domingo, 11 de junio de 2017

LA VIRGEN DE LAS TRES MANOS

El sol se quedó en el atrio y entré a la única nave de la iglesia de San Blas, de  Qosqo. En esa ocasión tuve una sorpresa. El INC restauraba en su muro la pintura de Nuestra Señora del Buen Suceso, que hasta entonces estuvo vestida. Cualquiera, al mirarla se hubiera extrañado. ¿Por qué razón la imagen aparecía con tres manos?
La foto que tomé de Ella y que ven ahora es una foto testigo. Para el turista que visita la iglesia por su grandioso púlpito, está como debe ser. En cambio yo grabé un milagro. En mi fotografía Ella tiene dos manos en el brazo derecho. En una sostiene una rosa y en la otra un rosario. Los especialistas pensaron que debían cubrir la primera mano y procedieron.
Recuerdo que abogué aún sin tener datos porque lucía misteriosa. Infortunadamente no conocían la historia de la rosa con la cual el artista testificó un hecho prodigioso ocurrido hace unos trescientos años. Historia que registró en sus papeles el escritor Angel Carreño.
Según escribió llegó por esos tiempos a la capital imperial Juan Tomás, un tallador de Huamanga. Los padres dominicos le dieron alojamiento, comida y una ligera retribución por su trabajo, sin preguntarle por qué llevaba amarrada la cabeza y por qué se le sentía un olor desagradable, producto de una lepra cerca de la oreja.
El tallador cumplía un horario y luego salía del convento volviendo entrada la noche a la celda que era su refugio. Los frailes ignoraban que en sus horas libres preguntaba desesperadamente por una Virgen que nadie conocía. Semanas antes de viajar a Qosqo, angustiado por su terrible mal, había soñado con una Virgen de rostro luminoso. Ella le dijo dulcemente: “Ve a Qosqo Juan Tomás si quieres quedar limpio y pregunta en la Plazuela de Arrayánpata por la señora María del Buen Suceso, yo te curaré.” El sueño revelador se repìtió  dos veces y el artista partió a buscarla esperanzado.
    Apenas reunió un poco de dinero dejó Santo Domingo y alquiló un cuartito en San Blas, siguiendo sus pesquisas. Indagó en todas partes por la Virgen y Arayánpata sin resultado, hasta que una mañana se enteró que se había derrumbado la capilla de Lirpuypaqcha y pleiteaban agriamente, con un pie en sus ruinas, el prior de los dominicos y el cura Anatolio Gómez.

     La manzana de la discordia era una pintura que ambos querían. Uno alegaba que era suya por ser la Virgen del Rosario y el otro que le pertenecía por estar en su parroquia. Dios puso fin a la contienda cuando un mudo refitolero del convento recobró la palabra para exclamar exaltado: “¡Ella es nuestra bendita  Señora del Buen Suceso!”

Foto: A. Barrionuevo
    El tallador que apareció entre la multitud reconoció a su soberana celestial y presa de emoción cayó de rodillas mientras gruesas lágrimas enturbiaban sus ojos. Sin levantarse se acercó hasta Ella, balbuceando: “¡Noble Señora, Madre amantísima, tú me dijiste en Huamanga que te buscara! ¡Aquí estoy, señora mía, a tus pies, como el más humilde de tus fieles!” ¡Cúrame como me prometiste!” “¡Apiádate de este pobre pecador!”
     La Virgen sonrió y su rosario se convirtió en lluvia de rosas que bañó el rostro y el cuerpo del enfermo. Juan Tomás loco de alegría se frotó con sus pétalos quedando sano. Cuantos le vieron fueron testigos del milagro.

      A pesar de todo los dominicos se la quisieron llevar y Ella se trasladó al muro de la iglesia de San Blas. El cura Anatolio se aprovechó para pedir al tallador un púlpito y el maestro cortó un cedro añoso en la plaza de Kusipata y trabajó una obra de maravilla.
    En la penumbra de la iglesia, soñando en sombras el artista fue reproduciendo en el tornavoz bajo sus dedos astillados los rostros majestuosos de Santo Tomás y nueve doctores de la iglesia. En el respaldo San Blas, patrón de la parroquia. En la taza los cuatro evangelistas y al medio la Señora María del Buen Suceso que Juan Tomás hizo llorando y besando la madera cada vez que recordaba sus lacras. Su  fina ironía apuntó en los heresiarcas del soporte que gracias a un mecanismo volteaban los ojos hacia arriba o sacaban con burla la lengua.
     Hasta hoy no se sabe quién fue el autor de la magnifica talla. ¿Quizá el tal Juan Tomás de Huamanga? ¿Don Diego Arias de la Cerda, como dicen otros? ¿Luis Montes, el tallador franciscano? ¿Esteban Orcasitas, otro leproso agradecido? ¿O Tuyru Tupa Inka? No se sabe, quien lo hizo desdeñó la gloria de firmarlo.

   Los restauradores que repintaron la pintura de la Virgen cubriendo su mano de la rosa borraron a pincelazos el milagro concedido por la Señora del Buen Suceso. Nadie advirtió la leyenda mientras estuvo vestida con sedas y rasos al estilo de las damas antiguas. Hasta que la desvistieron cerrando un episodio sugestivo como si Ella lo hubiera querido.
     Alfonsina Barrionuevo





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