisonai de la plaza con pavitos escarlatas, la
visita a Kaninkunka, donde descansa mi padre, y nuestras miradas prendiéndose
en las aguas de la laguna de Urcos donde reverbera una leyenda, la gruesa cadena
de oro que Wayna Whapaq mandó forjar para celebrar el nacimiento de su hijo
Waskar Inka. Ni siquiera un respiro. A volar y un poco de turbulencia que se dominó
mirando el ala de acero del avión por la ventana, que se movió como si
estuviéramos sentadas sobre el lomo de un potro indómito. En la ciudad sagrada
de los Inkas almorzamos un delicioso cordero deshilachado en la trattoría de
Plateros y al día siguiente vino el taxi para el viaje a la raíz.

Saliendo
por la Angostura, donde rompió su dique y desaguó el lago Morkill, se podía ver
el caserío de una hacienda, cuya dueña prefería que sus cosechas se hicieran polvo
en sus graneros antes que venderlas a los pueblos, seguimos a Oropesa. El
pueblo, fundado por el virrey Toledo, nos llamó con el olor de sus hornos de chutas,
molletes, rejillas y panes de hurk’a. Al regreso compramos unas piezas con Victoria
Cano, quien es parte de la familia desde que mis hijas eran chiquillas. Kukuli
saboreó una costra, llena de añoranza.

Me hubiera
gustado ir más allá en el relato del viaje que salió de la laptop de Kukuli,
pero lo dejo para el próximo blog. Una traqueítis me obliga al reposo que
espero termine en unos días.
En Andahuaylillas,
la Capilla Sixtina, como acostumbran llamarla por sus pinturas, es bueno
recordar al presbítero Juan Pérez de Bocanegra, quien no podía creer que en aguas subterráneas flotaran
las estrellas, según le confesaban sus feligreses andinos. Por supuesto que las
estrellas relucen en todos los cielos y aguas escondidas del Perú. No las ven
quienes no lo quieren.
Alfonsina
Barrrionuevo
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